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Dos autores

En las puntuales noches de insomnio, si no es posible escribir, al menos queda el consuelo (quizá menos arduo y más satisfactorio) de leer.

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En las puntuales noches de insomnio, si no es posible escribir, al menos queda el consuelo (quizá menos arduo y más satisfactorio) de leer. Anoche tuve la suerte de encontrarme con dos libros, Los mejores días, de Magalí Etchebarne, y El lamento de Portnoy, de Philip Roth. Los mejores días es el primer libro de cuentos de Etchebarne, un libro de secretas percepciones sutiles que naturalizan la extrañeza de las relaciones entre las personas, volviendo habitual y hasta suave la demencia, el extravío y el sexo. La autora narra como “quien no quiere la cosa”, en un tono bajo que trabaja la sorpresa por develación y no por impacto.

Etchebarne parece haber llegado a un punto de encuentro con la madurez estética sin recorrer ningún paso previo.

El lamento de Portnoy no es el primer libro de Roth pero tiene los rasgos fastuosos y exhibicionistas de un autor en el primer período de despliegue de su energía creativa. La obra de Roth es una larga carrera por lograr la primacía en la escritura judeonorteamericana (tenía que competir con Malamud y Bellow y Bashevis Singer y Sallinger y Mailer y Heller). El lamento de Portnoy es tan graciosa y desoladora como cansadora, se trata del largo monólogo de un joven en el diván de su analista, y, luego de que Woody Allen explorara esa veta hasta el agotamiento, el interés actual por el asunto parece más bien acotado. La cuestión (que el espacio no me deja ya investigar) es cómo un autor virtuoso como Roth se volvió con los años un asceta de la prosa, y ese despojamiento creciente lo llevó a renunciar, abandonar la literatura antes de morir.

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