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politologo

Malamud: “El kirchnerismo no fue tan populista y Cambiemos es más de lo que parece”

Convertido en categoría política, el término populismo genera amplio debate. Puede ser una definición de identidad de un gobierno, pero también un insulto, sobre todo luego de algunas gestiones de centroizquierda en el continente. Vale entonces tratar de entender algunas claves sobre como se maneja el concepto a nivel local y global.

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Cambiemos. Si bien muchas de sus políticas reivindican un republicanismo liberal, tiene una mirada sobre los sectores más humildes que puede considerarse populista. | cedoc

Hace unos años –no muchos– había dos términos absolutamente contradictorios entre sí, más si quien los enunciaba se definía a sí mismo como progresista: izquierda (y el matiz más moderado, centroizquierda) y populismo eran dos ideas contradictorias. Aún en nuestro continente: era imposible ver la experiencia de Getúlio Vargas o incluso la de Juan Domingo Perón dentro del pensamiento transformador de la sociedad.

En materia de ideas, las especificaciones de Gino Germani, su caracterización del populismo, ejercía un influjo poderoso. Para el padre de la sociología argentina –también autorreivindicado como de izquierda, liberal de izquierda–, el populismo era una forma de dominación autoritaria que incorporaba a los excluidos de la política, un fenómeno ligado a la transición de sociedades tradicionales a la modernidad. La relación entre Juan Domingo Perón y sus bases en Argentina fue personal y carismática.

La historia de los últimos años cambió un poco este enfoque. Sigamos del lado de la teoría, y quedémonos en la Argentina y nombremos a Ernesto Laclau, especialmente en su libro La razón populista y veremos cómo hubo una nueva interpretación de los movimientos de masas: el populismo –ahora sí desde el lado de las prácticas– era la expresión, un tanto desprolija, tumultuosa, de múltiples reivindicaciones: ya no la lucha sindical únicamente. También, los pobres en general y las minorías de todo tipo, encontrarían en el caudal populista el limo sobre el que sedimentar un cambio.

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El populismo volvió a la consideración en la “década ganada”. Tanto que después de Evo Morales, de Hugo Chávez –y de Lula y Cristina Kirchner– comenzó a ser una identidad. A favor y en contra. Si uno revisa el discurso de Cambiemos, por caso, se encontrará con que poco a poco, ya no hablan de kirchnerismo. Su enemigo es, sería, el populismo. Citemos a Marcos Peña: “El populismo se quedó sin votos y no acepta que es minoría”, dijo hace unos días a los jóvenes de Cambiemos.

Problema. Lo de Peña, además de ideológico, es estratégico. Populista es –al menos en la convención popular– también la ultraderecha europea de Marine Le Pen o el extremismo del Tea Party, incluso el gobierno de Donald Trump.

Populismo es, podría ser, muchas cosas. De hecho, en un reciente encuentro organizado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero, las Jornadas “Populismo Comparado: América Latina, Europa, Estados Unidos“, muchos de los intelectuales que abordaron la cuestión discutieron sobre el tema.

¿Cuánto populismo tienen las centroizquierdas latinoamericanas? ¿Qué hay en común entre Viktor Orban, de Hungría y Rafael Correa en Ecuador? ¿Son populistas el Frente para la Victoria o el PT brasileño? Una de las respuestas más creativas la dio en una entrevista exclusiva a PERFIL uno de los invitados al encuentro, el politólogo de la Universidad de Lisboa Andrés Malamud. Para él “los K no eran populistas. Y en Cambiemos uno puede encontrar rasgos del populismo”.

Cambios. Malamud profundiza en el cambio en el pensamiento progresista: “Creo que cierto pensamiento adoptó como reivindicación al populismo –dice Malamud–, porque era usado como un insulto por sus opositores, por la derecha. Entonces, si la derecha lo usó como insulto, los insultados lo toman como identidad. Algo similar pasó con las palabras “puto” o “puta” que fue un insulto durante mucho tiempo. Y, sin embargo, los homosexuales masculinos y las prostitutas empiezan a utilizarlas con orgullo. Se apropian de la palabra y le dan un significado positivo, evitando estigmatizaciones. El término populismo se sigue usando como arma. Contra algo o alguien. Y esto se debe en gran parte a la virtud estratégica de Ernesto Laclau, que se dio cuenta que podía vender un producto académico a partir del concepto nuevo.

—Eso de tomar los insultos y darlos vuelta también fue o es propio del kirchnerismo. Expresiones como “la mierda oficialista” son habituales como autorreivindicación...

—Es cierto. Pero fijate que el peronismo ya lo había hecho. Por ejemplo, cuando hablaba de los Cabecitas Negras. En la Argentina ésta es una operación discursiva muy común. Los hinchas de Boca, por ejemplo, están muy orgullosos de decirse bosteros... El uso del castellano en la Argentina es muy juguetón. No es un invento kirchnerista.

Concepto. Malamud sale del posible juego de palabras en búsqueda de una definición precisa. “Desde la teoría se habla de la ambigüedad del populismo. Que puede ser dos cosas. Por un lado, un correctivo para la democracia cuando se esclerosó. En algunos momentos la democracia se queda rígida y en manos de las élites y el populismo viene a romper esas estructuras rígidas y a redemocratizar la democracia. A meter pueblo otra vez en lo que solo quedó como liberalismo. Y lo otro es como amenaza. Cuando se rompen demasiado las instituciones, lo que queda en riesgo es la democracia. El fenómeno populista puede ser prodemocrático o antidemocrático, de acuerdo al contexto”.

