INTERNACIONAL
Pandemia

Israel: los judíos ultraortodoxos rechazan las restricciones por el coronavirus

El gobierno israelí "sitió" un barrio de las afueras de Tel Aviv cuyos habitantes, religosos ultraortodoxos, se niegan a aceptar la cuarentena.

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Un policía con protección a la pandemia espera que dos religiosos terminen de rezar en una sinagoga para detenerlos por violar las restricciones al coronavirus. | AP

   Desde hace algunas décadas, en especial desde la explosión de la economía de la alta tecnología, de los negocios de software y apps que dieron lugar a la StartUp Nation, Tel Aviv se jacta de ser una de las ciudades más cosmopolitas del Mediterráneo, está llena de bares de moda, gente linda que surfea y los precios de los alquileres son astronómicos.
   El imán es tan fuerte que muchos barrios o ciudades de la periferia son ahora también residencia de gente con dinero o al menos jóvenes o familias "cool", a las que no les alcanza para alquilar un apartamento en el corazón de Tel Aviv pero no tienen problemas en vivir en el muy presentable Ramat Gan o los más populares Holon o Bat Yam.
   Todas estas ciudades del contorno de Tel Aviv forman recorridos comunes para los habitantes de Israel, muchas cosas importantes pasan por ahí, todos tienen algo para hacer, amigos que visitar.
   Pero hay una ciudad periférica que es la hermanita pobre de Ramat Gan o Hertzlía, una enorme barriada que nació como una colonia agrícola fundada por inmigrantes polacos jasídicos antes de la creación del estado y terminó convirtiéndose en cuna de radicales ultra-ortodoxos.
   Bnei Brak ya estaba acostumbrada a salir en las noticias, después de todo allí hubo batallas legales por la decisión de las autoridades municipales de abrir una tienda solamente para mujeres, o de prohibir las imágenes de candidatas femeninas en los carteles de tiempos de elecciones.

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   La ciudad volvió ahora con todo: no solamente uno de cada siete israelíes enfermos de coronavirus vive en Bnei Brak -según los números del ministerio de Salud- sino que la mayoría de sus habitantes parece haberse confabulado para burlar la cuarentena saliendo a las calles y, de paso, insultando y escupiendo a la policía.
   Como en casi todas las barriadas ultra-ortodoxas, las familias viven en Bnei Brak hacinadas en pequeños apartamentos, padres, madres, muchos hijos, abuelos. Y, también en general, en medio de la pobreza (según los estándares israelíes, cercanos a los europeos).
   Aquí lo importante no es la economía, ganar dinero o la calidad de vida. Incluso la política viene en segundo lugar. En Bnei Brak lo importante es la Torá, estudiar los libros sagrados día y noche, toda la vida.
   Con el avance de la pandemia en el país, el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu ordenó una profundización del aislamiento social para evitar contagios. Una de las medidas, anunciada el 12 de marzo, fue el cierre de las escuelas, incluyendo las religiosas, aquellas adonde los jóvenes varones ultra-religiosos de Bnei Brak y muchas otras ciudades y barriadas del país, pasan casi todo el día rezando y escuchando a sus adorados rabinos.
   Para los ultra-ortodoxos judíos no hay nada por encima de la Torá y los libros sagrados: deben vivir siguiendo al pie de la letra su propia, estricta, interpretación de esos textos. 
   El desprecio por las órdenes de las autoridades sanitarias que convirtieron a estos barrios y ciudades en caldo de cultivo de coronavirus no es del todo falta "del religioso promedio", escribió el columnista Amijai Attali en Yediot Ahronot, uno de los principales diarios del país.

