ELOBSERVADOR
PERIODISMO NARRATIVO

Demetrio, el gladiador

Crónica de un luchador que cuenta su vida dentro y fuera del ring.

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El luchador Demetrio Garcilazo | CEDOC PERFIL
A 26 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, muy cerca de la estación de trenes de Boulogne, hay una fábrica abandonada de textiles que alguna vez fue un hospital oncológico. En la  puerta de entrada cuelga un cartel verde y desvencijado que dice: “Escuela de lucha Los Colosos. Ambos Sexos, todas las edades. Martes y jueves de 18.30 a 21.30”.
Demetrio Garcilazo, 56 años, estatura media, músculos gastados, una pequeña panza, se para sin miedo en la tercera cuerda de uno de los dos cuadriláteros de lucha libre que hay en el lugar. Alrededor se forma un espacio oscuro, unas máquinas viejas de gimnasio se amontonan en una esquina y en las paredes grises cuelgan fotografías antiguas, dibujos de niños y carteles de eventos, todos alusivos a la lucha libre. La mayoría cuenta parte de la historia de Demetrio Garcilazo (Demetrio, el gladiador, en el ambiente de la lucha) y su hermano Leonardo (Machuca, la hiena), también luchador y responsable de la escuela.
Por momentos, Demetrio se tambalea y mira a su alrededor. Junto a las cuerdas, un grupo de estudiantes lo miran en silencio, expectantes.
—¡Mirá, así es como se debe hacer! —dice Demetrio.
Su sombra recorre la lona. Su cuerpo cae como una pluma pero se oye un estruendo. Da una voltereta rápida, se levanta y camina hacia las cuerdas. Apenas abandona el ring por uno de sus costados, sus alumnos entran y continúan con la práctica. 
En 2001, Demetrio y Leonardo Garcilazo decidieron abrir un pequeño gimnasio para enseñar a jóvenes a luchar, también para realizar eventos luchisticos los cuales tuvieran marcado su sello. Fue así como registraron Colosos de la Lucha, la pequeña empresa de enseñanza y espectáculos de lucha que bautizaron con el nombre del programa de televisión en el que hicieron su primera aparición en 1982 en ATC (actual TV Pública).
—Me gusta más que los chicos nuevos practiquen en esté cuadrilátero, que es más duro —dice Demetrio—. La idea es poder enseñarles como nosotros nos preparamos. Y es que nosotros nos formaron en pisos de judo, esos que son pura madera y lona, esto —sonriente, señala el cuadrilátero— no es nada. A nosotros nos quedaba la piel pegada a la lona.

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Demetrio Garcilazo nació el 15 de enero de 1961 en la ciudad de San Isidro. Sus padres, Roymundo Nardo Garcilazo y Sergia Ruiz, habían llegado de Entre Ríos en 1955 con la idea de mejorar sus vidas. La familia era numerosa, siete hijos y tres hijas.
A los seis años, Demetrio empezó a trabajar luego de que, una noche, su padre fuera atropellado por un colectivero. El accidente ocurrió mientras Roymundo regresaba a su casa en bicicleta de su trabajo como sereno en el Hipódromo de San Isidro. Roymundo quedó incapacitado para trabajar.
—Mi infancia era dura —dice Demetrio—. Al no tener alguien que aportara en la casa, todos salíamos a trabajar desde chicos. Yo trabajé en una fábrica de mosaicos.
Cuando no estaba trabajando se iba  con su hermano Leonardo a la casa de un vecino que tenía televisor —una novedad para aquella época — para mirar en Canal 9 Titanes en el Ring. Durante horas veían las luchas en las que aparecían El Caballero Rojo, Mr. Moto, la Momia, el Payaso Pepino y uno de sus favoritos, Hippie Hair, un luchador que solía vestirse con ropa de hippie y realizaba movimientos acrobáticos que nadie más hacía.
Una tarde de 1977, Leonardo, su hermano, se estaba preparando como fisiculturista en un gimnasio de Vicente López, cuando vio un anuncio en el que invitaban a jóvenes de diferentes edades a entrenarse con el gran luchador Alejandro Rodríguez, el Mr. Moto de Titanes en el Ring. Aquella tarde Leonardo le dijo a Demetrio, y a los pocos días los dos hermanos se inscribieron para empezar su entrenamiento.
Durante cinco meses, los dos se entrenaron con Mr. Moto y otros grandes luchadores de Titanes en el Ring, como El Sultán, El Gitano y El Cavernario. Cada vez que regresaban a su casa llegaban con una nueva herida, una raspadura, algún moretón, algún dolor en el cuerpo.
Los hermanos Garcilazo tuvieron su primera lucha profesional el 19 de noviembre de 1977, en un gimnasio con poca gente y contra algunos de sus maestros. Al año siguiente fueron invitados a reemplazar a una dupla de hermanos que participaba de Titanes en el Ring en una gira en La Rioja. Se necesitaban novatos que lucharan y supieran perder. Ellos aceptaron porque era una oportunidad de demostrar su destreza frente a un gran público.  
Luego de La Rioja, recibieron invitaciones para eventos que se realizaban en distintas regiones del país. Era poco el dinero que ganaban, pero siempre aceptaban porque así podían conocer distintos lugares de la Argentina.
En 1983, su maestro Alejandro Rodriguez los invitó a participar en su primer programa de televisión, Colosos de la Lucha. Durante un año, los Garcilazo fueron Los Hermanos Acróbatas, Leo y Damián. Además, en solitario, Demetrio interpretaba a Gatopardo, con traje de licra y máscara de felino.
—Gatopardo era un personaje muy ágil, muy difícil, mucho entrenamiento y mucho sacrificio. Y yo lo quería hacer de tal manera que nadie copiara al personaje y que el público no notara que era yo.
Luego, entre 1986 y 2014, Demetrio interpretó 19 personajes en distintos programas: Vortingen en Erre “A” Guerreros del Espacio, El Veterano de Guerra en Los Colosos del canal 6, Khuno, El Hombre Simio, en 100% lucha y Demetrio, el gladiador, en una nueva versión de Titanes en el Ring, estrenada en 2001.
—Son pocos los que pueden dejar muchas cosas y resignar muchas cosas por la lucha —dice Demetrio—. Porque todos siempre piensan en los valores, en lo que se pierde en lo que se deja y es que el luchador siempre piensa en la lucha, en salir, en recorrer, en estar. 
Demetrio ha participado durante 40 años en espectáculos de lucha y aún lo sigue haciendo, hasta que le dé el cuerpo afirma él. Cuando empezó era un chico bajo, delgado, con grandes orejas y cara de niño. Hoy cada vez que entra al ring sé pone nervioso y sus manos le sudan como en aquellos años, su deseo es hacer  siempre un gran espectáculo. 

