COLUMNISTAS
EE.UU. y la pandemia

El virus social

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El big data o análisis de datos tuvo su apoteosis cuando saltó el escándalo de Cambridge Analytica vinculado a la elección de Donald Trump y, posteriormente, en la operación para ayudar a sacar al Reino Unido de la Unión Europea, en la que tuvo un rol central Dominic Cummings, actual asesor especial del primer ministro Boris Johnson.

Su influencia no fue poca, sin duda, pero además de transportar fake news, manipulaciones de todo tipo y llegar a sitios físicos y emocionales, donde otros mensajes no penetraban, en estos casos concretos se puede decir que hubo un vector de comunicación cuyo relato operaba sobre algo muy concreto, lejos de cualquier posverdad: el estado real de las cosas.

En Argentina, durante el ciclo electoral del macrismo, también se llevó a un primer plano la eficacia del trabajo de los datos por encima de cualquier variable de la realidad. Lo cierto es que, superada esa experiencia, se puede comprobar que esa operación electoral funcionó (también con la colaboración de Cambridge Analytica), ayudó en la obtención de los resultados cuando las variables económicas permitían objetivar cuestiones críticas del gobierno anterior, a las cuales eran sensibles grandes sectores de clase media y media alta. El resultado de la elección nacional de 2019 puso en evidencia el trabajo de esos laboratorios digitales, ya que ante la situación económica desatada en 2018 sometió al país a una situación extrema que ahora debe, además, manejarse en el escenario de la pandemia global.

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Cuando en Estados Unidos ya parecía evidente que el triunfo de Trump no era solo una mala pesadilla y podía llegar a la Casa Blanca, varios estudios de investigación pusieron sobre la mesa encuestas que convivían con las fake news ayudando, con su verdad, al flujo de las mentiras. Un estudio de Working America reveló entonces que la gente tenía más miedo que odio, que tras la recesión el futuro se les había diluido y que, en ese contexto, el relato de Trump sobre proteccionismo no sonaba mal. La gente, afirmaba el estudio, en términos generales no es racista, y quienes tienen prejuicios raciales los expresan en menor grado que el discurso extremo de la campaña American First. Ocurrió que cuando Trump decía que el matrimonio Clinton y Obama había construido China y destruido los Estados Unidos, no era que creyeran lo primero, sucedía que padecían lo otro, más allá de que el deterioro hubiese comenzado mucho antes. Las preocupaciones de los trabajadores no estaban en la agenda demócrata, volcada a la clase profesional ilustrada, una “clase creativa” involucrada en cosas innovadoras como los derivados financieros y las aplicaciones para smartphones. Así se percibía a la izquierda, que apoyó a Hillary Clinton en las dos costas formando un paréntesis que contiene al centro oprimido que votó por Trump.

En Reino Unido ocurrió algo similar entre la centralidad progresista e ilustrada de Londres y el resto del territorio, un amplio campo de batalla al que llegó Boris Johnson prometiendo a los derrotados un futuro venturoso y, a veces, como en el gag de Les Luthiers, dos.

¿Todo es obra del big data y el endiablado algoritmo de la posverdad?

En noviembre, pandemia mediante, se volverá a poner a prueba ya que Joe Biden está forzado a realizar, por primera vez en la historia, una campaña virtual. Desde su casa en Delaware, protagoniza a diario actos electorales de manera fría y torpe. Todas las crónicas que se publican son extremadamente críticas, a tal punto que dos ex asesores de Obama han escrito un largo artículo en el New York Times en el que enumeran una lista de consejos, entre los que le sugieren el uso creativo de las herramientas virtuales y el abandono del sótano. En la página de U.S. News celebran, no sin ironía, que, de momento, al menos se haya desplazado con la computadora al salón.

¿Será esta vez la pandemia quien venza a Trump? Nada de lo que ocurra podrá adjudicarse solamente al big data. El algoritmo propone, el virus social dispone.

*Escritor y periodista.