OPINIóN

Maradona en la mano de Dios

Hoy le toca la fuga terrenal, la humana, la más contradictoria. Su cuerpo, reciclado mil veces, dijo adiós. Era una muerte anunciada, pero no deja de conmover.

Maradona
Ilustración: Matías De Brasi | @matiasdebrasi

Los Dioses mueren, Nietzsche lo había anticipado. Maradona, elevado a la categoría divina, es el que deslumbró en las canchas, y ese había muerto antes de su muerte física. Hoy le toca la fuga terrenal, la humana, la más contradictoria. Su cuerpo, reciclado mil veces, dijo adiós. La iglesia maradoniana estará de luto. Los que crecimos con Diego fuimos testigos de sus oscilaciones, de sus claroscuros, de sus goles inmortales y de su picardía, pero del mismo modo sufrimos cuando le cortaron las piernas, quedaban expuestas sus adicciones o problemáticas familiares. Yo me quedo con las imágenes del jugador. No quiero, ni me interesa, ahondar en la condición humana, en su vida privada, en los desórdenes de lo que fuimos espectadores por el simple y complejo hecho de que era El Diego, el 10 más grande de la historia. Con su muerte mi melancolía sube su intensidad y de pronto me veo capturado por mil imágenes. Me veo con mi familia gritando sus goles en el 86 y los aciertos y las derrotas posteriores. Me veo con mi viejo en la cancha, emocionados cuando volvió a ponerse la camiseta de Boca, por siempre su cielo en la tierra. Y me escucho diciéndole a cada uno de mis hijos: “yo lo vi jugar a Maradona”.

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Maldito 2020. El coronavirus nos alteró la existencia, y para llenar el álbum de la locura, muere Maradona. Su corazón se pinchó, dijo basta. Era una muerte anunciada, pero no deja de conmovernos. ¿Cómo elaborar la pérdida? Viene el tiempo del duelo. De habituarnos a su ausencia. De hablar de él, de recordarlo, de ver y disfrutar una y mil veces sus goles, sus gambetas. La identidad argentina ya está toda colgada del cielo: Gardel. El Che. Borges. Quino. Maradona… Tendremos que seguir creciendo como se crece a medida de que uno se va poniendo viejo, sumando pérdidas y recuerdos.

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Parte de la identidad argentina está asociado al nombre de Maradona. Entonces estamos ante una nueva herida. Con su muerte muere una parte nuestra, de los que crecimos con él. Miles de recuerdos, como satélites entorno al planeta Maradona, se irán acercando y nos recordarán partes de nuestra propia historia. Estarán los detractores, los que sólo hablarán de sus “errores”, de sus “locuras”, los refutadores de la belleza que suelen destrozarlo todo. Borges se reunió con Videla y recibió una medalla de manos de Pinochet en plena dictadura, y sin embargo es nuestro escritor más celebrado. Los poemas y cuentos de Borges no se manchan, como no se manchará, digan lo que digan, la pelota que Diego supo llevar como extensión de su cuerpo. Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Somos humanos, por lo tanto contradictorios, vulnerables y finitos. Pero Diego, desde un contexto desfavorable, le dio curso a su pasión, ganó y perdió, cayó y se levantó mil veces, y supo llevar el deporte argentino a lo más alto. Pero como la pelota es redonda, lo más alto es volver a empezar, hasta que se termina el juego.

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Diego fue una mezcla rara de lo más humano y de la virtualidad deportiva ligada a lo divino. Lo que nos debe importar, con lo que deberemos quedarnos, es con las genialidades que ejecutó en la cancha. Hizo el mejor gol de la historia contra el combinado inglés que condensaba, erróneamente, el odio por la guerra por las Islas Malvinas. Así como Quino será recordado por Mafalda, Maradona deberá ser sinónimo de pelota, de la belleza encarnada en el fútbol.

Basta, Diego, ya está. Es hora de descansar. Quizá ahora conozcas la mano de Dios.

 

Ilustración: Matías De Brasi. I: @matiasdebrasi.