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filantropia

Por la razón o por la fuerza

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De visita en Argentina y Uruguay, una prestigiosa académica norteamericana especialista en temas de filantropía me preguntaba si yo veía alguna oportunidad para que las clases más pudientes de la región se involucraran más en devolver (léase donar) recursos a la sociedad que los hizo ricos, dados los enormes grados de inequidad social existentes en América Latina. Le respondí que esa había sido una esperanza frustrada durante los años de democratización de la región, pero que nada importante había sucedido. Salvo algunos pocos casos individuales, los ricos latinoamericanos habían copiado en casi todo a sus pares del Norte en cuanto a su gestión empresarial –generalmente ligada a prebendas del Estado–, pero menos en su capacidad de aportar de su propio pecunio para hacer de estas sociedades algo mejor en términos de bienestar.

Quizás confundido con las expresiones de la esposa del presidente Piñera de Chile hechas públicas: “Vamos a tener que ceder algo de nuestros privilegios y compartir más”, me aventuré a decirle que las recientes rebeliones populares de Chile, Ecuador y Haití quizás le agregaban un nuevo incentivo –el miedo– a las clases más poderosas, relacionadas al menos a cuidarse a sí mismos y a sus negocios. Muchas pancartas en las calles chilenas llevaban el título de esta nota. Tal vez el miedo a estas rebeliones de “alienígenas” los impulse a tener actitudes y comportamientos más solidarios y más responsables, aunque el motor de ello fuera el egoísmo y el interés propio. Le pareció interesante mi opinión a mi interlocutora académica.

Sin embargo, mi hipótesis parece haber tenido una rápida respuesta que la da por el piso. En una nota en el diario Perfil de Buenos Aires, donde se citan las declaraciones del cofundador de una empresa de gestión patrimonial llamada TwinFocus Capital Partners de Estados Unidos, se dice que la volatilidad “es francamente un buen negocio para nosotros”. Lo explica señalando que algunas de las familias más ricas de América Latina buscan obtener mayores beneficios de su dinero a medida que la ola de disturbios se extiende desde Quito a Santiago. Textualmente dice que las familias “están realmente enfocadas en intentar sacar activos de su país y en diversificarse lejos de este riesgo país muy específico”. Uno de los servicios más solicitados para preservar fortunas familiares en la región es el asesoramiento fiscal, lo que en la jerga cotidiana se traduce en evasión de impuestos o fuga de capitales.

Parece que ni la más cruda realidad de pobreza, exclusión y desigualdad que ellos mismos han provocado con sus corrupciones, manipulaciones de precios y negocios con el Estado hace reaccionar a nuestras clases pudientes. El verdadero “riesgo país” no es en realidad una cifra que influye en las inversiones sino el hecho de continuar ahondando la fragmentación social, el deterioro ambiental y la desigualdad. Ese riesgo es, en otras palabras, el de una sociedad fracasada. Hacer filantropía inteligente y estratégica no es reemplazar la responsabilidad del Estado ni tirar migajas de sus ganancias a los excluidos, sino demostrar a la sociedad que realmente les importa vivir en una sociedad donde el éxito se mida por el bienestar de todos y no de unos pocos. Si no lo hacen por la razón, tarde o temprano tendrán que enfrentarse por la fuerza.

Coordinador del programa ELLAS-Mujeres y Filantropía en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad (Cedes).