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Se enamoró muy joven de Adriana del Valle Díaz, ella tenía 17 años y él 22. Se conocieron gracias a la lucha, luego de que él realizara una presentación en el colegio de ella. Se casaron en 1983, cuando ella ya estaba esperando a su primer hijo, Daniel. Cinco años después tendrían a su segundo hijo, Maxito. 
—Él siempre fue trabajador de fábricas —dice Daniel Garcilazo, el hijo de Demetrio—.  Y nosotros somos de clase baja, siempre nos inculcó el trabajo y que lo primero que teníamos que hacer era conseguir nuestra casa antes de los lujos. Nosotros teníamos lo básico pero siempre teníamos las cosas que él nos podía ofrecer.
Daniel reside desde 2013 en el Distrito Federal de México, donde desarrolla su carrera como luchador (Hip Hop Man); también ha interpretado papeles segundarios en distintas series de televisión mexicanas. Su hermano Maxito llegó a principios de este año a México y actualmente participa de distintos eventos de lucha en el papel de La Mosca.
Al hablar por Skype, Daniel tiene un marcado acento mexicano. Tiene grandes orejas, los parpados caídos, se ve parecido a su padre. Recuerda distintas situaciones que ha pasado junto a él: las veces que vistió los trajes de lucha de su padre, los golpes que este le dio cuando apenas estaba dando sus primeros pasos en el ring o cuando lucharon juntos en las arenas de México.
Demetrio, según Daniel, “siempre fue de los que se llamaban los obreros del ring o los trabajadores, aquellos que hacían que el otro fuera figura”, pero también reconoce: “Mi papá siempre fue un fuera de serie en lo que hizo, y muy bueno en cada una de las cosas que hacía. Por eso ya tiene 56 años y sigue luchando, sigue siendo uno de los mejores de Argentina, y eso tiene que ver mucho con la condición física y con la preparación que él tiene”.

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Hace algunos años Demetrio se separó de Adriana. Decidió restablecer su vida y vivir en una casa en Martínez junto a su nueva novia, la hija adolescente de ella y dos perros.
Cerca de donde vive, en el café-bar Perseo, Demetrio mira por la ventana a los transeúntes. Tiene las manos manchadas de pintura y aceite. Siempre tuvo que mantener dos tipos de trabajo. Uno en el que era aplaudido y a veces ovacionado por un público que admiraba sus golpes. Otro en el que era uno de tantos albañiles o pintores en una obra.
—Acá, por la zona, ya muchos me conocen y me piden que les pinte las casas, ya me tienen cierta confianza. Lo bueno de aquel trabajo es que te convertís en tu propio jefe y te da los tiempos que necesitás para seguir haciendo otras cosas, para seguir entrenando y dar lo mejor de la lucha.  
Saca de su maletín tres ediciones diferentes de la revista mexicana Box y Lucha. Demetrio tuvo la oportunidad de luchar en 2015 y 2016 en las arenas de México, y Box y Lucha publicó artículos sobre él.
—¡Mirá! —dice señalando el artículo que está al lado del suyo—. Acá es donde te das cuenta que están teniendo en cuenta tu trayectoria en otras partes, no sólo por lo que dicen de ti, sino porque ponen al lado una nota hablando del hijo del Santo.
Demetrio sonríe. Luego sigue mostrando las revistas mientras continúa narrando lo bien que se adaptó al estilo de lucha mexicano.

