POLITICA
ANIVERSARIO

Por qué De la Rúa decidió renunciar en la mitad de su gobierno

Hace 14 años, la pelea con Alfonsín y el apriete de los peronistas. Ningún presidente civil no peronista ha logrado completar su mandato.

 Por qué De la Rúa decidió renunciar en la mitad de su gobierno
| cedoc
Fernando de la Rúa cuenta los instantes previos a su renuncia a la presidencia, al atardecer del jueves 20 de diciembre de 2001: “Yo decido renunciar cuando ya desde el departamento de Alfonsín me llama el presidente del bloque de senadores del radicalismo, Maestro, para decirme que, a juicio de ellos, no había nada que hacer, que consideraban conveniente mi renuncia. Lo que se produce después de que hablaron con Duhalde”.
De la Rúa recuerda ese diálogo de esta manera.
—Presidente, recién hablé con Duhalde, que me dijo que ya no hay nada que hacer.
—¿Y vos qué pensás?
—No hay otra salida que la renuncia.
—Bueno, tomo nota.
Incluso, el ex concejal porteño Humberto Bonanata asegura que Carlos Maestro —por sugerencia de Raúl Alfonsín— informó a algunos periodistas que el presidente había renunciado cuando todavía no lo había decidido. “Eso precipitó la renuncia de Fernando, fue el golpe de gracia”, agrega Bonanata, que era partidario de De la Rúa y ahora dirige el sitio www.notiar.com, de “actualidad con opinión”
Maestro niega esos dos testimonios. Ratifica que volvió de la oficina del ex presidente Alfonsín a su despacho en el Senado, donde —afirma— atendió a un comandante de Gendarmería que le traía un mensaje del jefe de esa fuerza, el comandante general Hugo Miranda.
Siempre según Maestro, Miranda le avisaba que los saqueos se iban a multiplicar en el conurbano cuando “venga la noche porque ya no hay relevos en la Policía Bonaerense debido a que sus efectivos han estado trabajando durante cuarenta y ocho horas seguidas, sin descanso. Lo mismo pasa en la Policía Federal”.
“Además —agrega Maestro— la televisión ya informaba de  muertos en el centro de la ciudad y también en otros lugares, como Rosario, Córdoba, en la provincia de Buenos Aires… Se hablaba de casi treinta muertos en todo el país, había imágenes de coches quemados en la 9 de Julio. Así que lo llamé a De la Rúa”.
—Fernando, está habiendo muertos en Plaza de Mayo —le avisó, según su versión.
—No, a mí nadie me informó eso, ni mis funcionarios de Interior ni el jefe de la Policía Federal.
—La televisión está diciendo que hay muertos.
—La televisión dice muchas cosas que no son ciertas.
—Me parece que esta vez es cierto porque están mostrando imágenes de personas caídas.
Maestro asegura que, apenas cortó con el presidente,  un empleado le alcanzó un comunicado de prensa conjunto de los bloques de senadores y diputados del peronismo, donde la principal fuerza de oposición reclamaba a De la Rúa “un gesto de grandeza que permita superar la crisis”. Según Maestro, también “convocaban urgentemente a una Asamblea Parlamentaria”.
Maestro cuenta que volvió a llamar al presidente.
—Mirá Fernando, el peronismo ha resuelto retirar su apoyo parlamentario al gobierno. La situación está muy difícil y yo no le veo salida.
—Yo hice todo lo que pude; convoqué al peronismo a un gobierno de unidad nacional, pero no fui escuchado.
—Presidente, le doy un consejo: ponga su renuncia a disposición del Congreso para que el Congreso, a través de una Asamblea Parlamentaria, decida qué hacer frente a esta situación.
Maestro se refería a una sesión especial del Congreso, de todos los legisladores: los senadores y los diputados. La instancia prevista por la Constitución para analizar la eventual renuncia de un presidente y designar a su sucesor.
De la Rúa se quedó unos segundos en silencio.
—Si no queda otra solución, lo voy a hacer.
Maestro cuenta que, aliviado, salió al pasillo a informar que la renuncia del presidente era inminente a una patrulla de periodistas que deambulaba por el Senado en busca de información. Eran las seis y cinco de la tarde.
