ESPECTACULOS
moldavsky explica su éxito

De qué nos reímos en tiempos de crisis

La pregunta ¿de qué no reímos los argentinos? la escucho casi desde la famosa pregunta ¿a quién querés más, a tu papá o a tu mamá? y, sin embargo, sigue teniendo vigencia y todos hacemos un esfuerzo por tratar de responderla.

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Equipo. Roberto Moldavsky, agota en teatro Nuevo Apolo y está nominado al Martín Fierro como mejor labor humorística. En la foto con Fernando Bravo. | Anita Tomaselli

La pregunta ¿de qué no reímos los argentinos? la escucho casi desde la famosa pregunta ¿a quién querés más, a tu papá o a tu mamá? y, sin embargo, sigue teniendo vigencia y todos hacemos un esfuerzo por tratar de responderla. ¿Y acaso son las mismas, para un comerciante del Once, un chofer clandestino de Uber, un cordobés o un hombre de Puerto Madryn, las situaciones que les producen una risa sostenida?

Reconozco a veces en los shows personas que se ríen en forma sostenida, ya casi sin importarles el remate del chiste, o aquellas que lo ven en HD y les llega más tarde el desenlace gracioso.

Todos son argentinos, y cada uno se ríe, o no, de lo que escucha.

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La pregunta adquiere más relevancia si podemos agregarle, además, ¿de qué nos reímos en tiempo de crisis?, y si acaso esto influya en la elección de aquellas cosas que nos harán regalar alguna sonrisa.

Se me ocurre que en tiempo de crisis uno debería ser más exigente con el material que lo haga largar alguna carcajada, con la boleta de la luz y el gas en la mano, uno estaría en condiciones de pretender un humor lo suficientemente importante como para que los aumentos y el sufrimiento que estos acarrean sean compensados con una demostración de humor desopilante.

Por otro lado, la crisis despierta la necesidad de poder reír, urgentemente, y cualquier manifestación de buena onda debería ser bienvenida.

El humor de por sí es un gran atajo, especialmente para las malas noticias.

La presencia del humor, cual aceite sobre la asadera, hace que la milanesa de soja, en este caso la mala noticia, se deslice más suavemente sobre la fuente, y acaso en su posterior camino digestivo.

Cualquier novedad desgraciada, adornada con una pizca de simpatía, cambia radicalmente el ánimo del receptor.

Un buen ejemplo es cuando hay que anunciarle a alguien que se atrasó su vuelo y le decís: ¿te acordás cuando ayer hablábamos de la necesidad de puntualidad en las líneas aéreas, y que tu avión debía salir en horario para llegar a tu conexión? Se nota que no hablamos de cosas que no van a ocurrir, perder la conexión del avión, pero

no la conexión de los temas relevantes.

Posiblemente, el chiste sea tan malo como la demora, pero el intento lo vale.

O el famoso: ¿te acordás que me prestaste el auto y me pediste que por favor no lo chocara? Me parece que el colectivo que venía atrás mío no escuchó nuestra charla.

Nunca soñé el éxito que tengo hoy en el teatro, porque nunca soñé que viviría del humor, y como consecuencia lógica, nunca imaginé que iba a agotar todas las funciones.

Pero si vamos a los últimos años, cuando ya llenaba una o dos veces por mes algún teatro más chico, la respuesta es la misma, no soñaba con cambiar de teatro y por eso no me proyectaba en esta realidad.

Hasta que un día el señor Gustavo Yankelevich me ofreció pasar a la calle Corrientes, y no en la zona del Once, y me dijo que me veía como una figura masiva (más IVA es una mala combinación para convencer a un comerciante), tampoco ahí pude conectarme.

Y hoy, que es algo que realmente está ocurriendo, tampoco puedo relajarme, porque vivo pendiente de la venta de entradas, que no es ni más ni menos que sentir que le gustás a la gente, que te quieren y te recomiendan, a pesar de que esto se produce semana a semana, y

acaso mi ascendencia judía no me permita relajarme para soñar despierto, pensando que algo malo va a pasar, y todo lo que me pasa en el teatro es bueno, muy bueno, ¡espectacular!

Si volviese a estar en el Once, desarrollaría algunos modelos de campera adaptados a nuestro tiempo.

Desde ya, tendría un modelo de campera con wi-fi en la capucha, que permita al usuario seguir conectado y cuidarse de la lluvia al mismo tiempo.

Sería en el caso de un piloto, el piloto automático, que con el sistema de conexión ya titilaría en caso de una lluvia probable.

Otro modelo puede ser reversible, que se adapte a las distintas situaciones que uno puede vivir.

Acaso para aquellos políticos que cambian mucho de partido, podría tener unas consignas de frente y las contrarias al ser dada vuelta.

Otro modelo debería estar de alguna manera relacionada con Netflix, comprando la campera tenés un abono y, además, viene con una guía para no quedar afuera de discusiones sobre series que no viste y todo el mundo ya vio.

Pero la estrella siempre va a ser la campera negra, fiel, básica, inigualable, pasarán los años y las culturas y ella seguirá siendo siempre la esperanza de inaugurar la venta del día, aunque el violeta o el bordó sean la moda del momento.

*Protagoniza en el teatro Nuevo Apolo Moldavsky sigue suelto. Está entre los diez primeros en recaudaciones, según Aadet con sólo 4 funciones semanales.