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   "Es su costumbre permanecer aislado" del resto de la sociedad "y seguir solamente a sus rabinos", añadió.  
   Estas personas "también están mucho menos informadas, menos conscientes y menos expuestas a la abundancia de información en línea por temor a lo que ven como contenido negativo" sobre la religión, afirmó el comentarista.
   Los rabinos, completó Attali, pueden ser grandes genios de la religión, "recordar textos de memoria y poseer habilidades de enseñanza asombrosas, pero no tienen conocimiento del mundo de la epidemiología ni de cómo se propaga el coronavirus, sus tasas de infección ni ningún otro detalle con respecto a esta pandemia".
   Si bien las observaciones del columnista de Yediot Ahronot son interesantes, y dignas de atención, la mayoría de los israelíes judíos, que son laicos o simplemente observantes de las principales fiestas y costumbres, no son tan comprensivos.
   Mucho menos cuando todos los días ven por televisión las imágenes de las pequeñas multitudes de hombres vestidos de negro, con sombreros extravagantes, largas barbas y "peiot" -los tradicionales patillas ensortijadas- atacando a la policía en la calle, desafiando la cuarentena.
   Las revueltas pueden ocurrir en Bnei Brak o en Beit Shemesh, en los alrededores de Jerusalén, donde un niño de unos diez años quedó inmortalizado en un video publicado en Twitter, tosiendo sobre un policía y gritándole "¡nazi! ¡nazi!".
   En muchas de estas localidades se siguieron celebrando bodas con decenas o cientos de invitados, grandes funerales y reuniones de plegaria en las sinagogas.
   La tolerancia entre laicos y ultra-religiosos en Israel tiene una larga historia, que se remonta a los primeros días del estado de Israel, creado en 1948. La paciencia de los laicos parecía ser inacabable, pero con el coronavirus infectando cada vez más gente, Netanyahu tuvo que ocuparse del asunto de manera decidida.
   El miércoles, el premier anunció prácticamente un sitio de Bnei Brak, y el despliegue de soldados en la ciudad para que los ultra-ortodoxos respeten finalmente la cuarentena.
   Netanyahu aseguró que encontró apoyo en la mayor parte del establishment ultra-religioso para aplicar las nuevas medidas. Pero el mal ya estaba hecho: "lamentamos que, en ciertos lugares, la enfermedad ya se haya propagado a un ritmo del doble" en relación con otras partes del país, reconoció.
   Muchos observadores dudan de que las medidas impuestas sobre Bnei Brak tengan los resultados esperados. Por lo pronto, el miércoles de la semana próxima empieza Pesaj, la Pascua judía, una de las principales fiestas del año que arranca con una cena litúrgica que reúne a las familias.
   ¿Cómo harán para evitar que los ultra-religiosos burlen el aislamiento y se reúnan peligrosamente para la mesa del Seder?
   Esta bomba de tiempo de Pesaj puede tener consecuencias imprevisibles para el país, adonde los muertos por la pandemia suman ya 33 y los infectados más de 6.800 en una población de alrededor de 9 millones de personas.
   Estimaciones de una de las principales aseguradoras médicas del país, Maccabi, señalaron que es posible que 75.000 residentes de Bnei Brak -y no 900 como está diciendo el ministerio de Salud- ya tengan el coronavirus encima, un 38 por ciento de la población.
   Quedará por verse, cuando amaine la pandemia, cuáles serán las consecuencias de estas rebeliones anticuarentena de los ultra-ortodoxos judíos. La "grieta" con los laicos se viene profundizando y los no religiosos o apenas tradicionalistas ya están hartos de las pataletas e imposiciones de sus hermanos de negro.
   Cuenta la historia que el poder de los religiosos comenzó en los tiempos de la declaración de la Independencia, cuando el "padre de la patria", David Ben-Gurión, negoció el apoyo de los ortodoxos a la creación de un estado moderno, a cambio de importantes concesiones, un acuerdo al que se conoce como Status Quo.
   Ben-Gurión pensaba que, en un par de generaciones, los judíos religiosos de los guetos europeos, sobrevivientes del Holocausto, los de barba, sobretodo y sombrero negro, dejarían paso a descendientes laicos y comprometidos con los nuevos tiempos. Pero se equivocó feo.

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   Las concesiones de Ben-Gurión siguen marcando la vida de los israelíes judíos "comunes": casamiento solamente por el rito religioso, suspensión de los transportes en los sábados, una gran necesidad de aprobación kosher para hacer negocios en el ramo alimenticio. Y, por supuesto, los tribunales religiosos tienen la última palabra cuando se trata de establecer quién es judío y quién no.  
   La aerolínea nacional, El Al, no vuela en sábados. Y cuenta la leyenda que, si por alguna razón tiene que salir o volver en sábado un vuelo de la compañía, será con uno de los aviones "blancos", sin el logo de El Al o la bandera. 
   Por supuesto que no todos los religiosos son como los de Bnei Brak. Muchísimos combinan tranquilamente una intensa vida espiritual y de sinagoga con la realidad mundana, y es de lo más común encontrarse con empresarios, ejecutivos, profesores o médicos con kipá.
   Incluso algunos sectores ortodoxos se están sumando al "mundo real" y envían a algunos de sus hijos a estudiar programación o diseño de software y hasta se enrolan en las fuerzas armadas, otro de los temas tabú para los ultra-religiosos.
   Pero la bronca persiste, en particular contra los ultra-ortodoxos que viven en Bnei Brak o Beit Shemesh, por ejemplo, quienes reciben subsidios para estudiar la Torá, no trabajan, no hacen el servicio militar y, encima, escupen a los policías en tiempo de coronavirus.
   Viven en Israel y muchos de ellos directamente no reconocen al estado o hasta son anti-sionistas. Visten como sus antepasados de los guetos en Ucrania o Lituania, con gorros de piel en pleno verano, a la usanza medieval.
   Sin quererlo, Ben-Gurión echó las bases para que Israel se convirtiera en lo que aquellos pioneros socialistas detestaban, un país donde, en muchos sentidos, mandan los religiosos.
   Un país adonde todavía hoy, más de setenta años después de la declaración de Independencia, los autobuses no funcionan en sábado y el ministro de Salud, Yakov Litzman, es dirigente del partido ultra-ortodoxo Agudat Israel, lleva barba larga y sombrero exótico.
   Litzman, por cierto, se enfermó del coronavirus y está en cuarentena, junto a su esposa, también infectada.