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Dos preguntas

Para el filósofo, hablar de política obliga a plantearse qué fuerzas la sostienen y el costo social y económico que implica esa alternativa, junto a su financiamiento.

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Una una voz unánime que quiere un cambio. El gobierno actual se apropió del verbo y se hace llamar Cambiemos. | Cedoc

1 Hay dos preguntas que deberían hacerse cada vez que se habla de política. Una es: ¿cuáles son las fuerzas sociales que la sostienen?, y la otra, de la misma importancia,¿cuál es el costo social y económico de una alternativa política y cómo se financia?

En lo referente a los grupos de poder, era habitual conectar la representatividad de las fuerzas sociales con los intereses de clase. Las clases sociales aparecían como fijadas en el proceso de producción de bienes. Su valor se distribuía entre los que entregaban su fuerza de trabajo y los propietarios del capital. ¿Podemos afirmar que este esquema binario definido como "explotación" está en desuso?

Creemos que no del todo. La diferencia de este capitalismo globalizado con el capitalismo industrial es que la fuerza de trabajo ya no se restringe a la clase obrera, no se caracteriza por el trabajo manual, y el proletario definido por el mero hecho de reproducirse  –deriva de prole– dejó de ser la mayoría social.

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Y por el lado del capital, su propietario, el capitalista, no es el dueño de una fábrica que todo lo controla con un ojo ciclópeo; hoy en día la propiedad se dispersa en corporaciones y sociedades que cambian de manos en segundos. Cuando se dice que unos pocos en el mundo poseen la mitad de la riqueza mundial no se habla de plata en un par de bolsillos, sino de un rostro que con solo presionarlo se diluye en millones de pequeñas máscaras anónimas.

Respecto de los costos: ¿cuánto cuesta un cambio?, ¿quién lo financiará? Partamos de la base de que el mundo no cambiará porque a la Argentina parece no convenirle cómo funciona. El mundo es así, y no de otra manera. Hay un mercado mundial, y quien no lo integra desaparece, es la autofagia; país que se encierra se come a sí mismo.

El Estado de bienestar podía dentro de sus fronteras nacionales solventar el gasto social, la inversión en obras públicas y la gestión de polos estratégicos, con la recaudación fiscal y el excedente comercial.

Pero la historia no se detuvo, no tiene fin.

Apocalipsis. Es demasiado fácil estar poseído por sensaciones apocalípticas y decir que la verdad es una sola para quien la quiera ver, que América Latina está dominada por el narcotráfico, que en el África hay epidemias de hambre, que hay niños esclavizados o abandonados en carpas y celdas, etc. La lista de los dolores del mundo es infinita. Cualquier locutor puede sacar patente de sensible con su enumeración.   

Tampoco convence la altanería de quienes sostienen que no tenemos que hacer más que copiar lo que hicieron los países “exitosos”, haciendo gala de una ingenuidad bastante sospechosa. Este “éxito” tiene historia y geografía, tiene masacres y colonias, sometimiento y racismo.

Además, nunca faltan los agoreros, revolucionarios de ficción, que nos dicen que el sistema tal como funciona está bichado y tiene fecha de defunción. No hay capitalismo eterno, nos confirman, y predicen nuevas crisis globales. Pero, queridos analistas de lo obvio, no hay vuelta atrás, la destrucción creadora sigue su marcha, y la imaginación lanzada al futuro deberá esmerarse un poco más para serle útil a un eventual futuro gobierno popular. No alcanza con predecir que el sol se apagará algún día.

De nada valen estas retóricas inconsistentes.  

Nuestro país es una entidad nacional periférica, dependiente, alejada de los centros del poder, pequeño en cuanto a su fuerza productiva

Periferia. Nuestro país es una entidad nacional periférica, dependiente, alejada de los centros del poder, pequeño en cuanto a su fuerza productiva, y sin peso en el concierto internacional. Lamentablemente, a veces no lo percibimos, vivimos engañados por lo imponente de nuestras cataratas y por las gambetas de Messi.

