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Sobre un deseo

El aparato teórico y los ejemplos de obra de los que se vale son inmensos e incluso eclécticos.

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Me informan mis topos en el consumo de medios que hubo alguna clase de problema en las últimas dos líneas de mi columna de la semana pasada, y que entonces no se entendería correctamente lo que quise decir. ¡Mejor! ¿Desde cuándo es importante que se entienda lo que alguien escribe? Así como Borges decía que hay erratas que mejoran el texto, todo error de edición juega a mi favor. Dejando constancia de mi agradecimiento a quien corresponda, paso ahora a versar sobre otro producto de la serie “Libros caros sobre los que escribo en Perfil para amortizar su compra”, en este caso Désirer Désobéir. Ce qui nous soulève 1, de Georges Didi-Huberman (Les Editions de Minuit, París, 2019, 688 páginas, 28, no traducido aún en castellano, cuyo título sería Desear Desobedecer. Lo que nos subleva 1). Desde al menos Pueblos expuestos, pueblos figurantes (Manantial, Buenos Aires, 2014, 272 páginas, traducción de Horacio Pons) Didi-Huberman viene llevando un giro a la izquierda, o, mejor dicho, no tanto un giro sino una profundización, una radicalización de sus trabajos anteriores. En sus dos libros sobre el pueblo (Pueblos expuestos… y Pueblos en lágrimas, pueblos en armas. El ojo de la historia VI, Shangrilla, Santander, 2018), al mismo tiempo que en Sublevaciones, la exposición itinerante bajo su curaduría, ya era cuestión de la relación –entendida como tensión o como diálogo o como conflicto– entre las imágenes y el estado de las cosas; entre el arte, la literatura y el pensamiento y la figura de la opresión; entre la estética y el deseo de un cambio radical. El aparato teórico y los ejemplos de obra de los que se vale son inmensos e incluso eclécticos, pero precisamente ese eclecticismo es ya una marca de autor en Didi-Huberman: la expresión de cierta urgencia intelectual, que sin embargo nunca es carente de rigor conceptual.

Los pasajes sobre cómo aparecen los extras en las películas de Eisenstein en Pueblos expuestos… son de una radicalidad crítica absoluta. La idea de que en Eisenstein cada extra es un rostro y cada rostro una persona singular, y que son las personas singulares las que forman el pueblo y que esa cadena es la que vuelve revolucionaria la mirada del director, conlleva efectos políticos que van más allá del cine soviético de vanguardia. Ahora en Désirer… va un paso más lejos hasta convertir el texto en una inmensa antropología filosófica, o en una antropología estética, donde es cuestión de la sublevación, tomando como disparador las películas de Chris Marker, como aquello que “supone una muy profunda solidaridad que liga a los sujetos, con sus duelos y sus deseos”. Dicho en otros términos: la pregunta que guía Désirer… es cómo seguir pensando en términos colectivos, en crisis –tal vez– los conceptos de clase, nación o pueblo. La respuesta reside en ese lazo que se actualiza en el deseo de sublevación, en el acto de sublevarse, en el momento instituyente en el que el movimiento, siguiendo a Walter Benjamin, permite “organizar nuestro pesimismo”.

El libro avanza como una inmensa arqueología que atraviesa autores, artistas, lugares y situaciones ancladas todas en el lapso que abarca desde la Revolución Francesa hasta el pasado reciente, en el que la figura del gesto de la sublevación se vuelve una poética. El 1 del subtítulo preanuncia una parte 2. Estaremos muy atentos.