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En un gran McDonald's, entre el ruido y el olor a hamburguesa y papas fritas, se encuentra Raúl López, El Gran Cacique Nube Oscura en el ambiente de la lucha, un hombre ancho de cara arrugada que tiene tatuado en su brazo izquierdo la imagen de un indio norteamericano, con plumas y collares.
Raúl López conoció a Demetrio Garcilazo en el programa Colosos de la Lucha en su personaje de Gatopardo. Pero lucharon por primera vez en 1993, en el programa Lucha Mundial, donde Demetrio interpretaba al Comandante Boina Verde. 
—Para mí es un buen amigo, una excelente persona y un buen profesional, como todos los viejos luchadores —dice Raúl López. 
Demetrio y el Cacique suelen verse cada 4 de diciembre en el Día del Luchador en la Argentina, cuando se reúnen varios luchadores de distintas épocas y aficionados. En el encuentro de 2016, con el vestuario de Nube Oscura, Raúl dijo a la agencias de noticias Télam: “Titanes me dio trabajo, placer y una familia. Tengo 60 años, voy a seguir hasta que el cuerpo diga basta, la lucha es mi vida, con luchadores como Demetrio somos los veteranos del ring, lo llevamos en la sangre”.

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El 10 de junio de 2017, en la cancha de básquet del club Colón de Montevideo, luchadores argentinos, uruguayos y bolivianos participan del evento  Los Guerreros Charrúas.
La última lucha de la noche se da entre Willy Moreno, un tipo regordete y bien peinado que viste un pantalón brillante y una remera blanca con líneas azules, y Demetrio, que viste su traje de gladiador: musculosa larga color café con  adornos en forma de llamas en el pecho y cinto de tela color dorado que acompaña a sus botas largas de luchador.
Willy Moreno agarra a Demetrio de un brazo, le hace una llave hasta dejarlo de rodillas, le golpea la nuca, le da una patada en la espalda, luego lo levanta del pelo y golpea su cara una y otra y otra vez, lo arroja hacia una de las esquinas para hacerlo rebotar y salta con la intención de cortarle el paso con una doble patada al pecho. Pero Demetrio le responde con una tijera, lo tira a la lona, lo golpea, lo levanta, le da una patada voladora, Willy Moreno vuela sobre las cuerdas y termina fuera del ring. Demetrio usa las cuerdas de trampolín y se lanza sobre Willy Moreno, lo agarra del cuello y lo sube de nuevo al cuadrilátero. Más llaves, golpes y caídas. 
Al final, Demetrio se para en la tercera cuerda del ring y mira al público. Se ve como un tipo recio. Entonces salta hacia Willy, que lo mira con sorpresa. Los dos quedan en el piso. El árbitro cuenta ¡1... 2... 3...! y gana Demetrio. El público aplaude con fuerza.

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Leonardo, el hermano de Demetrio, usa las máquinas viejas del gimnasio, solo y en silencio. Se mantiene en forma a los 61 años. Tiene pequeñas bolsas debajo de los ojos y canas en el cabello, largo hasta los hombros.
—Fuera de la lucha, Demetrio tiene su novia, yo tengo mi novia y nos juntamos los miércoles. Nos juntamos en la casa de él o en la casa de mi novia y por ahí ponemos música o nos ponemos a cantar.
Leonardo, como Machuca La Hiena, sube al ring y le da indicaciones precisas a los chicos sobre como caer o hacer una llave. Habla rápido y entre dientes, dice que le gusta enseñarle a sus alumnos no sólo a luchar sino a formar una ética de luchador: ser honesto, comer bien, cuidarse el cuerpo, entrenar y amar la lucha por encima de todas las cosas.
—Se lucha sólo para seguir aprendiendo y para irse siempre renovando —dice Demetrio—. Hay que estar siempre con la cabeza y el cuerpo dispuesto, para una gira, para un programa, para lo que sea. El luchador siempre está predispuesto para luchar todo el año.

*Esta crónica fue producida en el curso de Especialización en Periodismo Narrativo organizado por Editorial Perfil y la Fundación Tomás Eloy Martínez, edición 2017.