COLUMNISTAS
Modelo de desarrollo

Crisis en América Latina

default
default | CEDOC

Hasta hace pocos años se consideraba que América Latina iba a contramano del proceso global marcado por el aumento de las desigualdades sociales. Sin embargo, hacia el final del llamado superciclo de los commodities, los indicadores sociales y económicos muestran un panorama preocupante, luego de más de diez años de crecimiento y de ampliación del consumo. Los gobiernos latinoamericanos –sobre todo los progresistas– aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas sociales y mejoraron la situación de los sectores con menores ingresos, a partir de una política de aumento salarial y del consumo; sin embargo, no redujeron la desigualdad.

Al no tocar los intereses de los sectores más poderosos, al no realizar reformas tributarias progresivas, las desigualdades persistieron, al compás de la concentración económica y del acaparamiento de tierras.

Así, desde una mirada de más largo plazo, la expansión del neoextractivismo se tradujo en una serie de desventajas, que echaron por tierra la tesis de las ventajas comparativas que durante el tiempo de las vacas gordas del Consenso de los Commodities algunos supieron defender. Por un lado, no condujo a un salto de la matriz productiva, sino a una mayor reprimarización de las economías, lo cual se vio agravado por el ingreso de China, que de modo acelerado se fue imponiendo como socio desigual en la región. Al mismo tiempo, la creciente baja del precio de las materias primas generó un déficit de la balanza comercial que impulsó a los gobiernos a contraer mayor endeudamiento y a multiplicar los proyectos extractivos, entrando de este modo en una espiral perversa.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Por otro lado, el vínculo entre neoextractivismo, acaparamiento de tierras y desigualdad se ha tornado dramático. América Latina no solo es la región más desigual del planeta, sino también aquella con la peor distribución de tierras a nivel global. El neoextractivismo produjo profundos impactos en el ámbito rural con los monocultivos, lo cual terminó por redefinir la disputa por la tierra en contra de las poblaciones pobres y vulnerables. La expansión de la frontera agrícola se hizo en favor de los grandes actores económicos, interesados en implementar cultivos transgénicos ligados a la soja, el aceite de palma y la caña de azúcar, entre otros.

Por último, más allá de las diferencias internas, los modelos de desarrollo imperantes presentan una lógica común: gran escala, ocupación intensiva del territorio, amplificación de impactos ambientales y sociosanitarios, preeminencia de grandes actores corporativos, democracia de baja intensidad y violación de derechos humanos. En este sentido, América Latina ostenta otro triste ranking, pues es la región del mundo donde se asesina la mayor cantidad de defensores de derechos humanos y activistas ambientales.

Esta realidad fue erigiendo nuevas barreras entre las diferentes narrativas contestatarias que recorren el continente, muy especialmente entre, por un lado, los progresismos populistas y desarrollistas, con su vocación estatalista y su tendencia a la concentración y personalización del poder, y por otro, la gramática política radical, elaborada desde el campo indígena y los movimientos sociales. El pasaje del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities instaló problemáticas y paradojas que reconfiguraron incluso el carácter antagonista de los movimientos sociales y el horizonte del pensamiento crítico latinoamericano, enfrentándonos a desgarramientos teóricos y políticos, que se cristalizaron en un haz de posiciones ideológicas difíciles de procesar y resolver. A esto hay que agregar que la actual fase de exacerbación de la dinámica extractiva potencia la crisis en sus diferentes dimensiones. En contraste con épocas anteriores, cuando lo ambiental era un aspecto más de las luchas, nuestros tiempos del Antropoceno dan cuenta de la necesidad de una óptica integral y posdualista.

Pensar las vías del Antropoceno desde América Latina nos lleva a indagar en aquellas experiencias colectivas que se nutren de valores éticos y relacionales. Desde el punto de vista de las alternativas, existen una perspectiva ecoterritorial, de corte propositivo, enfocada en la agroecología; una perspectiva indigenista, de corte comunitario, enfocada en la descolonización y el buen vivir; una perspectiva ecofeminista, enfocada en la ética del cuidado y la despatriarcalización. Dichos enfoques plantean la desmercantilización de los bienes comunes y la necesidad de afianzar propuestas viables, con base en las economías locales y regionales, las experiencias de agroecología, los espacios comunitarios (indígena- campesinos), entre otros.

En suma, el Antropoceno como paradigma hipercrítico exige repensar la crisis desde un punto de vista sistémico. Lo ambiental no puede ser reducido a una columna más en los gastos de contabilidad de una empresa, en nombre de la responsabilidad social corporativa, ni tampoco a una política de modernización ecológica o a la economía verde, que, grosso modo, apunta a la continuidad del capitalismo a través de la convergencia entre lógica de mercado y defensa de nuevas tecnologías proclamadas como “limpias”. Finalmente, la actual crisis socioecológica no puede ser vista como “un aspecto” o “una dimensión más” de la agenda pública, ni tampoco de las luchas sociales. Debe ser pensada desde una perspectiva inter y transdisciplinaria, desde un discurso holístico e integral que comprenda la crisis socioecológica en términos de crisis civilizatoria y de apertura a un horizonte poscapitalista.

*Autora de Futuro presente (SXXI Editores, fragmento).

Compilado por Graciela Speranza.