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"Peronistas somos todos"

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Con esta frase respondía Perón al periodista que le repreguntaba: “¿Y entonces dónde están los peronistas?”, después de que el general afirmara que “en Argentina hay un 30% de radicales; un 30% de conservadores y otro tanto de socialistas”. Armonizar ambas respuestas requiere sumar a la identificación política partidaria de “peronismo” una categoría sociocultural dominante en nuestra sociedad que influye en los comportamientos electorales de los ciudadanos, por sobre sus identidades partidarias. A esta categoría sociocultural parece referirse Perón cuando dice “peronistas somos todos”.

Entender el contenido de esta categoría, su consolidación a través de diversos períodos históricos y su relación con la elección de gobernantes parece una tarea necesaria.

Entre los contenidos de esa categoría sociocultural se destacan: 1) una concepción de los procesos políticos como satisfactores de demandas, sin preguntarse por los recursos necesarios para atenderlas; y 2) una concepción  mágica del Estado que como la lámpara de Aladino derrama riquezas con solo frotarla.

Categoría sociocultural que encuentra sus raíces en el importante crecimiento económico de nuestro país derivado de un modelo agroexportador que nos ubicó a fines del XIX y comienzos del XX como quinta potencia económica mundial. Desde entonces, los argentinos estamos convencidos de tener un país rico, sin preocuparnos por poner en marcha una estrategia económica que convierta sus posibilidades en riqueza genuina. Agotado ese modelo, se perdió el rumbo económico y aparecieron gobiernos radicales que buscaron atender las demandas usando al Estado para crear empleo público (Yrigoyen incluso fijó sueldos mínimos pero solo para ese tipo de empleo). Con Perón se vuelve a poner el Estado al servicio de las demandas, ahora de la clase trabajadora (como antes se privilegió a la clase media), aprovechando otra bonanza económica que también viene del exterior: la Segunda Guerra Mundial, que expande nuestras exportaciones. Alfonsín tomó conciencia de la continuidad y complementariedad de los procesos liderados por Yrigoyen y Perón y se propuso organizar el “tercer movimiento histórico” pero, al no contar con las condiciones externas que lo posibilitaran, fracasó. Desde entonces, el patrimonio de esta cultura se inclina hacia dirigentes que se identifiquen con el peronismo.

Los efectos de este fenómeno sociocultural sobre la práctica política son claros: si tanto los trabajadores como la clase media tienen grabada en algún rincón de sus subconscientes esta “convicción” de que somos un país rico y que solo se trata de distribuir adecuadamente esa riqueza, votarán por las fuerzas políticas que prometan hacer realidad lo que esa convicción señala.

Esto deja pocas posibilidades electorales a fuerzas políticas de “derecha”; y el voto se repartirá entre radicales y peronistas, con predominio de estos últimos. En situaciones de crisis, de esas que nos golpean con demasiada frecuencia, la clase media no duda en votar por candidatos que utilizan un discurso más ligado al peronismo, el que le da más confianza ya que se trata de un discurso que apunta a lo material. Mientras los radicales declaman que con la democracia se come, se educa y se cura, los peronistas tienen un menú más concreto para los diferentes sectores sociales. Para la clase media, servicios públicos subsidiados y una política cambiaria que mantiene el dólar accesible para viajes y compras en el exterior, además de empleo público menos apto para la clase baja. Para esta, planes sociales, AUH, garrafas subsidiadas y precios controlados.

La mayor frecuencia de triunfos electorales de peronistas, a veces con más del 50% de los votos, no se deriva de lo hecho por ellos en mandatos anteriores (generalmente deficitarios), sino de la vigencia de esa categoría cultural que los mantiene como la oferta más confiable para atender las demandas socioeconómicas de las mayorías.

 

*Sociólogo. Club Político Argentino.