CULTURA

Los niños de Llullaillaco, las momias prehispánicas mejor conservadas del mundo

Desde 2007 se exponen en el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta los cuerpos momificados de tres niños que fueron sacrificados en un santuario ubicado a 6.700 metros de altura en un volcán de los Andes. Forman parte del patrimonio cultural de la provincia de Salta.

Los niños del Llullaillaco. El niño y La niña del Rayo. Dos de los tres cuerpos hallados en la cima del volcán.
Los niños del Llullaillaco. El niño y La niña del Rayo. Dos de los tres cuerpos hallados en la cima del volcán. | (C) MAAM. Museo de Arqueología de Alta Montaña.

Existe en América del Sur un sistema de caminos consolidado durante el apogeo del estado incaico que fue construido en base a distintos senderos trazados por civilizaciones anteriores y que atraviesa la Cordillera de los Andes a lo largo de seis países.

Se trata del Qhapaq Ñan, conocido también como el Camino del Inca, una red que conectaba la ciudad de Cusco con todo el Tahuantinsuyo, el territorio que ocupaba el Imperio Inca desde Quito hasta el Tucumán y Cuyo y que está inscripto como bien cultural de la UNESCO.

Los objetivos de la red de caminos eran facilitar el transporte de mercaderías a lomo de llamas, la circulación de los chasquis que llevaban información, el movimiento de fuerzas militares, el traslado del Inca desde Cusco a otras regiones y el acceso a los puntos más altos de la cordillera para llevar a cabo rituales religiosos.

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La naturaleza era sagrada para las culturas andinas y las montañas fueron consideradas como dioses protectores de las comunidades a los que se debía rendir culto por medio de ceremonias y sacrificios.

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Objetos que formaban parte del ajuar de uno de los niños. (Foto: © M.A.A.M)

En la provincia de Salta se encuentra el LLullaillaco, un volcán que forma parte del Qhapaq Ñan y que con una altura de 6.739 metros sobre el nivel del mar es considerado el segundo volcán activo más alto del mundo (como referencia, téngase en cuenta que el Aconcagua, el pico más alto de la cordillera de los Andes, tiene una altitud de 6.960 metros sobre el nivel del mar). 

En 1952 una expedición realizó la primera ascensión deportiva al Llullaillaco y a su regreso dio a conocer la existencia de ruinas de construcciones pertenecientes a civilizaciones antiguas en distintos puntos del volcán.

Desde entonces se hicieron diversas expediciones con fines exploratorios, antropológicos y arqueológicos que aportaron información de manera sucesiva sobre los resultados de las investigaciones y excavaciones.

Finalmente, en 1999 se llevó a cabo una expedición dirigida por el antropólogo norteamericano Johan Reinhard y la científica argentina Constanza Ceruti con el financiamiento de la National Geographic en la que participaron catorce personas de la Argentina, Perú y los Estados Unidos que trabajaron durante días en la cima con temperaturas extremas y la escasez de oxígeno propia de la alta montaña.

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Objetos que formaban parte del ajuar de los niños, hallados en perfecto estado de conservación.  (Foto: © M.A.A.M)

En las ruinas de una plataforma ceremonial construida en la cima del volcán y tras haber hallado pequeñas figuras que conformaban parte de un ajuar mortuorio, el 17 de marzo los investigadores encontraron los cuerpos de un niño de unos siete años y una niña de quince años en perfecto estado de conservación.

Dos días más tarde se encontró el enterratorio de una niña de seis años. Son los Niños de Llullaillaco.

Los niños de Llullaillaco

La hipótesis más aceptada hasta la actualidad sostiene que los niños fueron ofrecidos en sacrificio en el marco de la Capacocha (o Capac Hucha), una serie de fiestas y ofrendas de agradecimiento que se realizaban en el tiempo de cosecha y que fueron documentadas en diferentes ocasiones por los cronistas españoles.

Aunque no hay certezas sobre el lugar en que nacieron, se cree que fueron enviados hasta el Cusco -el centro simbólico del mundo inca- desde sus zonas de origen con el objeto de participar de las ceremonias de la Capacocha. 

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Objeto que formaba parte del ajuar enterrado junto a uno de los niños.  (Foto: © M.A.A.M)

Tiempo más tarde debieron recorrer unos 1.500 kilómetros a pie hasta el volcán Llullaillaco donde fueron enterrados con vida como sacrificio al dios Viracocha, posiblemente sedados con chicha, ya que en los análisis de los cuerpos se encontraron rastros del consumo de alcohol de maíz.

