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Los que viven del delito

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Elias Neuman. Maestro de abogados, penalista y autor de varios libros judiciales. | cedoc perfil

El título de este artículo emula el nombre de uno de los  libros más afamados, de Elías Neuman, maestro de abogados penalistas. En él en las “palabras previas” dice: “El delito y sus artífices, los delincuentes, han constituido, por gestión y sedimentación, una colosal industria de la que viven millones de hombres y mujeres de todo el mundo. Se vive “del”, “por”, “con”, “en contra” y “a favor” del delito. Pero no sin él.

Neuman describe como lo que llama “industria de la delincuencia” permite que delincuentes, jueces, policías, abogados, fiscales, empleados, guardiacárceles, peritos, periodistas, editores de libros, etc, vivan y trabajen en torno del fenómeno delictual.

En las semblanzas de cada uno va desgranando las distintas características de estos “grupos” de trabajo en torno del delito: por supuesto habla de los abogados; mal de los malos abogados; bien de los buenos. Y aquí, llegado al punto en el cual corresponde hablar de los abogados, abandono el cómodo  paraguas intelectual de Neuman a riesgo de generar la antipatía y reprobación general. El abogado es la figura infaltable en todo proceso y en todo “el” proceso que se desencadena producido el hecho presuntamente delictual. Los abogados también vivimos de la producción del fenómeno social llamado “delito”; y el rol que nos toca será de tal o cual manera dependiendo de cómo se lo ejerza. La profesión de abogado es tan noble que permite que alguien honorable defienda a alguien que no es honorable.

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El abogado que defiende a un narcotraficante o a un funcionario corrupto puede ser tan honorable como aquel que defiende a un periodista injustamente querellado por decir la verdad o a un funcionario denunciado por enriquecimiento ilícito.

No se puede estigmatizar ni condenar a alguien por hacer su trabajo siempre que la forma y la sustancia de ese trabajo sea legal. El trabajo del abogado, penalista, es defender personas sospechadas de cometer delitos; muchas veces verdaderos delincuentes. Algunos abogados podrán vivir “del delito” pero esto no significa que hayan participado en cometerlo.  

El trabajo de abogado en un Estado de derecho es crucial, el secreto profesional también, si no, no existiría el derecho de defensa. Y si no se puede condenar a nadie por hacer bien su trabajo, tampoco se lo puede condenar por cobrar por ello. El origen lícito o ilícito de los fondos con que se pagan los honorarios del abogado no torna ilegítima o antiética la conducta de cobrar honorarios ni de desempeñar su trabajo. El abogado no tiene obligación  ni derecho de averiguar de dónde viene el dinero con el cual le pagan por hacer su trabajo; como no tiene obligación de averiguar una agencia de publicidad o un medio de comunicación social de donde viene el dinero con el cual el cliente paga la publicidad comercial o la propaganda política; esta obligación sí puede tenerla el Estado o algunas entidades dedicadas al tráfico de dinero, como los bancos, las financieras, etc. Las posiciones que juzgan y condenan a los abogados por las conductas de sus clientes son hijas de la hipocresía y del autoritarismo.

Ahora los de baja estatura moral e intelectual de siempre, que lucran con el disfraz de periodista, han empezado a cuestionar la onerosidad de los servicios abogadiles, con un discurso de moralina barata y sobre todo mucha hipocresía. La corrupción es mala para la sociedad, nunca tanto como la estigmatización y el prejuicio.

Se ha generalizado una suerte de estereotipo del abogado, y existe una tendencia a emparentarnos con diversas especies del reino animal; así se habla de “cuervos”, “lechuzas”, “aves negras” y, más benignamente, de “águila”.
Dichos y bromas aparte, debe tenerse en cuenta que en una república el imputado de un delito tiene derecho a “poner a prueba el sistema” y que el ejercicio de la acción penal, es decir, la facultad estatal de perseguir y castigar, no puede hacerse a como dé lugar, sino que debe hacerse conforme las pautas constitucionales y legales vigentes. El abogado sirve para eso, para garantizar un debido proceso; en palabras de Elías Neuman: “Es como los faros de un automóvil, alumbran la ruta pero no lo manejan”.

 

*Abogado.