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una larga historia

Iglesia y Estado: nunca estuvieron tan separados

La decisión del Episcopado católico local de renunciar al financiamiento estatal significará un paso más en el lento y arduo camino hacia un país laico.

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Amigos. Buena onda con el Papa. | cedoc

El gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano, reza el artículo 2º de la Constitución Nacional. Unos días atrás, la Iglesia anunció que renunciará al aporte económico del Estado, que este año fue de 130 millones de pesos, que equivale a 7% de su presupuesto, que cubre sueldos de los obispos, y asignaciones de las parroquias de fronteras y de los seminaristas mayores.

Lectura. Esta decisión tomada por la Conferencia Episcopal Argentina puede ser leída como un acto de independencia de una Iglesia que vive un momento complejo con el Gobierno, que comenzó cuando el jefe de Gabinete mencionó el presupuesto que el Estado nacional le transfiere, siguió con  el debate sobre la legalización del aborto y tuvo como último evento la misa celebrada hace unas semanas en Luján, a pedido de gremios opositores. O, tal vez, empezó antes, cuando Macri era jefe de Gobierno y la ciudad sancionó la ley de matrimonio igualitario.

El vínculo entre la Iglesia y el Estado fue fluctuando a lo largo del tiempo. Podemos encontrar casos en los que durante el mismo gobierno se pasó de una fase colaborativa a un enfrentamiento abierto o un mismo presidente que se encargó de expulsar al nuncio apostólico en su primer gobierno y de restablecer relaciones con el Vaticano durante su segundo mandato. Reconstruir en clave histórica los vínculos entre la Iglesia y el Estado nos ayuda a entender esta compleja relación.

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¿Cómo nace la tradición de que el Estado sostenga a la Iglesia? En su origen, la existencia de una parte del presupuesto nacional destinada a sostener el culto católico respondió a la figura de patronato y, por lo tanto, a hacer de los párrocos funcionarios estatales y de las iglesias dependencias del Estado. Darle dinero a la Iglesia para su funcionamiento posibilitó la promoción de una Iglesia nacional, como segmento del Estado, en comunión con Roma pero al mismo tiempo con cierta autonomía. Es decir, se comenzó a otorgarle dinero para subsumirla a la estructura estatal.

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Siguiendo este principio, la Constitución de 1853 definió el sostén al culto católico, que solo en una interpretación restrictiva puede ser leído como exclusivamente económico. Al mismo tiempo impuso que el presidente y el vicepresidente debían ser católicos y consagró como juramento de asunción “Por Dios, nuestro Señor, y estos santos evangelios”. Todas estas decisiones convivieron desde un inicio con la declaración de la libertad de cultos, una influencia más en sintonía con aquellas ideas liberales en las que se suele encuadrar a la primera carta magna.

Momento laico. La década del 80, conocida como el momento laico, fue un período de abierto enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia, que terminó con la expulsión del nuncio apostólico luego de que se sancionara la Ley 1.420 de educación y se creara el Registro Civil, que quitó a la Iglesia su antigua función de ser la memoria de nacimientos, casamientos y defunciones. Unos años después, en 1888, se estableció el matrimonio civil.

La creación de un registro civil y la ley de matrimonio dieron cuenta de una realidad social: había cada vez más población no católica y por lo tanto se necesitaba una institución que recogiera la información, sin importar la religión de los habitantes. La ley de educación fue una apuesta hacia el futuro, ya que se entendía que el Estado, mediante las escuelas, debía formar a los ciudadanos.

Pese a todas estas medidas, que tuvieron la intención de laicizar el Estado, en ningún momento el culto católico perdió su carácter oficial ni dejó de ser una institución de derecho público. Un elemento debe ser recordado: más allá del espíritu laico, el Estado no estaba en condiciones de asumir todas las tareas por sí solo, ni en lo concerniente a la educación pública ni en lo relativo al Registro Civil.

