COLUMNISTAS
5 AÑOS DE LA MUERTE DEL FISCAL

Nisman: un show para desquiciados

A cinco años de la muerte del fiscal, la discusión sigue empantanada entre el crimen y el suicidio. Mientras tanto, la Argentina irracional asiste a un espectáculo cínico y fundamentalista: el héroe se convirtió en un negocio.

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Alberto Nisman. Su muerte generó un caudal de causas en la Justicia. A cinco años, ninguna muestra avances significativos. | CEDOC.

Enero de 2015. “Lo mataron o se suicidó”, discutíamos los argentinos. Enero de 2020. “Lo mataron o se suicidó”, discutimos los argentinos. Sin argumentos concluyentes pero con las anteojeras firmes. Nada es tan cómodo como la autosatisfacción, aunque nos vuelva idiotas.

De a poco, somos víctimas de los fundamentalistas de la grieta. Ni siquiera los de Corea del Centro están a salvo de esta irracionalidad. Debemos tomar partido por la última víctima de la violencia política en Argentina o denigrar al suicida que -después de años de enriquecerse de forma, al menos, irregular- comprende que el fruto de su trabajo es una mentira. Una vez al año, aparece un dato que promete reactivar la investigación judicial y, con ella, el debate. Después del impacto de esa novedad, todo vuelve a estancarse.

Para quienes están convencidos de que el fiscal de la UFI-AMIA, Alberto Nisman, fue asesinado, su premonitoria frase televisiva de “Esté o no esté Nisman, las pruebas están” es suficiente para aferrarse a la tesis del magnicidio. En ese caso, el fiscal será un luchador impoluto, obsesionado por encontrar y llevar a juicio a los responsables del atentado a la AMIA. Para ellos resulta inadmisible hurgar en el costado humano del fiscal, el origen de sus cuentas y propiedades en Uruguay y Estados Unidos, ni la pasmosa lentitud con que movió la causa que investiga el ataque a la mutual. Mucho menos, cerca de otro aniversario. Sólo habrá una causa en el horizonte: la que determine quién es el responsable de lo que pasó en el baño de Le Parc. Nada dirán de las otras investigaciones judiciales alrededor de la muerte de Nisman ni de su relación con los servicios de inteligencia. Tampoco por qué no aparecen las pruebas que había prometido Nisman días antes de morir.

Los que promueven la teoría del suicidio enarbolan la bandera del Nisman narcisista, corrupto, vanidoso y acorralado. Ese Nisman no podría tolerar el escarnio en el Congreso. En un rapto de lucidez, habría tomado conciencia de que la denuncia contra la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner no tenía sustento. La vergüenza pública lo habría llevado a dispararse en la sien. Una hipótesis incomprobable pero que los tranquiliza: la determinación íntima del suicidio mitiga el temor de un crimen político en una democracia con instituciones aparentemente estables. Afuera de la ecuación queda la posibilidad de un pacto de impunidad entre un Gobierno y los supuestos autores intelectuales del acto terrorista. Todo sea para ratificar aquello en que creemos y aliviarnos a nosotros mismos.

Militan todo, hasta los datos. Tergiversan hechos objetivos. Construyen sentidos en base a la nada. Mienten. Reproducen el desborde de las "corpos" sin otro criterio que el de los que politizan el caso con escasa honestidad intelectual: jueces, fiscales, funcionarios (y exs), periodistas. Junto a ellos, dos espías retirados se convierten en celebridades en Netflix. Para algunos, el documental basta para tomar partido y resolver el caso. Es la vía más simple y menos esforzada para sumarse a la conversación.

El paso del tiempo atenta contra la verdad y desvirtúa la búsqueda de Justicia. La familia del fiscal comparte así el mismo destino amargo que los sobrevivientes y víctimas de la AMIA, mientras el resto mira, con cierta frivolidad, cómo Nisman se convierte en un espectáculo. Macabro, claro.