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El virus sanjuanino

Refinando la idea, creo que el virus los predispone a hacer de la literatura universal un asunto argentino del siglo XIX.

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Dos libros impresos en agosto de 2019 se relacionan con Sarmiento. Ambos están escritos por licenciados en Letras de la UBA, lo que me hace pensar que en esa carrera inoculan a los alumnos con un virus que los obliga a meter a Sarmiento hasta en la sopa. Refinando la idea, creo que el virus los predispone a hacer de la literatura universal un asunto argentino del siglo XIX y a creer que las discusiones especializadas en torno a un puñado de escritores y políticos de esa época están en el centro del mundo, son el eje que ordena el pensamiento y la historia universales.

Ana Ojeda nació en Buenos Aires en 1979, y su novela Vikinga Bonsái comienza parodiando al Facundo: “¡Sombra terrible de Fecunda, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Vos que conocés el secreto, ¡desembuchá!...”, como si la operación sarmientina debiera repetirse con los cambios adecuados a la época: lenguaje inclusivo, costumbrismo urbano, supresión de los artículos (“al cabo de breve teclear, dar con institución que ofrece curso”) como un modo de homenaje o de invocación obligatoria.

Ojeda utiliza a Sarmiento como un gadget más de una escritura que parece dictada por una impaciencia que pide ser calmada con adornos. En cambio, desde el título mismo, Emilio Jurado Naón (Buenos Aires, 1989) toma en Sanmierto al discutido prócer como centro de su ¿novela, poema? y es como si el virus hubiera alcanzado allí el punto en el que la epidemia por él desencadenada no pudiera llegar más lejos. Con una prosa barroca, musical, erudita, casi cubana (“Urquiza, jeque del tejemaneje”), poblada de referencias a los fluidos y excrecencias corporales (¡un poco de recato, pazguato”), Jurado Naón narra cinco episodios inventados de la vida de su personaje en calidad de erotómano, exiliado, gobernador, boletinero del Ejército Grande que culminan con la magistral fusión de Sarmiento con la historia y la literatura cuando, antes de Caseros, se sorprende vomitando una pieza tipográfica.

En esa escena parece terminar Sanmierto, pero luego viene un postfacio en el que, desde una quinta Carta Quillotana, Juan Bautista Alberdi hace una crítica apolínea del libro, donde lo acusa de escudarse en la parodia para terminar hablando por boca de Sarmiento. “No solo ha equivocado el modelo al escribir una semblanza patizamba de ese cordillerano malhumorado sino que, al hacerlo, la ha inflado tanto, le ha inyectado tanta cantidad y tan variados humores contradictorios y contraindicados que esta lo devoró a usted y se apropió de su estilo, Jurado Naón” (...) “Usted se ha dejado llevar por la pasión que le causa, mal que le pese, la prosa de un loco activista (...) por el ánimo beligerante de la prensa gaucha, que no distingue épocas, gobiernos ni contextos y que solo quiere derribar, destruir, descomponer adversarios”. Sanmierto es un libro brillante, probablemente el más brillante que se haya publicado este año en la Argentina. La edición de Leteo es magnífica y las ilustraciones le confieren una gracia adicional. “El talento no falta entre nosotros”, le hace decir el autor a Alberdi y sigue: “Lo que nos falta es juicio”. ¿Será eso?