—¿Es posible descubrir rasgos comunes entre Trump y Lula, por ejemplo?

—Por un lado, no diría que Lula es populista. Ahora podría serlo. Pero seguro no lo fue cuando gobernó. Pero creo que si hay que buscar un elemento común en todos los populismos, encuentro uno: el maniqueísmo.

—La grieta...

—Sí, el maniqueísmo consiste en dividir al mundo en dos. Y pararse supuestamente del lado de los buenos. El populismo tiene la característica de definir al lado de los buenos como la mayoría. Los malos son las élites, la oligarquía, los cipayos. Son pocos, pero poderosos y arruinan la vida de la mayoría. Mayoría que debe juntarse. Para simplificar: hay tres grandes formas del populismo: la forma política, la económica y la cultural.

—¿Cómo serían esas formas?

—La forma política estaría mediada por la relación directa entre el líder y las masas, sin mediación institucional. La que usan los economistas es redistribución con irresponsabilidad fiscal. Redistribuir ahora lo que no fue producido. Y eso se hace en base a deuda. A veces van de la mano, pero no siempre. Y finalmente, está el populismo cultural, que surgió a fines del siglo XIX en Rusia y en los Estados Unidos. Se manifiesta en el caso italiano, el hombre cualquiera, el hombre común. El hombre normal frente a las élites ilustradas: los poderosos, los ricos, incluso los judíos en algunos casos. Los dueños de las cosas que nos oprimen. Desde este análisis, por ejemplo, Perón no era un líder populista cultural. Perón no era un hombre común, sino un conductor.

—Un líder que en cierto sentido no era consciente de la transformación que representaba, según algunos teóricos.

—El populismo, en principio, es independiente de las ideologías. No quiere decir que no las tenga, sino que puede tener cualquier ideología.

—A priori, podría resultar una característica extraña.

—El populismo es una relación. Entre el líder y las masas, entre el presente y el futuro. Yo haría una distinción entre los líderes populistas que son conductores y los hombres comunes, que reclaman el privilegio de conducir porque son iguales a los conducidos. Perón no era así. Trump, quizás, un poco más. Pese a ser millonario, lo que él dice, como habla y cómo se comunica es como si fuese un trabajador blanco. El es uno de los hombres del común.

—¿Sería una simplificación decir que el populismo de izquierda es más político mientras que el de derecha es más cultural?

—No es una simplificación.Pero podría no ser así. En general lo es. Pero la división general entre populismo de derecha y de izquierda es el continente. En América Latina el populismo es de izquierda e inclusivo. En Europa es de derecha, minoritario y excluyente. Se excluye al diferente, al inmigrante. En América Latina también es nacionalista: nac&pop.

—¿Cúal sería el enemigo del populismo latinoamericano?

—El capital. Los monopolios, Estados Unidos. Esto es diferente de revelarse contra los inmigrantes.

El relato y el proyecto. El politólogo explica que “el populismo, hasta un cierto grado, puede ser beneficioso. Lo que nosotros conocemos como democracia, es la democracia liberal. Es liberal porque al darle derechos a las minorías limita los derechos de las mayorías. El mismo principio por el que les concede poder a las mayorías, las limita. El populismo empuja las barreras de la democracia en algunos casos. Al hacer esto disminuye, por así decirlo, el liberalismo y aumenta el democratismo. Una democracia mayoritaria sin limitación para las mayorías, no es democracia. Se tranforma en un totalitarismo mayoritario”.

—¿La confrontación sería entre liberalismo y populismo?

—La distinción correcta sería entre populismo e institucionalismo.

—El gobierno actual dice “somos institucionalistas, no populistas”...

—El concepto clave es república. Cuando se habla de republicanismo es eso. Controles. Controles para el poder, que no se corrompa. Porque si fuera solo el pueblo faltarían instituciones y faltaría república. Entre la república y el populismo, hace falta un equilibrio.

—Cuando se plantea la cuestión en términos económicos, muchas veces se habla de terminar con el gradualismo. ¿No se olvidan de los seres humanos los que se dicen no populistas? Cuestiones como la pobreza o el bienestar, por ejemplo...

—Sí. Por eso, pura república es mala. Puro populismo es malo. Este gobierno no es puramente liberalismo. Por dos razones. Primero, porque no es tan respetuoso de las instituciones como se jacta de serlo. Y segundo porque es más popular, en el sentido de que llega a los sectores populares de una manera inesperada. Y el kirchnerismo tampoco era poco populismo. Porque empujaba a las instituciones (empujaba el espacio de lo posible en sus términos), pero no metía presos a los opositores. El kirchnerismo no fue corrosivo para las instituciones. Las empujaba, iba hasta donde pensaba que podía y luego, incluso, se echaba atrás. Los dos van hasta donde pueden, sin forzar las instituciones. El kirchnerismo fue menos populista de lo que se dice. Y Cambiemos es menos republicano de lo que parece. Y por eso tienen bastante en común entre ellos, que es lo que José Natanson se está cansando de decir.