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EMPRESARIOS EN FUGA

El desarrollo es con esto

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Ajuste. Alejandro Roemmers festejó en Marruecos en 2018. Ahora, en Uruguay. | cedoc

—¡Me agarraron con la 4.236!

Algunos empresarios argentinos son hermosos. Uno que venía disfrutando de su residencia fiscal en Uruguay, incluso pasando 183 días del otro lado del charco para entre otras cosas no pagar Bienes Personales en la Argentina por las cuentas que tiene en Estados Unidos, hace un par de semanas pegó el grito. Según esa maldita resolución de la AFIP, la 4.236, que define cuándo un argentino pierde la residencia tributaria, se vuelve a pagar impuestos acá si después de darse de baja pasa más de noventa días seguidos en el país. Y, porque los ricos también pueden tener mala leche, este amigo nuestro había estado, por esas cosas de los ciudadanos del mundo, ¡91! Bastó ese error para que la AFIP pudiera cobrarle impuestos como si nunca se hubiera rajado.

Desde que se conoció esta anécdota en algunas reuniones en Punta del Este, la resolución empezó a circular por WhatsApp entre los hombres de negocios más que el video del chancho cayendo del helicóptero. El verano 2020 se ha convertido en la temporada de las consultas para pagar la menor cantidad de impuestos posible sobre los patrimonios, y para averiguar si conviene transformarse en algo así como un golden bo: una persona que aunque haya nacido en la Argentina se autoimpone pasar más tiempo en Uruguay para ahorrarse unos cuantos mangos.

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Uno de los hombres de consulta sobre el tema entre partes es Alejandro Bulgheroni, el capo de la mayor petrolera privada en el país, que es visto por alguno como un modelo a seguir, aunque hay un detalle. El titular de Pan American Energy tiene la suerte de ser un argenguayo desde la década del 90, cuando comenzó con inversiones forestales y luego con viñedos en la exclusiva zona de Laguna Garzón, y por eso también goza de otras ventajas que no tienen los que son paracaidistas del garrón impositivo, los que entran entre los “cagadores argentinos” que describió el ex presidente José “Pepe” Mujica. Otro caso comentado es el de Patricio Supervielle, del banco de su apellido, que aprovechó la chance de liderar el segmento de banca de inversión en Montevideo para irse a vivir allá.

Pero no todo es volverse uruguayo. También existen los trusts irrevocables, una figura jurídica por la que alguien le transfiere sus bienes a otro, habitualmente hijes, en un paraíso fiscal fuera del alcance de los entes recaudadores. Un ejecutivo del grupo holandés Citco, el líder mundial en la constitución de esos engendros, se pasó varios días durante los últimos dos meses en Buenos Aires atendiendo a doble turno una demanda imparable de argentinos digamos a tono con los tiempos transicionando sus bienes.  Debe haber hecho más de mil trusts, decían en el mercado.

Todo empezó cuando se rumoreaba de una alícuota más alta para los activos en el exterior y no se sabía cuánto. Sólo hubo apenas un flujo inverso, de gente que decidió abrir cuentas en el país para traer algo de sus activos de afuera cuando el Gobierno ofreció bajar el impuesto si se repatriaba un 5%. Sorprendieron en ese tren a varios ex funcionarios del macrismo que transfirieron ingresos del exterior a la Argentina pero no por confianza en Alberto: bancos internacionales rechazaron seguir teniéndolos como clientes por exposición a causas judiciales en poco tiempo.

Lo que hay. La Argentina tiene históricos quilombos macroeconómicos, es cierto, que le impiden dar vuelta la cucaracha del crecimiento sostenido. Pero también hay que pensar que cualquier gobierno, de Cristina Kirchner, de Mauricio Macri, de Alberto Fernández o los que vengan, se encuentra con el desafío de armar un plan de desarrollo capitalista con esto: un montón de dueños del capital que están más atentos a esconder la guita para no pagar impuestos que a pensar en estrategias para producir con más valor agregado y competir con el mundo para exportar más. “Obvio que me la voy a llevar, si siempre se la roban toda”; “Claro que voy a hacer la mía, si al final todo se va a licuar con la inflación”; “Más vale que voy a fabricar lo justo y necesario, ajustando más por precio que por cantidad, si solo van a ganar los que consigan favores del Gobierno”, se autojustifican mientras manejan sus helicópteros surcando el cielo esteño. Pueden tener algo de razón, pero de vuelta, qué desafío es crecer con esto. Podés pensar en potenciar empresas claves para que lideren la transformación, como hicieron los coreanos con Samsung o Kia, pero te la regalo convencerlos mientras tienen la cabeza en garcar a la AFIP.

¿Se imaginan a Federico Alvarez Castillo, mientras ataja animales desde el cielo, pensando en planes de integración para la cadena textil?

¿Volará Cristiano Rattazzi maquinando estrategias comerciales para que Fiat no exporte solo a Brasil?

¿Andará Alejandro Roemmers, mientras aterriza su helicóptero en la fiesta de la casona en venta de Susana, pensando en cómo puede hacer su familia para mejorar la producción de medicamentos, bajar los precios y aprovechar la protección que les ofrece la legislación actual de patentes? Una decisión sí ya tomó el excéntrico miembro de la familia insignia de los laboratorios: este año hará su cumpleaños en su estancia uruguaya La Presumida, y no en Marruecos como hace dos años. Hay bronca entre los invitados porque deberán volver al Este ya entrado febrero, cuando dan por cerrada la temporada y están a pleno en Aspen, en la Patagonia.

El que seguro no anda preocupado por nada de esto es Eduardo “Pacha” Cantón, el hombre que tiró el animal a la pileta y puso todas las lupas en la runfla de argentinos que se aburren de ricos del otro lado del río. Cantón es hijo de Roberto, titular de la Bolsa de Comercio en tiempos de Raúl Alfonsín. Llegó a Uruguay en los 80 y con una estación de servicio ubicada en un lugar clave, los contactos de su cuñado el financista Marcos Gastaldi y relaciones con inversores investigados por lavado de dinero como Gaith Pharaon, se transformó en un referente de los negocios por tierra y aire en esa zona. De hecho, alguna vez guareció en una casa en La Barra a banqueros prófugos investigados por la Justicia argentina, desde Raúl Moneta hasta sus parientes Jaime y Pablo Lucini, a quienes incluso tenía previsto, si la causa avanzaba, cruzar a Brasil… en helicóptero.