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Acerca de un libro reciente

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Se han estado editando y reeditando últimamente varios libros dedicados a un mismo tema: el progresismo. El asunto, en lo personal, me interesa, y por eso les presto atención. De entre ellos quisiera detenerme ahora en uno en particular, publicado por Ediciones IPS: Su moral y la nuestra. En defensa del marxismo, de León Trotsky. De entre las críticas al progresismo que he visto esgrimirse de un tiempo a esta parte, es la que me resultó más convincente, y me parece en consecuencia un acierto haber puesto nuevamente en circulación estos textos originalmente escritos hacia finales de los años 30.

Reparé, por caso, en aquellos a los que, con los parámetros de entonces, Trotsky definía como “progresistas”: “Al tiempo que luchan contra la revolución, desean mantener buenas relaciones con el proletariado, porque esto dobla su valor a los ojos de la opinión pública burguesa”. Reparé asimismo en aquellos a los que Trotsky denomina izquierda, pero poniendo la palabra entre comillas, es decir, con distancia y con reparos, incluso con ironía: “Se dirigen no tanto a la reacción triunfante como a los revolucionarios perseguidos por ella” (como su base social es la “pequeñoburguesía intelectual”, no puedo sino tomar muy en cuenta esta advertencia).

Leo y pienso en esa clase de tesituras políticas, las que se complacen en el proletariado pero complaciendo a sus explotadores, las que se han de inclinar en última instancia por la reacción (mantener en lo fundamental el actual estado de cosas) antes que por la revolución (transformar ese estado de cosas de manera radical). Me detengo en el análisis de la forma en que ese vaivén ambiguo del “al tiempo que” se resuelve necesariamente en favor de la opresión: más próximos en definitiva de la reacción, a la que declaradamente se oponen, que a la izquierda que convocan, pero convocan entrecomilladamente.

Trotsky efectúa asimismo una crítica severa a la moral idealista, la que pretende estar por fuera de alguna inscripción concreta en una perspectiva política determinada, y cobra por ende una validez general, universal. Ahí radica precisamente su engaño, el ardid con el que escamotea su condición contrarrevolucionaria, el hecho concreto de que sirve a los intereses de la dominación. A esa moral, Trotsky opone otra: ni un cauto relativismo ni una cínica prescindencia, sino una moral revolucionaria, aquella que valida o no valida los medios según sirvan o no sirvan al propósito final de la emancipación de los trabajadores.

El planteo podría iluminar, según creo, el debate sobre los moralismos que cierto progresismo a menudo frecuenta, los tópicos apaciguados de lo biempensante, el hábito de lugares comunes de lo políticamente correcto. Si se los objeta, ¿desde dónde se los objeta? ¿Desde una versión más radical, más drástica y más vehemente, que desestima las cautelas de una corrección que es tenue por lo medrosa? ¿Se la objeta, en cambio, desde una displicencia frívola, desde el juego zumbón de quien se burla porque todo más bien le resbala? ¿O se la objeta, por fin, desde un conservadurismo apenas larvado: una crítica a las buenas causas, no por lo que puedan tener de previsibles y confortables, sino por la forma en que irritan a una pasión conservadora?

No lo sé. La relación entre progresismo e izquierda tiene una larga historia en Argentina, y además un presente que acucia. ¿Cuáles son sus convergencias posibles, si es que las hay, y cuáles, llegado el caso, sus divergencias inexorables? Porque esta disyuntiva me interesa, he notado la fuerte tendencia que existe, en especial desde la derecha, a confundir o identificar así sin más una postura con la otra. Las dan por intercambiables, o las dan por una sola y misma cosa. Consulté a una persona muy bien informada en la materia, y me aseguró que no hay mezcla de mala fe, que no están queriendo enredar el asunto adrede, que de veras se les hace un matete, que de veras no distinguen.

Puede ser, me digo. Cuando un fenómeno se observa desde demasiada distancia (y en este caso a la izquierda, desde muy a la derecha), sin dudas se debilita el poder de discernir.