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Domingo de poesía

Otro que me gustó mucho es Juan del Valle y Caviedes, conocido simplemente como Caviedes, nacido en España.

Enrique Lihn
Enrique Lihn | Cedoc

Estaba de lo más aburrido (tiene razón el gran filósofo Friedrich Pichetto, esta cuarentena es un embole; para los que no vivimos en villas miseria, por supuesto) y sin saber qué hacer para matar el tiempo se me dio por leer poesía. Nunca antes había hecho eso y no sé de dónde saqué la idea. Tal vez de un tutorial –al que entré para entender un poquito de qué iba dicho  género– en el que vi que en general se usan frases cortas, con pocas palabras, muchas de ellas sin demasiado sentido (creo que las llaman metáforas o algo así). Pues me lancé a leer a diversos autores, como José Narosky, Silvio Soldán (me gustó sobre todo uno que dice “Te prometo que te haré sentir más plena que la misma luna llena”), Julia Prilutzky Farny (en una librería de viejos me quisieron vender por un ojo de la cara la colección completa de Vértice, la revista que dirigió hacia fines de los 30, que no era tan mala, pero por la que no pagaría nunca tanto), entre muchos otros, varios de los que incluso nunca había oído hablar. Fue tanta la alegría que me despertó la mencionada actividad, que quisiera compartir con ustedes algunos de esos poemas, en especial de esos autores cuya existencia precisamente desconocía. 

El primero es un chileno llamado Enrique Lihn, cuyo poema se intitula Hay solo dos países (incluido en Diario de muerte, publicado originalmente en 1989, aunque yo tengo la reedición en las ediciones de la UDP, Santiago de Chile, 2010): “Hay solo dos países: el de los sanos y el de los enfermos/ Por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad/ pero, a la larga, eso no tiene sentido/ Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes/ seguiremos unidos, hasta la muerte/ separadamente unidos/ Con los enfermos cabe una creciente complicidad/ que en nada se parece a la amistad o el amor/ (esas mitologías que dan sus últimos frutos/ a unos pasos del hacha)/ Empezamos a enviar y recibir mensajes de nuestros verdaderos conciudadanos/ una palabra de aliento/ un folleto sobre el cáncer”.

Otro que me gustó mucho es Juan del Valle y Caviedes, conocido simplemente como Caviedes, nacido en España, muerto en 1698 en Lima, Perú, ciudad en la que pasó casi toda su vida. Dice así: “En cuantas partes dijere/ doctor, el libro está atento/ por allí has de leer verdugo, / aunque este es un poco menos/ Donde dice receta/ leerás estoque por ello; / todo estoque o verduguillo/ todo viene a ser lo mismo/ Donde dijere sangría/ has de leer degüello;/ y cuchillo leerás donde/ dijere medicamento/ Adonde dijere purga/ leerás dio fin al enfermo,/ y donde remedio dice/ leerás muerte sin remedio” (Tomado de Obra completa, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1984).

Y finalmente me recopé con uno de Renato Leduc, nacido y muerto en México, en 1897 y 1986, que se llama Los buzos diamantistas, cuya segunda parte comienza así: “Lunarios opalinos. Academias/ rutilantes de nácar y coral,/ donde monstruos socráticos decían/ que solo siendo feo se puede ser genial.../ Dialéctica suscinta de un sabio calamar:/ Seamos impasibles,/ sublimes y profundos/ como el fondo del mar./ Si no por altivez, por desencanto/ imitemos el gesto del océano/ monótono y salobre.../ Es lo mismo que un astro se derrumbe,/ o que muera un gusano./ Seamos impasibles como el fondo del mar” (tomado de Antología poética, Lecturas Mexicanas, Conaculta, México,1991).