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avatares

Las mudanzas y el Jumanji

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| Cedoc

Mi padre se mudó dos veces en toda su larga vida. Primero, a los 50 años, cuando se compró una casa y se fue de la casa donde nació (y donde nacieron mis hermanos y yo), y la segunda vez cuando abandonó la forma humana y se fue al lado oscuro de la luna. 

Para algunas personas las mudanzas son una verdadera maldición. Me han repetido estas frase miles de veces: “Está considerada la mudanza algo tan traumático como la muerte”, y “Tres mudanzas son igual a un incendio”. ¿Habría que hacer un duelo después de mudarse? No conozco a nadie que haya vuelto de la muerte, con lo cual no se sabe si es tan traumática como dicen. Supongo que depende de dónde pongas el foco, como en todas las cosas de la vida. Tal vez mudarse de un lugar donde se fue muy feliz a otro donde se tiene la certeza de que lo que nos espera es la infelicidad debe de ser traumático.  Pero nadie va a negarme que debe ser necesariamente tranquilizador mudarse de un lugar en donde se es enormemente infeliz a otro en donde se tiene la certeza de que se encontrará la felicidad. Aunque no sea cierto, eso no importa.   

En cuanto al fuego... Supongo que con la exageración, el dicho quiere poner de manifiesto algo que sin duda es cierto, y es que en las mudanzas se pierden muchas cosas. Qué duda cabe. Golpes, caídas, olvidos y decisiones intempestivas –buenas y malas– hacen que a veces nuestras posesiones mermen, disminuyan en mayor o menor grado, a veces incluso beneficiándonos. Pero viendo los incendios de California y Córdoba no puedo dejar de pensar en que la analogía resulta exagerada: en un incendio se pierde mucho más que en tres mudanzas. En un incendio se pierde todo, después de un incendio no queda nada.

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Hugo Pratt, el genial creador del Corto Maltés, no disfrutaba de estar siempre en un mismo lugar, con lo cua le gustaba vivir en hoteles y en casas alquiladas. Y solo al final de su vida, cuando tenía una inmensa biblioteca decidió comprar una casa y vivir en ella, en Suiza. Duró poco ahí. Se ve que el Diablo nos quiere con los pies fríos. Por eso hay que caminar, caminar. Y para estar en constante movimiento y mudarse, no hay que acumular cosas. 

Hace poco mis hijos veían Jumanji 3, una película donde los personajes entran a un videojuego y encarnan avatares que no se parecen en nada a ellos en la vida real. Dos ancianos que juegan al Jumanji en el videojuego son una japonesa joven y un caballo alado. Cuando le ganan al Jumanji y pueden salir del juego y volver a la vida real, si es que algo así existe,  uno de ellos decide quedarse en el videojuego, porque, dice: “Tengo 75 años y recién he aprendido a volar como caballo”. El otro anciano que regresa de la matrix está encarnado en Bob Hopkins, quien aparece en pijamas en una buhardilla. Un chico joven –que también volvió del Jumanji– le dice: “La vejez es terrible, ¿no?”. Y el abuelo, que en el juego era una japonesa joven, después de pensárselo un poco le dice: “La vejez… es un regalo”.