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Probé el maquillaje

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| Cedoc

Pero no me funcionó. Sharon Olds lee ocho de sus asombrosos, simplísmos poemas en la edición virtual de Filba, el verdadero festival de las letras en Buenos Aires. ¿Qué mejor ocasión para conocer no solo a Sharon sino también a tantos otros poetas que, al no tener que venir, vinieron?

Mucho se dirá de este Filba que estuvo a punto de no tener lugar y que de pronto aterrizó en la pandemia con una contundencia, una riqueza y una madurez inesperadas. ¿Cómo defender lo indefendible, que la no presencia agrega a la literatura un condimento inesperadamente bueno?

¿A qué vamos a las ferias de literatura? ¿A feriar, a maquillarnos, a subirnos a un estándar, a ritualizar, a igualar, a comparar? En todo caso hoy que llueve y estoy optimista porque sólo queda esperar que pare, me confieso –sorprendido– que seguramente me veré cada charla y cada lectura, todos asuntos que si hubiesen ocurrido de modo presencial tal vez me habría perdido.

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Sharon Olds es un ejemplo hermoso de esta paradoja. Está en su casa, revuelve en sus libros, se esconde un poco tras ellos y tras dos hebillitas cuando lee su poema al himen o describe con pulso propio e irrepetible la experiencia del surgente falo, mágico como las babosas de la infancia cuando despliegan sus antenas en silencio. Sharon se mete en nuestra casa y en la de Inés Garland, su traductora; le lee a ella, que se conmueve como nosotros, y nada interfiere en este rito entre las palabras y sus escuchadores. Estamos solos e íntimos, conectados y sorprendidos; desnudados y –como Sharon– demaquillados.

Filba virtual, supongo, llegó para quedarse. Es altamente probable que cuando la pandemia se termine valoremos otra vez la reunión presencial, dejemos que los aplausos maquillen las palabras, busquemos dónde estacionar o cómo llegar y nos perdamos la mitad o el 90% de todo lo que había. Pero por ahora es lógico que al festival asistan estas cantidades inesperadas de públicos de Buenos Aires y de todo el mundo. Una buena.