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Notas para un montaje

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| Cedoc

Entre las revelaciones consignadas en Historia de una investigación, hay una que recordé en estos días: esa en la que Enriqueta Muñiz registra a Rodolfo Walsh, antiperonista por entonces, advirtiendo cómo el antiperonismo afianzaba el peronismo, lo asentaba y le daba consistencia, en vez de, como pretendía, debilitarlo o suprimirlo. La propia Enriqueta Muñiz anota algunas páginas más adelante, en ese diario del 57: “¿Cuántos peronistas ha hecho esta dichosa Revolución Libertadora?” ((la fórmula podría caberle incluso al mismo Walsh).

El debate sobre si los octubres fueron setenta y cinco o fueron setenta y seis me pareció menor, un mero chicaneo de redes; en cambio, tomé nota de lo que señaló Sabrina Ajmechet aquí en PERFIL: que buena parte de las fotos que asociamos con el 17 de octubre de 1945 corresponden en realidad a octubre de 1946. Pertinente aclaración que podría indicar, tal vez, que el tiempo histórico y el tiempo mítico, opuestos por definición, llegan a fusionarse en algunos casos, y un hecho ser todos los hechos, retornar eternamente.

Entre esas fotos, mi predilecta no es la de la patas en la fuente, sino otra: la del tranvía abarrotado de peronistas en camino hacia la plaza. Esa imagen expresa ímpetu, por el avance del tranvía; pero también desborde, puro desborde de cuerpos. Hay gente que viaja colgada del lado de afuera, hay gente amuchada en el techo, hay gente apretada adentro. Pura energía (en un costado del tranvía, hay un aviso de vitaminas) y hay pura euforia, todos lucen notoriamente felices. Un cartel de Juan Perón (su rostro y su nombre) oculta a medias uno más chico, de Coca-Cola. El tranvía que alguna vez transportó, con Oliverio Girondo, veinte poemas de espíritu moderno, transporta ahora una porción de cultura popular carnavalesca. Bajtin en un tranvía, su conversión a la modernidad.

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Me gusta esa imagen (más allá de que, a diferencia de Walsh, no soy peronista, y a diferencia de Walsh, no soy antiperonista). Me gusta el que en el techo se agacha y queda de traste, me gusta el sombrero revoleado, me gusta el que va parado en la ventana, su desenfado, su diagonal. Pero en esta foto no puedo no ver a la vez otra, varios años posterior: la foto del trolebús destrozado por el bombardeo a la Plaza de Mayo de junio de 1955, uno de los hechos criminales más graves de nuestra historia. Hay dos víctimas que alcanzan a verse todavía en el interior del vehículo. A la vera, sobre el empedrado, dos cadáveres, cuerpos rotos.

Ya sabemos lo que puede un montaje: suscitar, con dos imágenes, una tercera, que no está. Para ver, en este colectivo, aquel tranvía; para ver, en estos cuerpos, aquellos cuerpos. Para indagar, si cabe, en la figura que componen con su yuxtaposición de tiempos, una clave de la historia, una clave del presente.