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Ernesto Zedillo: "Cuando un país no tiene reservas no se puede defender el tipo de cambio"

El expresidente mexicano explicó las ventajas de los regímenes de flotación cambiaria que ayudaron a varios países de la región a salir de distintas crisis.

Ernesto Zedillo, expresidente de México, entrevistado por Jorge Fontevecchia
Ernesto Zedillo, expresidente de México, entrevistado por Jorge Fontevecchia | Cedoc

#PeriodismoPuro es un nuevo formato de entrevistas exclusivas con el toque distintivo de Perfil. Mano a mano con las figuras políticas que marcan el rumbo de la actualidad argentina, Fontevecchia llega a fondo, desmenuzando argumentos y logrando exponer cómo piensan los mayores actores del plano del poder. Todas las semanas en perfil.com/PeriodismoPuro.

—Algunos diarios mexicanos se alegraron de que la devaluación de casi 10% de la moneda hacía 10% más competitivas las exportaciones de México. Usted habrá visto, acá en Argentina, cómo la actitud hacia la devaluación siempre se la ve perjudicialmente. En estos días que estuvo en nuestro país, ¿Qué diferencias culturales encuentra entre la perspectiva que tienen los argentinos de la devaluación de la que tienen los mexicanos?

—Ambos países tenemos nuestras historias de crisis y dolores. La gente tiene memoria y una guía para entender el presente y para imaginar el futuro es el pasado. La gente tiene razón en preocuparse cuando se ven estos fenómenos de inestabilidad cambiaria. Pero hay que reconocer que las políticas, las instituciones, incluso las actitudes de quienes tienen la responsabilidad de conducir esas políticas, son distintas a las circunstancias vividas en el pasado. A partir de la situación de México en 1995 hemos ido desarrollando en América Latina, nuestra convicción de que tener un tipo de cambio libre, flotante, es una muy buena idea. En el pasado estábamos amarrados a un tipo de cambio fijo, o a una evolución preanunciada y predeterminada del tipo de cambio.

—Lo que aquí se llamó ‘La tablita’.

—Bueno, tablita. Le hemos puesto muchos nombres a esas cosas. Pero si alguna vez eso ha servido para algo, es mejor dejarlo en la historia, en el pasado. Lo que tenemos que tener ahora es flexibilidad cambiaria. Para que la gente sepa que lo que sube tiene que bajar, si se hacen las cosas correctamente, y que no hay que espantarse si uno tiene confianza en que las autoridades van a asumir plenamente su responsabilidad. Nada es inamovible, porque si el mundo cambia, nosotros tenemos que cambiar. Lo que ahora estamos viendo es la normalización de la política monetaria en Estados Unidos. Hubo años en los que el balance de la Reserva Federal tuvo que inflarse y las tasas de referencia fueron llevadas prácticamente a cero. En este momento, la economía de Estados Unidos tiene una tasa de desempleo inferior al 4%, y si bien es cierto que no tienen riesgo de deflación, tampoco hay riesgo de inflación. Entonces la Reserva Federal siente que es necesario normalizar y poner en alza sus tasas de interés. Algo que, por lógica, nos va a afectar. Habrá que reaccionar con los instrumentos de política económica con los que contamos hoy.

—Usted asume como presidente de México el 1 de diciembre de 1994 y, entre diciembre y marzo de 1995, el dólar pasó a valer más del doble. Abandonando la práctica de su predecesor en el cargo que imponía un control cambiario, usted impulsa la libre flotación de la paridad del peso mexicano y el dólar. Argentina en los últimos 24 meses, vivió dos veces una devaluación, en cada oportunidad más o menos del 40%. ¿Qué diferencias encuentra entre aquel caso y esto que nos pasa hoy?

—La gran diferencia es que sabemos mejor las cosas. Entre aquella primera crisis y hoy aprendimos mucho. Que el tipo de cambio debe ser libre y que, en los efectos derivados del tipo de cambio sobre la economía real, las decisiones son distintas. En el pasado, cuando estábamos casados con un tipo de cambio, se devaluaba y eso era para siempre. No era un camino con regreso. Los precios se ajustaban, las demandas salariales venían y todo se convertía en un círculo vicioso. En un régimen de libre flotación, quienes pueden verse afectados en sus costos por la variación, tendrán un grado de prudencia para no reaccionar sin mayor conocimiento para reflejarlo en sus costos y en sus precios. Esa es una gran ventaja del tipo de cambio, también en cuanto a movimientos de capital.

—A ver si lo interpreto bien. Lo que usted refiere es que, si sube y luego baja, se confirma la flotación; si siempre sube, eso no se confirmaría.

—Bueno, la flotación es la flotación. El tipo de cambio lo determina el mercado, y cuando eso pasa será muy raro que un precio se quede fijo, y será más raro aún que se mueva solo en una dirección. Así ha pasado con México. Cuando el señor Trump empezó a con los primeros insultos contra nosotros, el tipo de cambio se nos disparó. Pero la gente advirtió que México es más fuerte que los insultos del señor Trump y el mercado cambiario reaccionó en la otra dirección. Ahí lo importante fue tener un régimen de flotación libre y que las bases económicas, particularmente las fiscales, se fortalezcan si las circunstancias lo determinan.

—Cuando usted liberó el mercado de cambio se generó la quiebra de miles de compañías, hubo desempleo, y muchos deudores que no pudieron pagar sus créditos. ¿Cómo fue cruzar esos meses?

—Lo que se tiene que entender es que, cuando un país ya tiene no tiene reservas, y tiene vencimientos de deuda en dólares por 25.000 millones de dólares a pocos días, no es que el país toma la decisión de devaluar, es que no hay reservas, no hay un solo dólar para defender el tipo de cambio. El país estaba en una situación de total insolvencia y eso dictaba tomar medidas en el mercado cambiario, medidas monetarias, medidas fiscales. Tuvo un costo económico la crisis, pero no las políticas para enfrentar esa crisis.

—En lo previo, usted se refiere.

—En todas las circunstancias. Había que enfrentar eso. Si se toman las medidas adecuadas, se sabe que habrá recuperación. México sí tuvo un año terrible en 1995, de contracción económica, con un aumento acelerado de la inflación. ¿Pero qué tuvimos los cinco años siguientes? El crecimiento económico más alto en tres décadas. ¿Cómo se logró eso? Porque cuando las cosas se ponen difíciles, se tomaron las decisiones que se tenían que tomar. Si no lo hubiéramos hecho, las consecuencias hubieran todavía más dramáticas. Hubiéramos tenido mayor caída en el Producto Bruto Interno, mayor desempleo, mayor inflación, más empresas en situación de quiebra o insolvencia, de incapacidad productiva. Lo hicimos para evitar costos mayores para la gente.

Leé la entrevista completa de Jorge Fontevecchia a Ernesto Zedillo acá.