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Bolsonaro y el fútbol argentino

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Amor por la camiseta. El deporte no genera pasiones, sino que las pone en escena. | Cedoc Perfil

En las últimas semanas escuché con frecuencia dos preguntas en apariencia desvinculadas, pero que pueden relacionarse. Una: ¿por qué el fútbol nos genera pasión y actitudes irracionales? Otra: ¿es posible un Bolsonaro en la Argentina? Con un poco de reflexión se puede ver un hilo conductor entre ambos interrogantes.
En primer lugar, el fútbol no genera pasiones y actitudes irracionales, sino que las refleja y las pone en escena. La intolerancia, la violencia, la necesidad de eliminar al opuesto (solo por ser diferente), la xenofobia, las grietas no son producto del fútbol. Se expresan en él, pero están latentes y emboscadas en la vida cotidiana de la sociedad. El “amor a los colores”, la camiseta, “los trapos” son pretextos que, ante el hecho deportivo, les permite aflorar sin maquillajes, y a menudo sin límites. Hasta ayer nomás los femicidios eran crímenes “pasionales”. Hoy los desmanes del fútbol se suelen justificar del mismo modo. En ambos casos, una falacia. Que el fútbol no es culpable queda a la vista cuando se prohíbe la presencia de hinchas visitantes (único país en el mundo con semejante muestra de impotencia y desidia política) y la violencia se desata entre los locales. Un día se jugará en estadios vacíos, como ya ocurrió, y la violencia, las amenazas y la corrupción aledaña seguirán vivas, sembrando odio y miedo. No es el fútbol, es la sociedad. Una sociedad con un alto índice de hipocresía, que, ante lo obvio y para disimular, lleva a algunos a decir, intentando ignorar vendettas, agresiones, descalificaciones y demás, que “se trata solamente de un partido de futbol”.
En un país que no encuentra visiones ni propósitos comunes y convocantes, en el que sus gobernantes (incluso los que se dicen motores de un “cambio cultural”) son expertos chicaneros y discapacitados para el diálogo o para mirar más allá de su interés, en un país donde una pobreza estructural, y funcional a todos los gobiernos, se convierte en vivero de resentimiento, desesperanza y tensión social, en un país en donde la diversidad se declama, pero apenas se acepta, ningún partido de fútbol es solo eso, ni en los potreros de los barrios marginales, ni en las canchas de fútbol cinco de los barrios de clase media, ni en los campeonatos de los countries. En su origen, concepción y espíritu el fútbol es un hermoso deporte. En su realidad actual resulta el espejo sombrío de la sociedad. Además de haberse convertido en un negocio inmoral y en chiquero de la política. Aunque esto, para ser justos, ocurre en el orden mundial.
Por las mismas razones que hacen del fútbol un holograma del país (y si no, véanse las actitudes y dichos del Presidente en la semana previa al partido de ayer), un Bolsonaro argentino sería posible. Examinemos, con excepción de Raúl Alfonsín, a los presidentes de la democracia formalmente recuperada en 1983. Recordemos qué prometían y qué hicieron, qué parecían ser y qué fueron. De cada uno de ellos se podría haber dicho en su momento, que no sería posible que hiciera lo que hizo o que terminara en lo que terminó. Y se podrían haber dado múltiples hipótesis para sostenerlo. ¿Era posible, antes que nada, una dictadura así de sangrienta y depredadora? ¿Era posible el neoliberalismo brutal de Menem? ¿Era posible un gobierno que estuviera en semejante inopia como el de De la Rúa? ¿Era posible una corrupción obscena y abismal como la del kirchnerismo? Fueron posibles ¿Por qué no, entonces, un Bolsonaro? Años atrás éste habría necesitado disimular mucho su esencia y su identidad. Hoy podría llegar a venderse sin pudor como quien es. Lo harían posible las mismas razones que degradaron al fútbol y que pervirtieron aquello que Hannah Arendt llamó promesas de la política. Era impensable que, en un país que se ufana de ser el más futbolero del mundo, desaparecieran los hinchas visitantes o se jugara un clásico con el estadio vacío. Hoy ocurre. Donde la intolerancia y la sinrazón echan raíces, todo es posible. Un fútbol violento y un Bolsonaro presidente. Comparten raíces. Y encierran más que un simple peligro de gol.

*Periodista y escritor.