Nosotros, en la Argentina, no hablamos de política: todo el tiempo se nos va la energía en hablar de los políticos. Nos dedicamos al espectáculo y a las puestas en escena de la democracia representativa. Estudiamos los gestos y las expresiones de los actores de un guion que se repite. Seguimos al detalle a quienes se juntan, los que se separan, los grupos que se escinden, por donde circulan, o cuándo panquequean.

En un año electoral con un sinnúmero de elecciones entre PASO, provinciales escalonadas y nacionales, los medios masivos de comunicación estarán poblados de profesionales de la política, candidatos vitalicios, figuras a estrenar, y de comentaristas y columnistas dedicados a estos personajes.

Se eludirán la antedichas preguntas sobre fuerzas sociales y costos, con expresiones de deseos, denuncias, ajustes de cuentas, vocinglerío de venganza y promesas mesiánicas.

Se escucha una voz unánime que quiere un cambio. El gobierno actual se apropió del verbo y se hace llamar Cambiemos, y del lado de enfrente, hay un sinnúmero de voces que quiere cambiar a Cambiemos por un nuevo cambio.

Como si viviéramos en una sociedad radicalizada que no le teme a la aventura, que deja una piel tras otra, que tal pueblo adolescente siempre quiere comenzar de cero. Es lo que hacen los emprendimientos fraudulentos que dejan boyando a sus acreedores cambiando su razón comercial y desapareciendo del mapa.

2 Hablemos de costos. ¿Cómo financió el kirchnerismo su política? Con un estado quebrado y barato, con cesación de pagos, con superávit fiscal por reducción del gasto interno con la abrupta devaluación del peso y por el superávit comercial debido al aumento de las materias primas, en especial la soja.

¿Cómo financió la suya el macrismo? Con plata prestada. Los dos con políticas integradas al mercado mundial, uno con bienes primarios, el otro con deuda. El primero dejó la herencia del desinfle y el estancamiento por quedarse sin divisas, y el segundo sin iniciativas propias por tener divisas que son ajenas.

Qué desafíos económicos deberá enfrentar el próximo presidente​

La deuda externa solo ha servido para que los particulares fuguen divisas al exterior o bajo el colchón, y para solventar gastos corrientes. Las inversiones en obras públicas han menguado o están paralizadas.

Fugas. El país se ha quedado nuevamente sin moneda nacional. Cuando decimos que deberíamos admitir que vivimos bajo un esquema bimonetario, reconocemos una realidad que una minoría disfruta, pero la mayoría padece. Para que cambie, se pueden tomar las siguientes medidas. Una es la caza de arbolitos y el control de cambios, su resultado fue una fuga de ochenta mil  millones de dólares desde 2008 a 2015 (Ismael Bermúdez, Clarín, 29/12/2018), y durante la gestión macrista, cincuenta y cinco mil millones (ibíd), o sea el equivalente al  préstamo del FMI. De acuerdo con los datos que el periodista cita de la Asociación Argentina del Presupuesto correspondientes a los de la Administración Pública Nacional, en 2018 se retiraron del mercado local cuarenta mil millones de dólares.

¿Es esta la “lluvia de inversiones” anunciadas en la campaña de Macri de 2015?

Hace pocas semanas, en su columna en el diario La Nación, el economista y consultor premium Orlando Ferreres analizó la situación financiera del país y nos dio un cuadro de situación. Fue breve, nada retorcido, bien directo, rápido. Como una bomba.

Dice que la deuda pública en Argentina es del 80% del PBI. Sostiene de acuerdo con nuestra historia económica que cada vez que la deuda supera el 25%, el país se dirige a un cuello de botella financiero. Por lo que será necesario en los próximos años llegar a ese cuarto del PBI en materia de deuda. Si las matemáticas no mienten, la reducción respecto del presente es de un 75%. Preguntamos: ¿cómo se reduce una deuda? Pagando, imaginamos.