Con temperaturas que pueden llegar a ser inferiores a los 20 grados bajo cero, la muerte sobrevino rápidamente por hipotermia

Los cuerpos se han mantenido intactos por alrededor de 500 años debido a la liofilización, un proceso natural a través del cual los fluidos del cuerpo se congelan y luego se subliman a causa de la baja presión atmosférica, es decir que pasan del estado sólido al gaseoso sin pasar por el líquido, lo que evita la descomposición de la materia orgánica.

Desde 2007 son exhibidos en el Museo de Arqueología de Alta Montaña (M.A.A.M) de Salta de a uno por vez dentro de cápsulas construidas especialmente para imitar las condiciones de temperatura, presión, incidencia de la luz y humedad del sitio donde fueron hallados.

Las momias fueron llamadas “El niño”, “La doncella” (la niña de quince años) y “La niña del Rayo” (la niña de seis años, cuyo cuerpo fue alcanzado por un rayo en algún momento y dejó visibles marcas de quemaduras en parte de su cara y su ajuar).

  • La Niña del Rayo

Tenía un poco más de seis años. Estaba sentada con las piernas flexionadas, las manos apoyadas sobre los muslos y su cara en alto apuntando hacia el Oeste-Suroeste. 

La Niña del Rayo
La Niña del Rayo. (Foto: © M.A.A.M)

Luego de su entierro, en algún momento una descarga eléctrica quemó parte de su rostro, cuello, hombros y brazos, al igual que sus prendas y parte del ajuar que la acompañaba.

Lleva puesto un vestido de color marrón claro ajustado en la cintura por una faja multicolor. Sobre sus hombros la cubre un manto de color marrón sostenido por un prendedor de plata a la altura del pecho. 

La cabeza y parte del cuerpo estaba cubierta por una manta de lana y todo el cuerpo estaba envuelto en otra manta de color claro con bordados rojos y amarillos.

Su cabello está peinado con dos trenzas pequeñas que salen de la frente, y lleva como adorno una placa de metal. Sus ojos están cerrados y la boca semi abierta. Como sinónimo de belleza y jerarquía, su cráneo fue intencionalmente modificado y tiene una forma cónica.

  • La Doncella

Tenía unos quince años de edad. Estaba sentada con las piernas flexionadas y cruzadas, sus brazos apoyados sobre el vientre y su rostro mirando en dirección opuesta a la niña del rayo. 

La Doncella
La Doncella. (Foto: © M.A.A.M)

Tiene un vestido marrón claro ajustado en la cintura por una faja con dibujos geométricos que combinan colores claros y oscuros con los bordes rojos. Sobre sus hombros lleva un manto  gris con guardas rojas, sostenida por un prendedor de plata a la altura del tórax. En su pecho tiene un conjunto de adornos colgantes de hueso y metal. 

Su cabello está peinado con pequeñas trenzas, como era costumbre en algunos poblados de los Andes. Los peinados y adornos en la cabeza servían para identificar a las personas cultural y geográficamente. 

Su rostro fue pintado con un pigmento rojo, y arriba de la boca se observan pequeños fragmentos de hojas de coca. 

Posiblemente esta joven haya sido una aclla o “virgen del Sol” educada en la “Casa de las Escogidas” o aclla huasi, un lugar privilegiado para las mujeres en el tiempo de los Incas.

  • El Niño

Tenía siete años de edad. Estaba sentado sobre una túnica gris con las piernas flexionadas y su cara -en dirección al sol naciente- apoyada sobre las rodillas.  Un manto marrón y rojo cubría su cabeza y mitad del cuerpo. 

Como todos los hombres de la elite incaica llevaba cabello corto y un adorno de plumas blancas, sostenido por una honda de lana enrollada alrededor de la cabeza. 

El niño
El niño. (Foto: © M.A.A.M)

Está vestido con una prenda de color rojo; tiene en sus pies mocasines de cuero de color claro con apliques de lana marrón; posee tobilleras de piel de animal con pelaje blanco y en su muñeca derecha lleva puesto un brazalete de plata. 

Sus puños están cerrados; el rostro no es visible y sus párpados están semi cerrados. Posee una ligera deformación del cráneo que sugiere su origen noble.

Como parte de su ajuar se encontraban cuatro grupos de objetos en miniatura representando caravanas de llamas conducidas por hombres con finas vestimentas, representando esto una de las principales actividades masculinas.

