ELOBSERVADOR
ernesto talvi, intelectual uruguayo

“Argentina no se puede estar reinventando cada cuatro años”

Investigador en temas latinoamericanos, cree que nuestro país necesita adquirir una alternancia razonable entre Cambiemos y “un peronismo maduro”.

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macri. Talvi considera que recibió “un país al borde de la quiebra”, pero advierte que “se está endeudando mucho, a un ritmo insostenible”. | ap

Es la de Ernesto Talvi una inteligencia singular. Lo es por su vasta extensión. Y lo es, también, porque, aunque al director académico del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) le sobren méritos, aquella cualidad no necesita verificar periódicamente su propia magnitud: está siempre allí y se luce en el recipiente de hombre bueno, perfeccionista y austero que le ha tocado.

Son las 15.30 de un jueves radiante en Montevideo, la ciudad en la que Talvi nació y donde, desde La Blanqueada hasta Carrasco, pasando por Punta Gorda, creció, vivió y estudió.

Quien quiera hallar en su protagonista, director de la Iniciativa Brookings-Ceres para América Latina, a un conservador ortodoxo, no lo logrará. Quien quiera encontrar a un heterodoxo, tampoco. Quien busque en sus palabras el oportunismo economicista de los que aíslan la economía del natural ámbito humano en que debe moverse, se sentirá defraudado antes de leerlo. En cambio, no lo hará quien mantenga intacta la capacidad de sorpresa.

En una esquina de esta ciudad gris y hermosa, cualquier espíritu romántico, por más escarapelas que atesore, puede preocuparse obsesivamente por el déficit fiscal y, al mismo tiempo, luchar con fervor por erradicar la inadmisible marginación con que cada día la periferia nos acuchilla el alma. Ocurre que la izquierda, y esto en Talvi se comprueba cabalmente, no tiene el patrimonio de la sensibilidad social.

En muchos aspectos, la situación cultural y socioeconómica de las periferias existenciales de Montevideo se parece demasiado a la del conurbano bonaerense. Pero hay en un barrio de esas periferias un colegio secundario laico y privado, gestionado por una fundación cuyo consejo directivo Talvi integra, al que ingresan cien chicos anualmente.

Se llama Impulso, su tasa de repetición es bajísima, su porcentaje de deserción, prácticamente inexistente, dicta clases de 8 a 16 seis días a la semana y diez meses y medio al año, y sus técnicas pedagógicas no solamente son modernas, sino que están adaptadas a los alumnos con problemas de aprendizaje, de conducta o de concentración.

Con grupos pequeños, tutores especializados, desayuno, almuerzo y merienda para todos y la dirección del docente y psicólogo Fabrizio Patritti, Impulso funciona como modelo en una nación donde algunos colegios de contextos similares padecen 40% de repetición anual y 82% de deserción en el período que va del primero al último año de secundaria.

Talvi, amante del teatro y fanático de la natación, ha propuesto instalar 135 colegios públicos como éste en todo el país y ha demostrado la sustentabilidad de su plan. Cuando PERFIL le pregunta por qué es necesaria tanta personalización en la formación de los chicos, el doctor en Economía por la Universidad de Chicago contesta con ocho palabras movilizadoras: “Muy simple: para que nadie se quede atrás”.

Es fácil entender que si la clase política le ha dado la espalda a esta iniciativa, no debería haber reaccionado de un modo distinto frente a la posibilidad de una ley de responsabilidad fiscal que crearía un comité de notables mediante el cual se despolitizaría el proceso de toma de decisiones respecto al volumen del gasto público, para que nunca más el país gaste irresponsablemente en tiempos de abundancia ni se encuentre en una situación acuciante en tiempos de escasez.

Una sabia advertencia contracíclica formulada por quien, acaso por haber comprendido el modo en que durante la floreciente posguerra sólo cinco países en el mundo pasaron del subdesarrollo al desarrollo, es enemigo de las fórmulas mágicas.


República y progreso. Contrariamente a lo que hacía antes, Talvi ha decidido, siempre desde Ceres y mediante un programa llamado Encuentros Ciudadanos, recorrer todo el Uruguay para dialogar con la gente común, dictar conferencias, intercambiar impresiones y formular propuestas concretas. “Nos dimos cuenta –comenta– de que no alcanzaba con hablarles a las élites”. Su sueño de la vieja república idílica, amable, con movilidad social ascendente y un tejido social armónico es parte del aire.