Siglo XX. El nuevo siglo atrajo a una población más diversa y con nuevas ideas, como reemplazar a Dios por la ciencia, por la patria o por el proletariado. Les tocó convivir con una tradición religiosa que mantenía su fuerza, como demostró la celebración del Corpus Christi de 1910.

Por otro lado, luego de la oleada laicizante de fines del siglo XIX, con el advenimiento de la sociedad de masas, el Estado se enfrentó a dos problemas: la identidad nacional y la cuestión social. En una lógica de mixtura de lenguas y costumbres, cerca del 85% de los inmigrantes eran católicos. De este modo, la pertenencia a la misma Iglesia ayudaba a otorgar una identidad unificada. Además, desde muy temprano, la Iglesia ocupó un rol central en socorrer a los más necesitados.

Durante el segundo mandato de Roca se reanudaron las relaciones con el Vaticano y en 1902 los católicos tuvieron un gran triunfo al evitar que se sancionara la ley de divorcio. Esto fue abriendo paso a la nación católica, que tendrá su esplendor durante la época de entreguerras, cuando ante la crisis del liberalismo se mire al mundo católico como alternativa y solución a los problemas sociales y políticos.

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Peronismo. Los años peronistas comenzaron con la apelación religiosa, buscando encontrar legitimidad en la identificación entre nación y fe católica. La cruz y los santos reaparecieron en los lugares públicos y la educación religiosa obligatoria, decretada por el gobierno militar de 1943, se convirtió en ley. Por otro lado, la Constitución de 1949 reemplazó gran parte del espíritu liberal por ideas provenientes del catolicismo. Sin embargo, un tiempo después llegaría el conflicto entre el gobierno peronista y la Iglesia, que comenzó a expresarse cuando en las escuelas la doctrina peronista fue reemplazando las enseñanzas católicas, siguió con la santificación por parte del Estado de Eva Perón y tuvo sus momentos de máxima tensión con la sanción de una efímera ley de divorcio, la quema de iglesias y la fundación del Partido Demócrata Cristiano.

Laica o libre. En el posperonismo convivieron diferentes proyectos, algunos más laicos y otros con tintes confesionales. El conflicto de laica o libre sobre las universidades privadas en el gobierno de Frondizi fue una concesión para la Iglesia, al sacarle la exclusividad a las universidades nacionales de emitir títulos habilitantes.

Los 60 mostraron la contradicción de una revolución cultural que posicionó a los jóvenes y a sus libertades en el centro de la escena –con la pastilla anticonceptiva como símbolo de las transformaciones sociales–, pero que, al mismo tiempo, le otorgaron a la Iglesia un rol central debido a los altos niveles de conflictividad social y la recurrente inestabilidad política.

Alfonsín. La Iglesia mantuvo una influencia fuerte hasta el retorno de la democracia. A partir del gobierno de Alfonsín, las reformas educativas y la implementación de políticas de salud reproductiva fueron los primeros golpes a los intereses católicos, luego rematados con la sanción de la ley de divorcio vincular.

Los grados de autonomía del Estado se mostraron crecientes, como se comprueba con las reformas de la Constitución de 1994 que permitieron elegir presidentes no católicos, con la sanción de la ley de matrimonio igualitario en 2010 y también en el debate sobre el aborto este año. Pero es importante recordar que en la mayor crisis política, económica y social de la Argentina post 83, durante 2001, la Iglesia tuvo un papel central en el diálogo argentino.

La Iglesia siempre ha sido un actor importante en la contención social. Hoy sigue siéndolo, pero en un clima en que está cuestionada, como muestran las frecuentes denuncias de abusos y la organización de apostasías colectivas.

Este es el clima en el que la institución busca sostenerse exclusivamente con la contribución de sus fieles, dando el gran gesto simbólico de renunciar al financiamiento estatal, lo que significará un paso más en el lento y arduo camino hacia una Argentina laica.

*Historiadora.