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La Iglesia y los trabajadores, antes y después del peronismo

Las Juventudes Obreras Católicas disputaron la representación sindical con socialistas y comunistas antes de 1945. Lejano antecedente de la influencia en los movimientos sociales que hoy ejerce Francisco.

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Cascos. La fuerte relación del Papa con los sectores obreros y con los excluidos de la sociedad es parte de una intensa historia de la Iglesia Católica argentina. | CEDOC

La relación entre organizaciones católicas y el sindicalismo se asienta en una larga tradición –la del catolicismo social– que, tanto en su vertiente socialcristiana como integrista, tributó al peronismo y luego, también, al anti-peronismo. Contribuyó a los procesos de democratización en nuestro país, y también se opuso a ellos cuando veía amenazados sus propios intereses y dogmas. Es una historia centenaria, que recobra actualidad en los últimos años con el acercamiento entre sectores de la Iglesia, con apoyo del propio papa Francisco, y los movimientos sociales.

‘Rerum novarum’. Un fuerte impulso del interés católico por el mundo obrero fue la renovación en la Iglesia desde fines del siglo XIX, reflejada en la encíclica Rerum novarum (promulgada por el papa León XIII, en 1891) y la salida de la religión del mundo privado para participar en las cuestiones sociales. Esos temas habían tomado mayores dimensiones en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, al calor de los procesos de urbanización e industrialización, la inmigración masiva y las migraciones internas, que hicieron temer a los sectores conservadores por el advenimiento de la sociedad de masas y el avance del socialismo y el comunismo en las clases emergentes. Los antecedentes de las entidades de obreros católicos eran las mutuales, y ya tenían vigencia a través de la obra del padre Federico Grote, a principios de 1900.

Hacia la década del 30, la corriente dominante en el interior del movimiento católico era el “integralismo”. Difería de otras corrientes por su confrontación directa con el liberalismo, el socialismo y el comunismo, y abogaba por un orden social corporativo donde lo católico estaba asociado a una expresión de “la argentinidad”. El integralismo se diferenciaba de otras vertientes del catolicismo en que, aun con sus fuertes discrepancias con los liberales, podía convivir con ellos, no así con socialistas y comunistas.

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En ese clima de época, la Juventud Obrera Cristiana (JOC), fundada en Bélgica en 1924 por el sacerdote Joseph Cardijn, se estableció en la Argentina en 1941 con la aprobación del Episcopado y el auspicio de la Acción Católica. Formada únicamente por trabajadores varones solteros de hasta 25 años de edad, en su creación se evidenciaba el propósito de extender la influencia al ámbito sindical, aunque la diferencia mayor de la JOC con otras formas de acercamiento a los trabajadores se había dado ya con los Círculos Católicos de Obreros.

Estos eran más antiguos (1892) y tendían más al paternalismo hacia los trabajadores, en lugar de darles a ellos herramientas para defender sus derechos. Los Círculos Católicos fueron más bien centros de reunión para evitar que los obreros fueran atraídos por socialistas, anarquistas o comunistas, y tenían, sobre todo, un carácter mutualista y de esparcimiento antes que de agremiación. Esta última fue, por el contrario, la posición de la JOC, en la creencia de que esa era la mejor forma de apostolado en los trabajadores, pero ello sucedía cuando ya el sindicalismo organizado había atravesado su etapa de predominio anarquista revolucionario hacia otra de reformismo reivindicativo y negociación con el poder político.

En cuanto a la cantidad de trabajadores sindicalizados, un censo de 1941, que no contemplaba a los agrupados en la  FORA, cuyos dirigentes se negaban a registrarse, señala que la CGT tenia 330.681 afiliados; la Unión Sindical Argentina 26.980 y la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas 21.500, pero adjudicaba casi 40 mil afiliados a la Federación de Círculos Católicos de Obreros. Por otra parte, según ese censo, los sindicatos autónomos acumulaban 118.838 afiliados  y se contabilizaban 8.700 trabajadores agrupados en sindicatos sin tendencia definida.

Golpe. La Juventud Obrera, como la mayoría de los sectores católicos, acompañó el golpe de junio de 1943 y la instalación de la dictadura nacionalista del GOU, pero lo hizo poniendo el acento en el alto costo de vida, la ausencia de legislación social, la falta de vivienda y la desocupación. Las preocupaciones fundamentales se centraban en la demanda de salarios mínimos y asignaciones familiares, vivienda obrera (casa individual y propia), enseñanza religiosa en horario escolar y establecimiento de escuelas de aprendizaje profesional para menores. Por otra parte, la exclusión de comunistas de los sindicatos y la intervención de las dos CGT despertaban el elogio eclesiástico y también de la JOC, que desde su periódico Juventud Obrera aplaudía la eliminación de los “elementos con ideologías nocivas al ser nacional”, y una reorganización sindical que incluía la necesaria proscripción de agrupaciones que “...por sus actividades contrarias a la Constitución y leyes vigentes, atentaban contra la seguridad de la Nación”.

