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Memorias livianas

¡Qué lindas las anécdotas de la burguesía bohemia de entonces! Lástima que después se pudrió todo.

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Ando cada vez más despistado: quería ir a la Feria del Libro pero tomé el subte en la otra dirección, así que no me quedó más remedio que ir a ver las librerías de viejo del Centro. En una, en Corrientes al 1300, encontré por míseros 80 pesitos dos ejemplares de Memorias. Tras los dientes del perro, de Helvio I. Botana (Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1977). Puedo afirmar que de esos dos ejemplares, al menos ya uno fue vendido –a mí por supuesto– como excusa para escribir este entretenimiento dominical. Helvio es el hijo de Natalio Botana, fundador del diario Crítica en 1913, máxima expresión para la época de lo que hoy llamaríamos “sensasionalismo”. Pero a la vez fue profundamente innovador en las formas de escritura y organización de la redacción, tuvo gran influencia política (sobre todo por su apoyo al golpe militar contra Yrigoyen) y mantuvo cierta aura bohemia por la gran cantidad de escritores que allí trabajaron, como Roberto Arlt, Raúl González Tuñón o Alfonsina Storni, sin contar la Revista Multicolor de los Sábados, suplemento cultural del diario, que dirigió Borges por poco más de un año, entre agosto de 1933 y octubre de 1934.

Las Memorias dan cuenta en buena medida de ese mundo, del mundo de su padre, del diario, de la vida cultural de entonces y de toda clase de anécdotas entre entretenidas y livianas del mundo de la alta burguesía algo decadente, a la que pertenecían los Botana. También hay buenos retratos de las excentricidades de su madre, Salvadora Medina Onrubia, feminista, anarquista, dramaturga, futura abuela de Copi, sobre quien ejerció gran influencia. De esas anécdotas livianas, permítanme transcribir dos. La primera sobre Vicente Huidobro, que en el libro funciona como preludio a otra anécdota bastante más larga sobre su broma ante el ego desproporcionado del poeta chileno (y también del de Neruda). Precisamente, según Botana, Huidobro “celaba a Neruda en forma enfermiza y a toda costa quería aparecer como peligroso izquierdista”. Entonces, cuenta Botana: “Mi amistad con él nació en Buenos Aires. Se hospedó en Don Torcuato, mientras falsificaba la documentación para entrar clandestinamente a Chile. Se dejó la barba, se puso anteojos negros y con pasaporte falsificado cruzó la frontera con gran facilidad. Cuando salía de la aduana se le acercaron unos policías y, respetuosamente, gorra en mano, le dijeron: ‘Niño Vicente, dice don Arturo (por Alessandri, presidente de Chile) que por más que haga tonterías nunca lo va a poner preso’”.

La otra sobre Omar Vignole, el autor de El hombre de la vaca, gran personaje de la bohemia de esos tiempos: “Se procuró una vaca a la que hablaba y por medio de eméticos hacía defecar donde y cuando quisiera. Un día la llevó hasta las puertas del Congreso, improvisó una granja contra los políticos y en su momento le preguntó a la vaca cuál era su opinión y la vaca respondió defecando”.

 ¡Ah, qué lindas las anécdotas livianas de la burguesía bohemia de entonces! Lástima que después se pudrió todo. La policía dejó de ser amable, a los intelectuales y poetas de izquierda se les bajó el copete de la soberbia mandándolos al exilio o conduciéndolos a mesas de tortura y asesinato. Más tarde, muchos periodistas se dedicaron a la extorsión y a toda clase de operaciones corruptas, entre otros menesteres. ¿Cómo serán los libros de memorias de nuestro tiempo?