IDEAS
DANIEL PLINER (1948-2020)

Réquiem a 'buena tinta'

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Redacción. En el primer Diario PERFIL: Pliner, Temes, Martolio, Lunghi y Jorge Fernández Díaz. | cedoc

Son muchas emociones...” canta la voz, que ya fue más grave, de Roberto Carlos. Cuando Grace, su linda mujer y actual editora de la revista Elle, me confirmó el final de Daniel, quise escucharlo. Volver a escucharlo. Juntos atravesamos demasiadas emociones. En Argentina y en Brasil, lugares en donde vivimos, entre otras cosas, unidos por la locura profesional y un histórico de dichos campestres que denunciaban nuestro origen pueblerino (él había nacido en Pergamino). Así como no fue un tipo corriente, Pliner no era un periodista común. Se llevaba bien con la palabra. La rara y la vulgar. Parafraseándolo a él mismo, cuando explicaba a los talentosos, era ‘buena tinta’. Su texto superaba al de casi todos los colegas, aunque escribía poco. Prefería pensar. Aun cuando un eterno e inusual moñito a lunares trivializó por décadas su profunda intelectualidad. Parecía no importarse por nada, como la mayoría de aquellos que se importan con todo. Posaba de duro pero era “más bueno que la compota”, como lo definía Carlos Lunghi, histórico editor de imágenes de Editorial Perfil. Era ácido. Y lúcido. Un buen coctel para cualquier charla de fin de cierre o principio de cena.

Nos conocimos en los ochenta. En una antigua redacción de Perfil en la calle Sarmiento. Nunca fui su jefe ni él mi editor. Siempre fuimos ‘paralelos’, por eso, creo, nuestra amistad fue exageradamente sincera y sin disimulos, permitiendo conocernos tal como éramos. La mutua empatía fue inmediata, pero geométricamente aumentada cuando nos descubrimos, ambos, hinchas de Racing. Fútbol. Esa cola que une a los hombres. Enseguida fuimos campeones de ‘papy fútbol’, en el torneo interno de la editorial. Integramos el quinteto de los ‘Caciques’, el equipo de los jefes, los más viejos, los editores. Derrotamos a la ‘Esquadra’ (diagramadores), a ‘La Máquina’ (redactores), a ‘Zoom’ (fotógrafos) y a ‘KDT’ (Cadetes) en el pentagonal final; ganamos imponiendo más la autoridad que ejercía el staff que cualquier técnica individual. Pero, llegó la hora de reconocerlo públicamente, Daniel fue fundamental en aquella gloria doméstica: conseguía que a los rivales les anulasen goles con argumentos que hasta el autor del tanto legítimo aprobaba. Pliner, un poco chueco, pero siempre de elegante buzo amarillo, era el arquero; el ‘Pelado’ Enrique Torres –su última residencia conocida era en California– y Mario Fashbender, que hace mucho se fue de este mundo, eran los recios zagueros. Otro ‘Pelado’, el zurdo Roberto Parapar –¿qué es de su vida?– hacía el mediocampo. Y yo los goles. ‘Pichi’ Fernández, otro que no está más entre nosotros, era el primer suplente. Con Dani festejamos esa conquista como en los últimos años los títulos de la ‘Academia’. Y quedamos amigos para siempre. 

En 1998 nos reencontramos física y profesionalmente en Perfil –¡otra vez!–; ahora en la calle Chacabuco. En la maravillosa ‘redacción inteligente’, creada por Jorge Fontevecchia, quien nos convocó para lanzar el diario de mayor calidad del que ya se supo en nuestro país. Jorge, mentor e ideólogo, nos reunió para designarnos ‘Directores asociados’ a nosotros dos y a Andrés Wolberg-Stock, quién llegaba desde Londres, con envidiable curriculum: gran carrera internacional en la sección económica de Reuters. El diario vivió tres meses, el tiempo que le llevó a Clarín convencer a los anunciantes para no vehicular sus avisos en ‘Perfil’ (primera etapa). Además, estaba dirigido a un mercado que en realidad no existía. Su estética e intelectualidad superaban largamente la local masividad lectora matutina. Fontevecchia, amparado en una historia triunfal, como Stan Lee imaginó su propia Latveria, un país que no existía, pensó en un público ávido, interesado y erudito que, esta vez, no pasaba de su siempre optimista deseo. Pliner era el que más dudas tenía; se lo decía. Yo venía de un lustro en el exterior (tres años en Brasil y dos en África) y Woolberg Stock de casi toda su adultez en el Reino Unido; no teníamos parámetro local en ese momento. Recuerdo escuchar a Jorge catequizándonos: “la Argentina cambió, creció, está pronta para nuestro proyecto”. Y a Pliner, excelente observador panorámico, preguntándose desde la altura de su promontorio irónico, “¿Quién nos va a leer?”, tanto como me preguntaba a mí “¿Salimos de la quiebra?”: en ese momento había una mujer, síndico de la justicia bonaerense, que gritaba en los medios que Racing había dejado de existir...

