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Para decirlo con una frase de Foucault sobre Deleuze, puede leerse Living my Life como una introducción a la vida no fascista

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Cuando compro libros afuera, inmediatamente escribo una columnita sobre ellos, para amortizar el costo (mi estipendio como periodista cultural es tan módico, que muchas veces incluso salgo perdiendo). En este caso, versaré sobre Living my Life, de Emma Goldman (Pluto Press, Londres, 1988. Hay traducción al castellano, que no leí: Viviendo mi vida, Capitán Swing, Barcelona, 2014), que un amigo me consiguió en una de las pocas librerías de viejos que quedan en Charing Cross, en Londres. Publicado originalmente en 1931, la edición de Pluto Press consta de dos volúmenes de alrededor de 450 páginas cada uno. Nacida en Lituania –entonces bajo control del Imperio Ruso– en 1869, muerta en Toronto en 1940, Goldman fue una de las más extraordinarias anarquistas feministas judías, en la época en que la suma de esas tres palabras eran sinónimo de una sola: revolucionaria. Pronto, en la adolescencia, emigró a Estados Unidos –para evitar casarse, como pretendía su padre– y en Nueva York se convirtió en una de las figuras claves de las revueltas obreras, anticapitalistas y libertarias, incluso desde la prisión a la que la enviaron en 1893. En 1916 fue encarcelada nuevamente por escribir y distribuir un panfleto a favor de la anticoncepción. Entre medio, pasó una temporada de dos años (1920-22) en la Rusia revolucionaria, sobre la que escribió dos libros notables (Mi desilusión con Rusia y Mi posterior desilusión con Rusia), en los que da cuenta del stalinismo naciente. Por supuesto, apoyó al bando republicano durante la Guerra Civil Española, antes de exiliarse definitivamente en Canadá.

Para decirlo con una célebre frase de Foucault sobre Deleuze, puede leerse Living my Life como una introducción a la vida no fascista. Volver sobre estos textos no es una acción arbitraria, casual, excéntrica, sino una decisión política en un tiempo, el nuestro, en que los fascismos nos rodean como “el agua por todas partes”, de la que habla Virgilio Piñera en La isla en peso (fascismos de nuevo tipo: fascismos que ya no se oponen a la democracia, sino que usan las herramientas de la democracia a su favor. Este es el momento en que democracia y fascismo se vuelven indistinguibles).

Living my Life abre con su llegada a Nueva York (como si su vida pasada no tuviera importancia), donde rápidamente conoce a Alexander Berkman (quien será su pareja, brevemente, y compañero intelectual de ruta, toda la vida) y termina en el Midi francés, territorio en el que escribe el libro, en medio de diversas giras de propaganda anarquista y militancia feminista. La autobiografía avanza bajo el mandato de lo narrativo: hay pocos excursus teóricos o recodos programáticos, y la vida es pensada como un relato de la militancia, las acciones, la lucha contra la opresión, en particular cuando la opresión habla en nombre de la libertad y la igualdad de oportunidades, retórica cínica de la democracia norteamericana de esos años (y de todos los años y lugares).

Hacia el final del libro narra su llegada a Canadá. Se encuentra con que casi no hay grupos anarquistas, sino que “solo había activo un grupo yiddish, pero sin experiencia en organizar conferencias en inglés”. Después de haber cruzado de Rusia a Estados Unidos, de estar presa, de cientos de actos y proclamas, Goldman vuelve a empezar de cero. Optimismo de la voluntad.