“El gobierno —explica Maestro— ya no tenía credibilidad ni podía dar ninguna respuesta. La verdad es que a los veinte minutos de que la renuncia fue informada no quedó nadie en la calle; todos se volvieron a sus casas. La renuncia era lo que se necesitaba. Fue como un bálsamo; la situación era terminal”.
Pero, algunos colegas de Maestro no lo entendieron así. Un ex legislador afirma que, luego de la renuncia del presidente, un grupo de senadores radicales fue al despacho de Maestro.
—Carlos, están diciendo que vos le dijiste al presidente que no quedaba otra salida que presentar la renuncia —lanzó desde la puerta el misionero Mario Losada, que encabezaba la fila.
—Sí Mario, es cierto.
—Pero, ¿con quién lo consultaste?
—Con nadie Mario, si acá no había nadie. ¿Vos, por ejemplo, dónde estabas?
Alfonsín era uno de los que escuchaba la conversación del otro lado de la puerta, pero Maestro no podía verlo.
—Está bien lo que hizo Carlos. Esto era un desastre, esto iba a ser una carnicería. Había que sugerirle algo así al presidente —dijo Alfonsín, que era senador por Buenos Aires, y clausuró la discusión.
De la Rúa firmó su renuncia minutos después de las seis y media de la tarde. La redactó a mano, luego de convocar a su despacho a algunos funcionarios de confianza, entre ellos el jefe de Gabinete, Chrystian Colombo; el canciller, Adalberto Rodríguez Giavarini; Nicolás Gallo, el secretario general de la Presidencia; el ministro de Defensa, Horaco Jaunarena; su hermano Jorge de la Rúa, titular de Justicia, y Hernán Lombardi, secretario de Turismo.
—He tomado la decisión de renunciar. El justicialismo rechazó mi oferta de un gobierno de coalición, no con esas palabras pero sí con hechos: los gobernadores están reunidos en San Luis a la espera de mi renuncia, y el jefe del bloque de diputados, (Humberto) Roggero, pidió mi juicio político. En nuestro partido, el jefe del bloque de senadores, Maestro, me acaba de decir que no hay otra salida que mi renuncia. Mi actitud es este renunciamiento que quiero hacer para pacificar el país y asegurar la continuidad institucional.
Todos escucharon en silencio. De la Rúa salió del despacho privado, atravesó la oficina de los edecanes y entró a la Sala Verde, un lugar más pequeño pintado de ese color, decorado con un imponente retrato del general José de San Martín. Y allí se sentó a escribir su renuncia. “Creí que debía ser hecha en forma manuscrita”, recuerda. Sus funcionarios lo siguieron y se quedaron mirando cómo la redactaba. Algunos estaban a punto de llorar.
—Me parece bien que la hayas hecho a mano —lo alentó cuando terminó su amigo Rodríguez Giavarini.
De la Rúa llamó por teléfono a Virgilio Loiácono, que era el secretario de Legal y Técnica de la Presidencia:
—Por favor, lleva la renuncia al Congreso.
El texto fue dirigido al ingeniero Puerta:
"Me dirijo a Ud. para presentar mi renuncia como Presidente de la Nación.
Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir un gobierno de unidad fue rechazado por líderes parlamentarios.
Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República.
Pido por eso al H. Congreso que tenga a bien aceptarla.
Lo saludo con mi más alta consideración y estima, y pido a Dios por la ventura de mi Patria”.
Humberto Roggero, cordobés de Río Cuarto, niega que él, como jefe del bloque de diputados del peronismo, haya mentado la posibilidad de un juicio político a De la Rúa: “Hicimos una conferencia de prensa, pero para rechazar la propuesta de un gobierno de coalición”. Eso fue menos de cincuenta minutos después del discurso del presidente. ¿Por qué tan rápido? Porque temían que sus compañeros gobernadores de las provincias más chicas, que habían convocado a un encuentro en San Luis, aceptaran la oferta de De la Rúa. “Pensábamos que con ese rechazo, el encuentro en San Luis se volvía abstracto”, sostiene.
De la Rúa renunció cuando tenía 64 años y llevaba setecientos cuarenta días —dos años y diez días— en la Presidencia.