De aquella épica diarera junto a Pliner me quedó un recuerdo compartido con Fontevecchia, que Jorge relembró en este día de desenlace fatal. Me permito transcribirlo con sus palabras: “La noche que salió el primer diario Perfil estábamos en la planta gráfica de la calle California, en Barracas, frente a la impresora alemana KBA, Dani se me acerco y me dijo al oído: ‘Gracias Jorge por regalarme esta noche, la noche más feliz de mi vida en periodismo’. También fue la noche más feliz de mi vida en periodismo. Mientras te lo digo se me pone la piel de gallina...”. Después, ambos, nos vinimos a Brasil, donde sigo viviendo. Pliner se volvió a Buenos Aires tras un lustro de experiencia en editorial Abril, entonces socia de Perfil. Allí fue ‘director multimedia’ con suficiente éxito como para todavía hoy ser recordado. Compartimos un tiempo de bonanza brasileña en el que nuestras mujeres también se hicieron muy amigas. Salíamos bastante, a Dani le gustaba festejar. Volvíamos a nuestros respectivos departamentos, a la noche, escuchando, en el auto, a Roberto Carlos, una manera de mimetizarnos con la idiosincrasia local: “Cuando estoy aquí, yo vivo este gran momento; mirándote así, tantas emociones siento...”. 

Los domingos a la tarde nos reuníamos para ver a Racing (antes de la TV Digital, instalando una antena extra en la terraza del edificio, conseguía verse la tele argentina). Pero los sábados se escapaba a la silenciosa playa Dominga Días, en el litoral paulista. Con Grace podían tomar sol doce horas seguidas. Ella se tostaba hasta que el astro rey la abandonaba. 

Él, en tanto, pensaba su siguiente proyecto: ‘Tiki-tiki’, la revista de fútbol para chicos, de gran suceso en su momento, que más tarde le vendería al Grupo Clarín para asegurar su futuro: una tremenda cirugía de corazón realizada en el Hospital Albert Einstein de San Pablo lo había fragilizado más, claro, que la operación de cadera que cada tanto le recordaba sus revolcones en el arco de inútiles ‘picados’ amateurs. 

Después, los emails, nos tenían al tanto al uno del otro. “¿Qué hacés Zaracho? o ¿Cómo estás Milito?” eran sus encabezamientos, según quién de la Avellaneda gloriosa hubiese ocupado el noticiario nacional esa semana. Y nos veíamos cuando él volvía a San Pablo, por algún trámite jubilatorio, o yo pasaba por Buenos Aires por razón semejante. En mi penúltima visita, los dos matrimonios, compartimos una pizza que nos recordó las muchas ‘margheritas’ brasileñas de masa fina. Ya en mi último viaje, poco antes de la llegada del coronavirus, lo visité en la porteña clínica Fundaleu, mientras una de las múltiples quimioterapias que padeció en este bienio le daba náuseas y esperanzas. Le entregué mi reciente libro albiceleste, ‘Racing Hepta’, y él me dio un ejemplar de su novela apenas editada por sus hijos, como regalo del último cumpleaños: ‘Medusa’. Es autobiográfica. Allí cuenta su juventud. “Son momentos que no olvidaré. Detalles de una vida. Historias que aquí conté”, diría Roberto Carlos. Dani, en casi doscientas páginas, narra los años en que yo no lo conocía. Por ese texto íntimo me enteré con más detalle de sus coqueteos con la izquierda en los tiempos de la dictadura militar, cuando él comenzaba a hacer sus ‘pininos’ periodísticos en Siete Días, prestigiosa revista de Editorial Abril (las vueltas de la vida), esta de Buenos Aires. Eso, antes de su paso por Editorial Atlántida, cuya cultura snob y ultraderechista detestaba pese a disimularlo aceptando, por pedido del necesitado bolsillo, dirigir para ellos la revista femenina Para Ti. Sin embargo, no se reprochaba nada, allí conoció a Grace, su flaca, su rubia; el amor de su vida y con quién tomó los últimos soles en la chacra de Vedia... 

No escribió su propio obituario como el compositor Ennio Morricone, fallecido horas antes. Me hubiese encantado leerlo... No lo hizo porque reclamaba vivir muchos años más: “Quiero conocer a mis nietos”, me dijo, pausado y lleno de inusitada ternura, en febrero, mientras románticamente le prometía a Grace pelearle al cáncer por ella. El final lo desenmascaraba sin sarcasmos... Chau Dani. Hasta pronto. Cuando nos reencontremos espero contarte si el paraguayo Matías Rojas, el ‘10’ que vino de Defensa y Justicia, confirma la etiqueta de crack que le adjudicaste o no pasa de un ‘media tinta’ como te gustaba definir a los mediocres. “Si lloré o si reí, lo importante es que emociones yo viví...” termina cantando Roberto Carlos. Como si le cantase a nuestra compinchería de casi cuarenta años; a él. Como un réquiem a ‘buena tinta’.

* Ex director Diario Perfil –primera época– y ex presidente de Perfil Brasil.