Por otra parte, nos dice que hay países en los que la deuda es aún mayor que en el nuestro, es el caso de Italia, que llega a un 130% de su producto anual. Lo que le llama la atención es que no padece un fenómeno inflacionario. Y lo subraya, porque otro de nuestros males es la inflación.

Ferreres afirma que debemos llegar al 2,5% de inflación por año, es lo normal, es la tasa existente en los países llamados exitosos. La nuestra es del 45%, y para llegar al 2,5%, debería reducirse, si los números no mienten, un 95%.

Por otra parte, considera fundamental bajar los impuestos que agobian al consumo y a los sectores productivos. Y a pesar de esta reducción, piensa que es imprescindible tener un “fuerte” superávit fiscal entre 2020 y 2030. De lo contrario, suponemos, no se pagaría el 75% de la deuda.

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Hay un sinnúmero de voces que quiere cambiar a Cambiemos por un nuevo cambio. Pueblo adolescente que quiere recomenzar de cero. 

Bajar impuestos, pagar todo lo que se debe, inflación como en Alemania, que nos sobre plata …saquemos la maquinita de calcular. Hagamos la cuenta: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno….PPPUUUMMM  CRASSHHHHH!!!  

El analista de costos ha quedado muerto sepultado por su hipótesis.

3 Pero entonces, ¿cómo hacer de la Argentina un país de acumulación de capitales, ahorro interno, inversión en fuerzas productivas, en recursos humanos, y participación creciente en el mercado mundial de bienes y servicios?    

O podemos enunciar otra pregunta de más fácil respuesta, ¿cómo hacer de nuestro país un socialismo de Estado, con igualdad en la carencia, emigración masiva, deserción de profesionales, y guerra interna?

¿Qué dicen al respecto Sergio Massa y Graciela Camaño, Lavagna padre e hijo, Juan Manuel Urtubey, Felipe Solá, Elisa Carrió, Cristina Fernández de Kirchner, Martín Lousteau, Carlos Zannini, Axel Kiciloff y Gabriel Mariotto, María Eugenia Vidal y Gabriela Michetti, y todos los responsables de las últimas administraciones?

Hablar de “desarrollo” es lo que los nominalistas definían como flatus vocis  –palabra vacía–, es lo mismo que definir una política en términos de “progreso”, la lista puede prolongarse con términos como “igualdad”, “justicia, “corrupción”. ¿A qué se debe este vaciamiento semántico del vocabulario político?

A la elisión de las preguntas del principio: los costos, y los beneficiarios. ¿Por qué se las elude? Porque la respuesta no es binaria ni moral. No alcanza con asomarse a un balcón y bramar, o decorar con globos amarillos una fiscalía. Culpar al establishment es escupir para arriba. El país no tiene capacidad de ahorro interno sin el empuje del capital privado. Predicar que sobran un millón de empleados públicos que deberían ser arrojados a la calle es amenaza de matón de porcelana. Roberto Alemann, con más honestidad y buena fe que aquellos que lo imitan, congeló en marzo de 1982 los salarios estatales; un mes después Ubaldini salió a la calle y Galtieri invadió Malvinas.

¿Qué invasión podemos proponer hoy para ocultar una crisis? Ninguna, es evidente. Ni una guerra con Chile ni con los ingleses y menos un Mundial.

Se trata de pensar políticas desde un lugar frágil y dependiente, sopesar sus costos y posibles beneficios; no es recomendable hacerlo con astucia de zorro, ni con rugido de león, ni con velocidad de liebre, ni con aullido de hiena, ni con secreción de zorrino, ni, la más común, con la parsimonia del oso perezoso.

Habrá que bancarse las preguntas, como decía un filósofo ya hace tiempo.

*Filósofo. Profesor emérito de la UBA.