Ha llegado el momento de conversar sobre Argentina, una tierra que Talvi quiere profundamente. “Macri recibió un país al borde de la quiebra, así de simple”, asegura el también profesor visitante de la Universidad de Columbia, y agrega: “Un país con un desequilibrio fiscal enorme, financiado con emisión de dinero y por ende alta inflación, con pérdida de activos de reservas del Banco Central, que son finitos, y sin acceso al crédito, ya que Argentina estaba peleada con los mercados internacionales, con lo cual cuando se agotaran las reservas, o íbamos a ir a una inflación de tres dígitos o a una cesación de pagos”.

El ex economista jefe del Banco Central del Uruguay afirma que restablecer el acceso al crédito fue la clave de la política de Macri, a quien en términos generales valora muy positivamente, aunque advierte que Argentina “se está endeudando mucho y a un ritmo insostenible” y que es “prohibitivamente cara en dólares”, lo que no impide que opine que bajo el mandato del ingeniero se restableció el espíritu republicano.

Talvi, cuyo nombre últimamente se ha manejado como posible candidato presidencial, elogia en especial a Alfonso Prat-Gay, quien a su entender “cumplió largamente con su cometido porque levantó el cepo, hizo el blanqueo y restableció el crédito”. Ahora, cree que en el equipo económico “están esperando a que las elecciones de octubre otorguen factibilidad política para resolver los problemas fiscales de la nación”.

—¿Es imprescindible una victoria del macrismo en octubre?

—Como me dijo el doctor Pablo Guidotti, de la Universidad Di Tella, quizá más importante que un triunfo del macrismo es que el kirchnerismo desaparezca definitivamente del escenario político y que el peronismo moderado sea el que emerja como alternativa, con lo cual, creo yo, se puede reducir la incertidumbre con la que Argentina va a caminar y puede aumentar la posibilidad de acuerdos para establecer políticas de Estado. Finalmente, eso es el Uruguay.

—¿Cómo es eso?

—Uruguay es tan pequeño, y está entre dos vecinos tan grandes e inestables. Entonces, ¿qué es lo que tiene para venderle al resto del mundo? Estabilidad, seriedad y previsibilidad. La gente sabe que en Uruguay puede haber un presidente que fue guerrillero y que, con independencia de lo que se piense sobre el modo en que gestiona, no va a cambiar la organización económica básica del país. Acá no se nacionalizó ninguna empresa, no se renacionalizaron las administradoras de fondos de pensión, no se les prohibió a las compañías extranjeras repatriar dividendos al exterior ni se gravó al agro con detracciones a las exportaciones. El Uruguay no hace disparates y, ¿por qué? Porque le va la supervivencia en ello, porque somos tan chicos que, para poder ser atractivos, tenemos que ser creíbles, previsibles y serios. Por lo cual, me parece, si la Argentina logra una ingeniería política que posibilite una alternancia razonable entre Cambiemos y un peronismo maduro, eso le va a dar una enorme estabilidad al país. Pero si nos estamos reinventando cada cuatro años, entonces para el que invierte no en papeles sino en ladrillos y en máquinas, no habrá un horizonte previsible.


Libertad. Antes de terminar la charla, resta saber qué importancia tiene para este admirador de Ricardo Lagos y de Bill Clinton la idea de la libertad en un universo donde, paralelamente al reinado de autócratas como Putin, Maduro y Erdogan, China hace un dogma del mercado mientras viraliza el trabajo esclavo y siega la vida de un Premio Nobel de la Paz, como si lo que Tolkien llamaba “corriente incesante del tiempo” fuera una mala broma de la literatura.

“La libertad tiene una importancia total, absoluta y no negociable. La democracia, las elecciones limpias y de amplia participación como el único método aceptable para elegir a nuestros representantes y la vigencia plena del Estado de derecho, que lo que hace es ponerle límites a lo que las mayorías ocasionales pueden hacer, es la idea central de los sistemas constitucionales en que vivimos. Y pienso que, de alguna manera, el pragmatismo de tolerar a una dictadura porque toma decisiones económicas que puedan parecer razonables es un atajo inaceptable desde el punto de vista ético. El éxito circunstancial de un gobierno autoritario no lo legitima. Para mí, la democracia liberal es una forma de coexistir con el otro y, además, es un fin en sí mismo”.


*Desde Montevideo.