Unos meses después de que el coronel Juan D. Perón asumiera en la Secretaría de Trabajo y Previsión, en diciembre de 1943, el cardenal Antonio Caggiano ya alertaba acerca de un proyecto oficial sobre el sindicato único, medida que consideraba contraria a la doctrina católica.  La primera mención concreta sobre este tema en Juventud Obrera data de junio de 1944, en un artículo titulado “Derecho y necesidad de agremiarse, pero en buenos sindicatos”, donde se defiende el “derecho natural de agremiación” en auténticas organizaciones sindicales; es decir, aquellas “...con fines obreros y dirigidas por obreros (...) [y no] para fines políticos o ideológicos”, utilizando ideas y un vocabulario muy similares a los de Perón.

En junio de 1944 se sanciona el decreto ley de creación de una Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional para promover la formación de los jóvenes trabajadores. Según Perón, este decreto era de inspiración socialcristiana, y tanto la Juventud Obrera como las Vanguardias Obreras Católicas compitieron por adjudicarse su espíritu y autoría, en un intento de apropiación de la medida. El decreto ley de alquileres de mediados de 1943 y la comunicación de la Dirección de Vivienda, dependiente de la STyP, de un plan integral de construcción de casas para familias trabajadoras fueron celebrados con entusiasmo como otras iniciativas que evidenciaban la voluntad política de las autoridades de atender la cuestión social.

En julio de 1944, la postura de Perón sobre la “neutralidad ideológica” de los gremios y la sindicalización única eran temas instalados en la opinión pública y se esperaba que se tradujeran en medidas concretas a corto plazo. Ese mismo mes, monseñor Miguel De Andrea, el influyente obispo sucesor de Grote al frente de los Círculos de Obreros Católicos, fue el primer eclesiástico en oponerse públicamente al sindicalismo de Estado. Sumándose a la polémica, los militantes de la JOC se pronunciaron simultáneamente como católicos y “como parte activa de la clase obrera”. Reiteraban que sindicalizarse era un derecho natural de los trabajadores que el Estado no podía prohibir y se proclamaban “por el pluralismo sindical”; es decir, la posibilidad de existencia de varios sindicatos de distintas tendencias dentro de la misma profesión. Sin embargo, a continuación defendieron el sindicato único, “dadas las circunstancias actuales”, y a fin de avalar su postura recurrieron a la autoridad de monseñor Gustavo Franceschi, director de la revista Criterio, al citarlo: “Entre no tener sindicato alguno, con todas las consecuencias que ello implica para la sociedad, y tener uno solo, opto por lo segundo”.

En septiembre de 1944, la JOC entregó un petitorio de once puntos a la STyP en el que juntaban distintas cuestiones: desde la implantación de los seguros sociales (contra la invalidez, accidentes de trabajo, vejez) y el fomento de la propiedad privada como una forma de seguro social, los subsidios familiares, la orientación profesional obligatoria de quienes terminaran el primario y comenzaran a trabajar hasta la represión de la pornografía. Al igual que en junio de 1943, volvió a proponerle al gobierno su colaboración, reclamando para sí el derecho de vigilar el cumplimiento del decreto ley sobre el aprendizaje y trabajo de menores. La respuesta de la STyP de fecha 16 de septiembre, sin mención de quien la suscribía –el coronel Perón–,  fue publicada en el mismo número de Juventud Obrera. La nota enfatizaba el valor de la justicia social como inspiradora de la política social del gobierno militar, expuesta como una ruptura respecto a las gestiones anteriores, y en la que la STyP ocupaba un lugar central.

Finalmente, el decreto del Poder Ejecutivo del 2 de octubre de 1945 sobre Régimen legal de Asociaciones Profesionales implantaba el monopolio de la representación para un solo sindicato por industria, lo que impedía que los sindicatos confesionales impulsados por los Círculos de Obreros y la Acción Católica obtuvieran personería como tales. A la JOC tales disposiciones no la afectaban directamente, puesto que su objetivo no era la fundación de un sindicato católico sino la formación cristiana de jóvenes para la influencia en los ya existentes bajo el principio sindical no confesional. Durante esos meses, la asociación no emitió siquiera una opinión sobre el tema en Juventud Obrera, y tampoco aparecieron menciones en Notas de Pastoral Jocista.

Ya con el peronismo en el gobierno, se produjo un debate al interior de la JOC. Algunos sostuvieron la posición del sindicalismo libre y la formación de sindicatos católicos, mientras que otros, siguiendo la idea de centrarse en las personas y no en las estructuras, bregaron por la capacitación de dirigentes con formación socialcristiana dentro del liderazgo sindical. Durante los años del primer peronismo, ambas vertientes confluirán primero y divergirán después, sobre todo al precipitarse el enfrentamiento entre Perón y la Iglesia en 1954. Unos terminarán fusionando su formación socialcristiana en la trayectoria del peronismo, tanto su vertiente ortodoxa como en la que manifestó su afinidad con el marxismo.

Desde la vereda opuesta, sectores católicos con compromiso político enfrentarán al peronismo desde el llano –en la prensa o desde núcleos partidarios de la democracia cristiana– o desde los influyentes cenáculos políticos y corporativos –la Iglesia, el Ejército– participando en el derrocamiento de Perón y transitando los caminos del antiperonismo, con menor incidencia en el ámbito sindical.

*/** Autores de La lucha continúa, Doscientos años de historia sindical en la Argentina, Vergara-Ediciones B.