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No es el virus, es la necedad, estúpido

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Bill Clinton. | Pablo Temes

Este título redundante hace referencia a la famosa frase de James Carville empleada para mantener enfocado el mensaje de la campaña de Bill Clinton en la economía. Tanto en mis caminatas “permitidas” como en mis salidas para hacer algunas compras he constatado con frustración que la amenaza verdadera de la humanidad es la necedad y no el coronavirus.  No tengo justificación científica para sostener esta afirmación, simplemente comparto aquí algunas reflexiones existenciales con algún fundamento en la realidad.

En estos días estoy leyendo Resistencia y sumisión de Dietrich Bonhoeffer. Sobre la necedad, escribió que es un enemigo más peligroso que la maldad ante el cual carecemos de toda defensa. Cabe recordar que Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano, escribía sobre la necedad mientras se oponía con todas sus fuerzas al puro mal del nazismo. En 1945 fue llevado al campo de concentración de Buchernwald y fue ejecutado.

Sobre la necedad humana en tiempos de pandemia podría dar muchos ejemplos, cito solo uno.

Un hombre de 30 años que creía que el coronavirus era un engaño asistió a una “Fiesta Covid” y murió tras ser infectado con el virus, según un hospital de Texas.

Lo que sigue puede ser etiquetado como una true story de acuerdo con los criterios de los productores de la serie Fargo. El tejano en cuestión llega al Good Place (para los que han visto la serie, o al cielo para los más tradicionalistas) y lo recibe Michael, arquitecto que diseñó un barrio cerrado para vivir eternamente feliz (San Pedro, el portero del cielo, lo haría en la versión más difundida y que da lugar a numerosos chistes). Michael le da la bienvenida y le dice a nuestro amigo tejano que en su acta de defunción se registra la necedad como causa de su muerte.

Por este motivo no puede ir al Bad Place (el temido infierno) porque no es una persona mala pero tampoco puede pasar al Good Place porque no ha sido sabio para cuidarse y cuidar a los demás. Por necio debe esperar que a través de repetidas iteraciones pueda alcanzar la sensatez que le permita cuidarse y cuidar a los demás. Hasta aquí la parábola, se non è vero è ben trovato.

Abunda el material de lectura sobre las perspectivas poco halagüeñas para el futuro de la humanidad si no hacemos algo fundamentalmente distinto, es decir, si no cambiamos radicalmente de mentalidad. Cito solo dos libros que tratan el tema: Our Final Hour (2003) de Martin Rees, astrónomo real británico, y The Precipice: Existential Risk and the Future of Humanity (2020) de Toby Ord, filósofo en la Universidad de Oxford. Me parece que desde este extremo del mundo donde vivimos es la primera vez que percibimos una amenaza global que pone en riesgo a toda la humanidad.

En nuestra memoria colectiva de argentinos no registramos los riesgos de una guerra nuclear o de un desastre como el de Chernobyl. Hoy quizás la amenaza la constituyen ciertos líderes mundiales con un alto grado de necedad o algunas franjas fundamentalistas de la humanidad que, por ejemplo, se oponen a la vacunación o al uso del barbijo.

Como todos somos portadores de necedad –más o menos sintomáticos–, me resisto a creer que en el acta de defunción de la humanidad se adjudique su desaparición a la necedad y no a alguna catástrofe cósmica.

La ignorancia y la necedad se derrotan con una buena educación que nos haga sensatos, compasivos del sufrimiento del otro, y forme la inteligencia y el corazón en la búsqueda de la verdad, que en definitiva nos hará libres. Aunque tal vez yo soy un necio, espero contra toda esperanza.

*Jesuita, doctor en Astronomía, investigador del Conicet, Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano.