DOMINGO
LIBRO

Lectura para todos

Comienza para muchos argentinos el tiempo de las vacaciones, con menos compromisos y más tiempo libre para poder viajar gracias a un buen libro. Aquí, ocho propuestas para todos los gustos: ciencia, religión, policiales, política, denuncia social, biografía, meditación y autoayuda.

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Germán de los Santos y  Hernán Lascano
“Estamos en guerra”

La gente se alineaba en una caravana que recorría incesante la estrecha calle bajo la luz soleada del mediodía otoñal. Requería paciencia abrirse paso entre la multitud hasta llegar a la casa sencilla, de dos plantas, a ambos lados del corredor pavimentado, motos y vehículos costosos de los que se acercaban a dar el pésame entremezclados con la gente más pobre de esa lonja de terreno suburbano. El cortejo reunía personas de dentro y fuera del barrio, de toda edad, de todo aspecto, de toda condición, con las caras serias y fruncidas, que no hacían ruido pero hundían los ojos como navajas en todo aquel desconocido.
Un metro más allá de la puerta, en el interior de la casa, un hombre moreno y macizo de pelo enrulado, endurecido como un busto de bronce, recibe a los que acercan su saludo. Es el padre del muerto. Tiene otros ocho hijos, pero este era el más admirado, el más querido, el más confiable. El Pájaro, al que han matado hace diez horas a veinte cuadras de allí, había tomado un par de años antes las riendas de la familia y del negocio.
En la penumbra de la entrada a su casa, el Viejo Cantero menea la cabeza cuando cada persona se arrima a dejarle una reverencia de consuelo. Cada tanto con una palabra o un gesto mínimo da una indicación a colaboradores que ante la directiva parten resueltos a cumplir el mandado. Alguien que le merece respeto se le acerca, le estrecha la mano y le pide calma. Es curioso porque el Viejo parece sereno. Incluso cuando responde al consejo.
—Que nadie me venga a hablar de nada. Estamos en guerra. Ya saqué el ejército a la calle.
Afuera en la vereda, en la habitación donde reposa el difunto, en el silencio arisco del barrio tapado de marcas se respira la cercanía de algo anómalo. ¿Quién pudo siquiera atreverse a pensar en matar al Pájaro Cantero? ¿Cómo se puede concebir y ejecutar un acto así sin esperar que bajo el cielo se abra un tendal de cicatrices y se llenen de electricidad los cementerios de la ciudad?
Pero el cuerpo del hombre más fuerte de los barrios Las Flores y La Granada está ahí, despedido por centenares en la improvisada capilla ardiente en la casa de la calle Caña de Ambar, sin evidencia en la cara cuadrada y serena de los tres balazos que le quitaron la vida. (...)
La tarde anterior, el Pájaro había estado sentado frente a una mesa con mantel de hule, tomando mate con su madre durante horas en la casa donde ahora lo despiden. Cerca de medianoche le pidió que le planchara una camisa porque iba a salir. A las 0.30 de ese 26 de mayo de 2013, el Pájaro montó en su Peugeot RCZ descapotable gris y pasó a buscar a Eric Perea, un amigo del barrio. Primero se detuvieron en una estación de servicio de Arijón y Moreno, en una zona abierta de casas achaparradas cercana al Casino, y entraron en la cafetería. Allí, el Pájaro pidió una lágrima, y Eric, una gaseosa. A los 15 minutos se les unieron otras dos personas. Uno era su hermano, Ramón Ezequiel Machuca, conocido como Monchi, administrador de los negocios de la banda. Lo acompañaba Mariano Salomón, el Gordo, uno de los lavadores de plata de los quioscos del grupo. (...)

Rolando Barbano
Historias detrás de los números

U n 154% aumentaron las condenas por delitos sexuales en todo el país entre 2002 y 2015, según un estudio del Registro Nacional de Reincidencia. Eran 953 por año, y ahora son 2.428.
Hubo 2.254 femicidios en la Argentina en 2016, según la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En 2014, cuando empezaron a contabilizarse, eran 225. Un 12% de crecimiento en apenas dos años. La provincia de Buenos Aires, el distrito que registra la mitad de todos los delitos que hay en el territorio argentino, tuvo en 2016 una suba del 12% en la cantidad de denuncias por abuso sexual en relación con el año anterior.
Estas son las historias detrás de esos números. (...)

Ella, la única que no sabía que la iba a matar. No era necesario pedirle a una anciana en ayunas que buscara augurios aciagos en sus sueños para predecir su muerte.
Todos a su alrededor sabían que habría un crimen, que él sería el autor, y ella, la víctima.
Lo sabían en su familia, en su trabajo y en su barrio. Lo sabían las que la precedieron y lo sabían quienes la rodeaban. Lo sabían en la Justicia y lo sabían en la Policía.
Pero nadie le avisó a Mónica que moriría.
Melisa lo supo siempre. Conoció a Mario Alberto Saucedo en 2011 en Bahía Blanca, lo vio un par de veces y al año siguiente comenzaron una relación. De él la cautivó, recordaría después del crimen, el contraste entre su aspecto recio y su interior dulce, entre sus músculos de patovica y su historia de hombre vulnerable que siempre había vivido sin cariño. Esa aura de pobre buen tipo al que nadie quería, al que todas habían usado y ninguna había amado de verdad.
Pero, claro, todo era una fachada.
Pronto empezaron a aparecer los celos. Les siguieron las discusiones violentas. “Nunca vivimos más de tres meses juntos”, contó Melisa a radio La Brújula 24 tras el asesinato, en octubre de 2017. “Nosotros nos peleábamos, yo me iba y a los dos o tres días él me pedía perdón, me decía que no lo iba a hacer más. Llamaba a mis familiares, a mi ex pareja, a mi mamá, les rogaba y yo regresaba con él. Pero no cambió nunca”, se lamentó.
Al tiempo llegaron los golpes. “Después de la primera pelea, y de que yo realizara una exposición ante la comisaría, nos volvimos a arreglar. A las dos semanas, estábamos en el parque, se enojó y me dijo que me iba a llevar a casa. Pero me llevó a la ruta. En el camino me iba golpeando en la cara y me hacía como que me quebraba las muñecas para que le dijera ‘con cuántos’ había estado en el tiempo en que estuvimos separados. Al rato me hizo bajar del auto y caminar al borde de la ruta durante varios metros”, relató la joven. (...)
 “Pero lo peor fue cuando quedé embarazada. Tenía más ganas de estar muerta que viva. Si no tenía sexo, decía que yo era una puta que me había acostado con otro mientras él estaba trabajando. Incluso, cuando estaba embarazada pensé en tirarme por el balcón en varias oportunidades, pero pensé en mi bebé y no lo hice. No lo denunciaba más seguido porque igual me iba a encontrar adonde fuera”. (...)

 Jorge Bergoglio
“Seamos misericordiosos”

E l peligro de juzgar. ¿El peligro cuál es? Es que presumamos de ser justos, y juzguemos a los demás. Juzguemos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores, condenarlos a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que nos arriesgamos a permanecer fuera de la casa del Padre!
Como ese hermano mayor de la parábola, que en vez de estar contento porque su hermano ha vuelto, se enfada con el padre que le ha acogido y hace fiesta.
Si en nuestro corazón no hay la misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, aunque observemos todos los preceptos, porque es el amor lo que salva, no la sola práctica de los preceptos. Es el amor a Dios y al prójimo lo que da cumplimiento a todos los mandamientos. Y este es el amor de Dios, su alegría: perdonar.
¡Nos espera siempre! Tal vez alguno en su corazón tiene algo grave: “Pero he hecho esto, he hecho aquello...”. ¡El te espera! El es padre: ¡siempre nos espera! Si nosotros vivimos según la ley “ojo por ojo, diente por diente”, nunca salimos de la espiral del mal. El Maligno es listo, y nos hace creer que con nuestra justicia humana podemos salvarnos y salvar el mundo. En realidad sólo la justicia de Dios nos puede salvar. Y la justicia de Dios se ha revelado en la Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo.
¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo de justicia que ha vencido de una vez por todas al Príncipe de este mundo; y este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).
Os pido algo, ahora. En silencio, todos, pensemos... que cada uno piense en una persona con la que no estamos bien, con la que estamos enfadados, a la que no queremos. Pensemos en esa persona y en silencio, en este momento, oremos por esta persona y seamos misericordiosos con esta persona.
Angelus, 15 de septiembre de 2013.

Mirar más allá. El Evangelio que hemos escuchado de la pecadora que derrama el ungüento perfumado a los pies de Jesús (cf. Lc 7, 36-50) nos abre un camino de esperanza y de consuelo. Está el amor de la mujer pecadora que se humilla ante el Señor; pero antes aún está el amor misericordioso de Jesús por ella, que la impulsa a acercarse.
Esta mujer encontró verdaderamente al Señor. En el silencio, le abrió su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con su llanto, hizo un llamamiento a la bondad divina para recibir el perdón. Para ella no habrá ningún juicio, sino el que viene de Dios, y este es el juicio de la misericordia. El protagonista de este encuentro es ciertamente el amor, la misericordia que va más allá de la justicia. (...)
La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una persona. (...)
Homilía, 13 de marzo de 2015.

Alicia Dujovne Ortiz
“¿Vos amás tu patria?”

C uando viene hacia mí, la reconozco. La he visto en fotografías, pero el recuerdo viene de lejos: Milagro parece salida de una estatuilla aymara. Más tarde, su marido me contará un sueño que confirma la idea; por el momento respondo a su abrazo, un abrazo demorado que repite con cada uno de sus visitantes, como si quisiera metérselos adentro, y que la obliga a ponerse en puntas de pie. Hasta conmigo, apenas dos centímetros más alta que ella, y eso contando con benevolencia.
—Hola, Milagro, soy argentina, escritora, vivo en Francia –le anuncio al desprenderme de la tenaza que da cariño y lo pide–. Vengo a escribir un libro sobre vos para la editorial feminista francesa, ¿sabés?, la del Movimiento de Liberación Femenina.
Ella me dedica una sonrisa radiante y pasa a otra cosa. Ya me lo han advertido: “No esperes que se siente a conversar, Milagro va y viene”. Así es: me hace tomar asiento en un extremo de la mesa donde comen unos hombres y unas mujeres tristes, volcados sobre sus platos, y la veo saltar del uno al otro, abandonar a los de esta mesa para intercambiar una palabra con los demás, instalados en este patio carcelario rodeado por un sencillo alambre que parece fácil de franquear. (...)
Me han aconsejado invitarla a caminar por el patio, único modo de conversar a solas. Hasta me han soplado el gesto que debo hacer para que acepte el convite, ponerle la mano sobre el hombro e iniciar la marcha. Ella no se hace rogar. Estamos lado a lado y damos vueltas en redondo sobre un perímetro embaldosado. (...)
Me aclaro la garganta y le pregunto por la importancia de la mujer dentro de la Tupac Amaru.
—Desde que empezamos a construir las casas yo dije “la mujer a la par”. Mirá, acá tenés a otra compañera detenida (no recuerdo si me nombra a Mirta o a Gladys), que al principio trabajó en nuestro taller de costura, pero cuando comenzaron las obras dejó la aguja para agarrar la pala de albañil. (...)
—Nosotros hacíamos trabajo asistencial, por cuenta nuestra. Yo desconfiaba del Estado. Mirá Menem, si no, que es peronista y morocho y sin embargo vendió el país. ( Evito objetarle que el presidente Menem, responsable de ese liberalismo salvaje que hundió en la miseria a los muchachos de José León Suárez, o a los de Jujuy, es morocho por árabe, no por indígena). Un día sube Néstor y me llama. Sí, Kirchner. En 2004. Lo han elegido un año antes, parece que se mueve, que hace las cosas bien. Yo lo discuto con la gente de la asamblea, en la Tupac: que el presidente de la Nación me propone ayudarnos y que qué hago. La gente dice: “Si él nos quiere dar que nos dé, pero nosotros con la política nada que ver, todas mentiras”. Voy a la residencia de Olivos, Néstor me pide que lo tutee, yo le contesto “¡pero no, qué lo voy a tutear si usted es el presidente!”, y ahí nomás le vengo con que si la propuesta es por los votos no me interesa, además Jujuy es chiquita, qué votos va a ganar. “Te entiendo –dice Néstor–, pero no voy a pedirte nada. ¿Vos amás tu patria?”. (...)

Mariana Koppmann y María Claudia Degrossi
Cuando la etiqueta es lo esencial

La Real Academia Española define “etiqueta” como “pieza de papel, cartón u otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración, clasificación, etc.”. ¿De qué modo, si no, podría identificar la araña con cuál de sus presas comenzar el almuerzo? (...)
La comercialización de alimentos, primero mediante el trueque de mercancías y luego a través del uso de monedas, se inició hace ya muchos años. Los fenicios, por ejemplo, desarrollaron una importante actividad comercial intercambiando alimentos, como cereales, aceite y vino, que transportaban en ánforas, por metales.
Los griegos, por su parte, adquirían alimentos a cambio de cerámica y tejidos. Fuera cual fuese el intercambio, rápidamente quedó en claro la necesidad de controlar esta actividad que crecía a gran velocidad.
De este modo, surgió una magistratura cuya función era velar por la calidad y la cantidad de los productos, que realizaba el control de pesos y medidas, además de ocuparse del precio. Los romanos, por ejemplo, en pos de garantizar la calidad de los productos en un mercado creciente y complejo, obligaban a los productores a inscribir los datos esenciales: fecha, lugar, responsable del envasado, peso neto del producto y nombre del mercader encargado de su distribución. Esos datos podían imprimirse a modo de sello en los productos envasados o en la superficie de las ánforas. Algo bastante parecido a las etiquetas de hoy, ¿no?

Alimento envasado. Lo primero es lo primero. (...) Parece sencillo, pero no lo es tanto, ya que existen muchas definiciones. Revisemos algunas. La Real Academia Española define “alimento” como “cada una de las sustancias que un ser vivo toma o recibe para su nutrición”. Se trata de una definición muy amplia que aplica a todos los seres vivos.
¿Qué pasa con los seres humanos? Las personas deciden qué es “alimento”, y para hacerlo pueden considerar distintas cuestiones. Podríamos analizar entonces el significado de la definición de “alimento” para las distintas culturas, es decir, no solamente para nutrirse, sino también para satisfacer otras necesidades. (...)
Por su parte, el Código Alimentario Argentino (CAA) señala que “alimento es toda sustancia o mezcla de sustancias naturales o elaboradas que, ingeridas por el hombre, aporten a su organismo la energía y los nutrientes necesarios para el desarrollo de sus procesos biológicos”.
Alimento genuino. Sin embargo, no alcanza con definir qué es un alimento o un alimento envasado. (...)
¿A qué nos referimos? Según el CAA, “genuino” es “el alimento que contiene sustancias autorizadas y se expende bajo la denominación y los rotulados legales, sin indicaciones, signos o dibujos que puedan engañar respecto de su origen, naturaleza o calidad”. Dicho de una manera más sencilla, “es lo que dice ser” y, en este sentido, ¡la etiqueta es esencial! Podemos comprar 1 kg de harina 000 o 1 kg de harina 0000. Ambos son alimentos genuinos, cada uno de ellos responde a su denominación según su calidad y así han sido rotulados. Elegiremos una u otra según la preparación que vayamos a realizar. (...)
¿Etiqueta o rótulo? Puede definirse “etiqueta” como “toda inscripción, leyenda, imagen o gráfica que se haya escrito, impreso, estarcido, marcado, marcado en relieve o huecograbado o adherido al envase del alimento”. ¡Contiene mucha información! Tanta que a veces nos parece chino… (...)
En ocasiones, toda esa información que intentamos leer y comprender puede hacer que algo tan sencillo como comprar un producto nos resulte complejo. Múltiples opciones como “reducido en…”, “fuente de…”, “dietético”, “0 colesterol”, “bajo en sodio”, “contenido neto”, con letras de distinto tamaño (algunas realmente ilegibles), ubicación y colores… y solo queríamos elegir unas galletitas.

Albert Bensoussan
Federico, el portador del fuego

Si Picasso el pintor era una lengua secreta, Federico era para Andalucía y para toda España el aire que uno respiraba, el resplandor que lo envolvía como al cuerpo del torero su traje de luces. Y es para él que Eluard (aunque él se dirigía a una amada intemporal) escribió: “Ce que j’aime dans ton visage c’est l’arrivée/ d’une lampe ardente en plein jour” (“Amo de tu rostro la llegada de una lámpara que arde en pleno día”).
Federico, en efecto, era el portador del fuego, lucífero y vidente luminoso. (...) El poeta o profeta poseía ese genio al que él mismo llamó “duende”, el ángel de claridad y el sortilegio de la noche, la impronta de sentido y el amor brujo tan queridos a su amigo Manuel de Falla. ¿Habrá sido para él que James Joyce, sin pensarlo, escribió su Retrato del artista adolescente? La Historia con su gran H asesina lo decidió así: murió en su todavía hermosa juventud, a los 38 años, y es un milagro que hubiera ya producido tanto, escrito y dicho tanto, y que nos haya dejado tantos diamantes nocturnos. Se encontraba todavía en la cumbre de un ardor bullente, con los bolsillos llenos de hojas, la cabeza invadida de imágenes, y de tantos manuscritos que le llovían. Nunca sabremos imaginarnos a un Federico viejo, el que hubiera podido llegar a ser, tal como lo fue Rafael Alberti, que lo acompañó tanto tiempo por los caminos de la poesía, y cuyo cuerpo ya nonagenario contradecía tan cruelmente los versos escritos “sobre los ángeles”.
Federico será para nosotros un joven eterno. Pero Federico no era un niño, como se ha dicho y escrito a menudo, sobre la base de algunas imágenes y abundantes testimonios. Como ocurrió con la música de Chopin –otro Federico–, que a Lorca le gustaba tanto tocar, se ha dicho que se trataba de un arte amanerado y femenino. Para ambos percibimos, al contrario, un juego –un Yo– vigoroso y viril. Pero fue, más bien, por su escritura soberana, un hombre que había conservado y supo conservar toda la frescura y la inocencia de una infancia radiante, acunada por todas las fuentes sonoras o gorgoteantes de su Fuente Vaqueros natal. Con la irradiación asombrada que se ve en los ojos de los niños y de la que algunos abusan, al punto de creer que la mano que trazaba las líneas de su poesía y de su teatro tenía la fragilidad de una manecita pueril. Hay que huir como de la peste de estos clichés y estos prejuicios, que van juntos, para denigrar, en la intimidad atormentada del poeta, su homosexualidad.
Si Marcelle Auclair insiste en su costado infantil, ella que lo conoció bien y ha servido magníficamente su arte dramático, es porque era madre y se sentía como un alma protectora frente a este niño poeta (así lo veía ella) al que admiraba y amaba. Lorca era medianamente alto y robusto, con una gran cabeza, rasgos que podríamos juzgar groseros si no fueran campesinos, la cara sembrada de lunares, la boca carnosa, una voz grave que golpeaba a quienes lo escuchaban, ya fuera en el escenario del teatro La Barraca, que él había creado, o en la intimidad de las conversaciones. Sin duda se confundía inocencia creadora, arte de la imagen o capacidad fabuladora con manierismo, delicadeza estética o femineidad.
Ese talento que tienen los niños de confundir lo imaginario y la memoria, aquellos que se refugian en la ficción como en el fondo de un armario. ¿Mistificador? No. ¿Mentiroso? Sí, es una evidencia, si uno quiere confundir mentira y sueño. ¿Embustero? Seguramente no. Preferiríamos el término “embaucador”, que designa al que nos hace creer en la luna, nos hace tomar luciérnagas por estrellas, nos engaña con bellas imágenes, nos seduce, y nos precipita sobre la tela de araña de su encanto. Esto es lo que finalmente lo define a Federico: él era por entero encanto. Y también encanto en el sentido que le da Paul Valéry: canto, y seguramente canto profundo.

Martín Reynoso
Atención y aceptación conscientes

Mindfulness es una traducción al inglés de la palabra sati, proveniente del pali (la lengua del Buda). Sati connota “conciencia”, “atención”, “capacidad de recordar”. En el habla hispana se ha optado por traducirlo como “atención plena”, “mente plena”. Por lo tanto, mindfulness es estar consciente, permanecer receptivo a lo que aparece en nuestra mente tanto en relación con el mundo externo como con el interno, y es una capacidad natural que tenemos los seres humanos.
Mindfulness no es privativo de nadie, no hace falta afeitarse la cabeza y vivir orando en un monasterio del Tíbet para practicarlo. No está adherido a una religión en particular o a una cultura, sino que es universal. Todos hemos tenido momentos de atención plena en nuestras vidas, de profunda conexión con lo que estábamos viviendo. La contemplación de una tarde en el campo mientras descansábamos, o quizás frente al mar, conectando con los múltiples estímulos sensitivos como el sonido de las olas o de la brisa… aunque también podemos estar plenamente atentos en situaciones mundanas de nuestra vida, como ese guardia nocturno de una garita del centro de la ciudad que, luego de hacer el programa de mindfulness, nos dijo que el tiempo ya no era eterno y aburrido para él en su trabajo porque aprendió a observar de una manera penetrativa y a no desear que el tiempo pase rápido para volver a su casa.
Pensemos en la importancia que tiene la atención en, por ejemplo, un cirujano: si no está muy concentrado, muy presente en el espacio del cuerpo que trabaja y con el movimiento de los instrumentos que utiliza, puede realizar un desastre. Pero hay algo más que esa cualidad atencional que define al mindfulness. Para que el guardia de la garita o el cirujano digan que practicaron mindfulness no alcanza con que estén concentrados. Además, tienen que existir otros componentes: la intención y la aceptación. (...)
Uno puede estar atento a lo que está ocurriendo pero no de manera intencional; supongamos que un ruido intenso se escucha en la calle mientras estamos caminando y nuestra atención se focaliza en la dirección del ruido: allí podemos hablar de una atención involuntaria, automática, de alerta. Obviamente no es mindfulness, pero nadie negaría que es sumamente necesaria.
Además, podemos tener la intención y la cualidad atencional hacia lo que observamos pero no la aceptación, la actitud de amabilidad. Pensemos en un ladrón que está entrando a robar a una casa: está muy atento también y tiene la intención de estarlo. Barre con sus sentidos el entorno constantemente para asegurarse de que no lo vean. Pero no hay una intención noble ni aceptación, sino más bien una sensación de alarma. Al principio de nuestra práctica sistemática en mindfulness podemos registrar que tenemos el deseo de estar atentos y de hecho lo hacemos, pero nos aburrimos o inquietamos rápidamente cuando lo que observamos no es agradable. Por lo tanto, lograr este estado de claridad mental y equilibrio interno puede llevar cierto tiempo. (...)

La meditación de la atención plena. Mindfulness suele comenzar con la práctica de la meditación de concentración en la respiración. Lograda cierta estabilidad mental, continúa con la apertura perceptiva a todo lo que nos llega a la conciencia (...).
Mientras estamos practicando mindfulness, utilizamos lo que llamamos una “conciencia sin elección” de los fenómenos (choiceless awareness), es decir, recibimos el fenómeno que llega (por ejemplo, la bocina de un auto, un calor en la espalda, un dolor en la rodilla) y tratamos de no reaccionar ante él, sino de aceptarlo plenamente.
Cuando esto se aprende a hacer dinámicamente, logramos estados de mucha profundidad y de atención plena a lo que está sucediendo en nosotros y a nuestro alrededor.

Ezequiel Starobinsky
Guía para decidir

Se trata de preguntas abiertas y orientativas, pensadas para cuestionarnos ciertas cosas, para profundizar en el proceso de la decisión. No hace falta buscar respuestas fijas, ni únicas ni exactas. De hecho, es posible que uno ni siquiera tenga respuestas para muchas de ellas, o que no las podamos discernir con claridad.
Se trata más bien de sentir estas preguntas cuando estés tomando decisiones importantes. Sentí el “pinchazo de la pregunta” en lugar de ponerte a pensar una respuesta demasiado intelectual o detallada. Como dijimos, estas preguntas no buscan respuesta específica. Están aquí para movernos en el sentido de una intención fuerte combinada con acción inteligente. La verdadera sabiduría está en la humildad de reconocer la propia ignorancia. Estas preguntas nos ayudan a enfocar la luz sobre ella.
Preguntas guía
¿Estoy reaccionando? ¿Hay algún componente de reacción emocional en lo que estoy por hacer?
¿Esta decisión es repetitiva y cotidiana?
¿Le estoy prestando la suficiente atención?
¿Qué me motiva a tomar esta decisión? ¿Por qué hago lo que hago?
¿Estoy aceptando la situación tal como es y decidiendo desde un lugar interno de protagonismo y aceptación? ¿O no acepto y me quejo?
¿Me motoriza una emoción de enojo?
¿Me moviliza o me contamina alguna otra emoción disfuncional en esta decisión?
¿Opero persiguiendo un deseo, en la búsqueda de un resultado?
¿Cuán apegado estoy al resultado?
¿Puedo transformar ese deseo en una intención, con atención en la decisión y la acción, combinada con desapego del resultado final?
¿El deseo persigue mi beneficio a costa de otros? ¿Puedo moverme a un lugar interno de búsqueda del mutuo beneficio con los demás, el “ganar-ganar”?
¿Se trata de un problema? ¿O es una oportunidad y yo lo veo como un problema? ¿Puedo jugar con diferentes puntos de vista de la situación?
¿Qué quiero? ¿Cuál es mi objetivo en esta decisión?
¿Puedo trabajar con objetivos y metas claros?
¿Hay objetivos en conflicto? ¿Puedo jerarquizarlos, ver si son secuenciales, priorizarlos, ordenarlos?
¿Estoy trabajando con metas cortas y realizables?
¿Por pensar en un gran objetivo “inalcanzable” termino por no hacer nada?
¿Soy demasiado cortoplacista? ¿O apuesto por el largo plazo?
¿Analizo muy “por arriba” decisiones que sí ameritan detenerse y trabajarlas? ¿Tomo algunas decisiones impulsivamente, sin prestarles la atención o el tiempo que merecen?
¿Estoy dedicando demasiado análisis a situaciones poco importantes, cayendo en la “parálisis por análisis”?
¿El miedo al futuro o la angustia del costo de oportunidad me frena y retraso inútilmente ciertas decisiones, perdiendo el “buen timing”?
¿Puedo entender que hay algunas decisiones que es adecuado encarar con análisis lineales y métodos lógicos?
¿Estoy lo suficientemente abierto a soluciones no lineales de las situaciones, dispuesto a fluir?
¿Pretendo imponer un resultado específico, a veces al punto forzar la realidad para que se adecúe a lo que yo quiero?
¿Estoy usando adecuadamente la intuición? ¿O caigo con frecuencia en trampas lógicas, como el “efecto de anclaje” o “sesgo confirmatorio” para evaluar alternativas y estimar valores?
A la hora de soltar una alternativa, ¿puedo desprenderme con facilidad del “costo hundido”? ¿O, por el contrario, lo que ya llevo invertido (en tiempo, dinero o energía) está trabándome, quitándome visibilidad para tomar una buena decisión? (...)
¿A qué le tengo miedo, en definitiva? ¿Qué miedo previo se activa con algunas decisiones? ¿Miedo a la pérdida, al ridículo, a lo desconocido?