Las hondas eran usadas por los hombres con fines rituales; con ellas lanzaban piedras a las lagunas después de la estación seca para atraer a las lluvias.

Cosmovisión Incaica

Antes de la llegada de los incas la región andina del noroeste argentino y el norte de Chile estaba ocupada por pobladores que vivían en curacazgos gobernados por caciques, agrupados a su vez bajo la hegemonía de jefes mayores.

Aproximadamente en el año 1470 comienza el proceso de expansión del imperio incaico hacia el sur, con la imposición de su cultura, el idioma quechua y sus tradiciones sociales y religiosas.

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Miniaturas encontradas junto a uno de los cuerpos. Los tejidos y las plumas conservaron sus colores y texturas de manera extraordinaria. (Foto: © M.A.A.M)

El territorio que hoy pertenece a la Argentina formaba parte del Collasuyo, la región más austral de las cuatro que integraban el imperio.

El ritual de la Capacocha se realizaba a lo largo y lo ancho de todo el Tahuantinsuyo y adquiría características particulares en cada región de acuerdo a su geografía y tradiciones. Se cree que el objetivo de los sacrificios era enviar emisarios a los dioses con las peticiones del pueblo.

En la religión incaica cada ser vivo o muerto, e incluso aquellos objetos de origen mineral como los cerros, ríos o piedras, tenían una fuerza vital que los animaba.

La muerte era entendida como un viaje difícil desde una vida hacia otra y los difuntos eran enterrados con alimentos y un ajuar conformado por objetos de uso personal y miniaturas que reflejaban las costumbres de los pobladores.

Desde esta cosmovisión, los incas consideraban que los niños ofrendados no morían sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Es por ello que no debe juzgarse el ritual desde una perspectiva contemporánea.

Controversias

El descubrimiento de los cuerpos momificados y su posterior exhibición en una sala de museo generaron no pocas controversias y reclamos desde diversos sectores de la sociedad. 

El hallazgo de momias en las altas cumbres amplía la perspectiva histórica hacia el mundo precolombino en una región que ha construido su identidad cultural en torno al legado hispano.

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Desde el punto de vista de la concepción del universo que tenían los incas, los niños no morían sino que realizaban un viaje hacia otra vida en la que se reunían con sus antepasados.  (Foto: © M.A.A.M) 

En su artículo Los controversiales niños sacrificados del Volcán Llullaillaco ¿Son de todos, de muchos, de pocos o de nadie?”, el antropólogo e investigador Christian Vitry, miembro del equipo del M.A.A.M., sostiene que las momias forman parte de un patrimonio cultural que fue consensuado por toda la comunidad.

Tras un análisis de los diferentes reclamos señala que a lo largo de 500 años se ha dado una serie de modificaciones geográficas y políticas que impiden determinar el origen de los niños e incluso si pertenecen acaso a la misma región del hallazgo.

Por otra parte asegura que devolverlos al lugar donde fueron encontrados sería condenarlos a su desaparición pues quedarían en un lugar inhóspito, sin la posibilidad de controlar el patrimonio que finalmente sería presa de los buscadores de tesoros, tal como sucedió con “La Reina del Cerro”, el cuerpo momificado de una niña hallado en el cerro Chusca en 1922 que sufrió un deterioro significativo como consecuencia del tráfico ilegal de bienes culturales.

M.A.A.M.
El Museo de Arqueología de Alta Montaña funciona en un edificio de mediados del siglo XIX.

Los Niños de Llullaillaco se exhiben (sólo de a uno por vez, para reducir el tiempo de exposición) en el Museo Arqueológico de Alta Montaña (M.A.A.M.) de la ciudad de Salta junto con todo el ajuar que fue hallado en sus respectivos enterratorios. La Reina del Cerro también forma parte de la colección del Museo.

La institución ha recibido premios por cumplir con un riguroso estándar de calidad en cuanto a los medios y tecnología utilizados para la preservación de los cuerpos y objetos que se exhiben, así como por el trabajo de difusión cultural que lleva adelante. 

El cuerpo de profesionales que integran el staff del museo plantea que los niños no son simples objetos expuestos en una vitrina, sino los cuerpos de seres humanos en excelente estado de conservación que obligan a un tratamiento cuidadoso y respetuoso. Por tal motivo, no se permite tomar fotografías ni filmar.

El M.A.A.M. está en Mitre N° 77, ciudad de Salta, Argentina y puede visitarse de martes a domingos de 10.00 a 18.30.