El ex senador jujeño Alberto Tell afirma que, luego de la renuncia, De la Rúa llamó por teléfono al ex presidente Carlos Menem: “Yo había ido a ver a Carlos junto con Daniel Scioli y otros dos compañeros, en el auto de Scioli. Fuimos al departamento de su esposa, Cecilia Bolocco. Recuerdo que Carlos estaba durmiendo, así que lo esperamos un rato. Estábamos charlando cuando lo llamó De la Rúa y Carlos puso el teléfono en manos libres”.
—Carlos, ya he redactado mi renuncia por esta crisis institucional que se ha creado.
—¿No hay manera de volver atrás?
—No, creo que mi renuncia contribuirá a la solución de esta crisis. Quería agradecerte tu permanente colaboración con mi gestión; fuiste uno de los pocos que nunca puso un palo en la rueda; por el contrario, siempre estuviste dispuesto a colaborar.
—Fernando, somos hombres de la democracia.
Uno de los funcionarios que lo acompañaron en aquel gesto del final, recuerda que, una vez que estampó su firma en el texto de renuncia, De la Rúa pareció recuperar la energía, como si se hubiera sacado un peso de encima
 —Bueno, ya no tenemos nada que hacer hoy acá. Nos vamos —les indicó a sus acongojados colaboradores.
Y salió del despacho para tomar el ascensor privado, pero lo frenó el jefe de la Casa Militar, el vicealmirante Carlos Carbone, que llevaba menos de dos días en su cargo.
—Señor presidente, no puede salir por allí. La seguridad depende de mí y hay muchísima gente en la Plaza.
—Me voy directamente, como lo hago siempre.
—No, señor presidente, ya está listo el helicóptero. No se puede salir por tierra.
De la Rúa fue llevado rápidamente a la azotea, donde ya lo esperaba un helicóptero Sikorsky S76B apenas posado —sin descargar todo su peso— para proteger de posibles fisuras al techo y a las paredes del histórico edificio. A las corridas y en apenas un minuto, abordó la máquina, junto con su edecán, el teniente coronel Gustavo Giacosa, también en su segundo día en el cargo, y el subjefe de la custodia presidencial, el subcomisario Marcelo Lioni, el calvo al que muchos tomaron por Cavallo al verlo por televisión.
Eran las siete y cincuenta y dos de la tarde y el helicóptero blanco se elevaba en medio de aplausos, gritos e insultos de la gente que protestaba en la Plaza de Mayo. La imagen evocaba la partida de la presidenta Isabel Perón poco después de la medianoche del 24 de marzo de 1976, minutos antes de que fuera desalojada del gobierno por los militares. De la Rúa llevaba su ejemplar de la Constitución apretado entre las manos y apenas atinó a mirar por la ventanilla en los cuatro minutos y medio que duró el viaje hasta la residencia de Olivos.
El ex concejal Bonanata recuerda que esa noche llamó a su amigo. Sonaba tan lloroso que De la Rúa le contó un chiste sobre Osama Bin Laden en clave radical: “Dicen que a Bin Laden lo llevan preso a la Corte de La Haya y le preguntan.
—¿Es cierto que tuvo responsabilidad en el atentado contra las Torres Gemelas?
—Sí, es cierto.
—¿Y en el atentado al Pentágono?
—Sí, también.
—¿Tuvo que ver con las bombas a la Embajada de Israel y la AMIA?
—Sí, lo acepto.
—Una última pregunta antes de pasar al veredicto, ¿Conoce a… (y nombra a un dirigente radical involucrado en una denuncia por empleados “ñoquis” (que cobraban pero no trabajaban) en el antiguo Concejo Deliberante porteño).
—Ah no, en quilombos yo no me meto…”
Bonanata estaba muy sorprendido.
—Pero Fernando… ¿cómo tiene fuerza para levantarme el ánimo el peor día de su vida contándome un chiste?
—Porque hay que seguir viviendo, querido Humberto —le contestó De la Rúa con una voz tan segura y nítida como su interlocutor no le había escuchado nunca durante su tortuosa presidencia.
*Extracto del capítulo 10 del libro Doce Noches. 2001: el fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo.