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El “Negro” Álvarez en Cosquín: risas, enojos, derechos y libertad de expresión

Entre el “ya no se puede decir nada” y el “todo me ofende” hay una serie de precisiones sobre el alcance del discurso público en el marco de “nuevas sensibilidades”. ¿Todos y todas al INADI?

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Durante el Festival de Cosquín, Álvarez acompañó a Los Cuatro de Córdoba con el canto y el agite. | Prensa Festival

Uno de los grandes debates que tuvo lugar esta semana involucró a dos instituciones del cordobesismo: el escenario del Festival Nacional de Folklore de Cosquín y el humorista Carlos “El Negro” Álvarez.
A tono con la discusión que atraviesa la agenda mundial sobre los roles de género y las desigualdades estructurales, los habituales chistes del Negro en el marco de la presentación de Los Cuatro de Córdoba en la Plaza Próspero Molina fueron objeto de críticas por el tono y por el contexto, y también de encendidas defensas. (ver recuadro: “Qué pasó”).
“Es humor”, “no hay que ser más papistas que el Papa” y “esto parece la dictadura”, dijo Álvarez en algunas de sus tantas intervenciones mediáticas. Y palabras como exageración, intolerancia, corrección política, homofobia, misoginia se multiplicaron para dar cuenta de distintas posiciones sobre el tema.

Ampliación de derechos. Para la doctora en Comunicación Daniela Monje, el marco de estas discusiones tiene que ver con un clima de época: “Desde hace algunos años hay una reconsideración respecto a lo que se puede y no se puede decir a nivel social, en el espacio público -mediático. Y tiene que ver con un reconocimiento de derechos humanos que empezó con la cuestión nodal de los desaparecidos y se extendió a otros grupos y problemáticas. Pusieron en valor una serie de derechos que, si bien existían y estaban reconocidos internacionalmente e incorporados al derecho público en Argentina, no habían sido tematizados en el espacio público, y menos aún en el mediático. En ese sentido, hay una policía discursiva que señala algunas cosas que no se pueden decir con liviandad. No solo por una cuestión de imagen, sino por el reconocimiento de que ahí se está vulnerando un derecho”.
Monje, que también dirige la Maestría en Comunicación y Cultura Contemporánea en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, entiende que las cuestiones vinculadas al género “han sido mejor argumentadas y tematizadas en función de la campaña Ni Una Menos. Si no hubiese existido ese espacio de convocatoria masivo en el espacio público, hubiera sido mucho más difícil hablar de estas cosas y ponerlas en crisis”. Lo ejemplifica: “Los chistes del Negro Álvarez los hace desde siempre y son denigrantes en muy diversos aspectos y hacia diferentes grupos -afirma Monje- y, sin embargo, estaban permitidos”.
En lo que se refiere a la manifestación propiamente dicha, el doctor en Antropología especializado en Sociología de la Cultura Gustavo Blázquez considera que el humor de Álvarez “no es cultura popular popular, es cultura popular- mediática. Lo que hace es la espectacularización de lo popular: actúa ese estereotipo. Esa es su estrategia artística. Ese es su talento. Y puede ser machista, que sea popular no significa que sea “progre”, bueno y democrático. El humor también puede ser siniestro o terrible. El gaste es literalmente gastar al otro hasta dejarlo en la nada. El problema no es que el Negro diga esas cosas, sino que haya un público que las disfrute”.

La libertad de expresión. En este marco, entran también a jugar las acusaciones sobre peligrosidad de esa policía del discurso, plausible de adaptarse al criterio de quien tenga el poder para marcar qué se puede decir. ¿Acaso es válido cuestionar al Negro Álvarez y sus chistes sobre el colectivo LGTBI y las mujeres y no a la revista Barcelona con sus caricaturas sobre la defensora de represores Cecilia Pando?
Para Monje, es posible analizarlo desde el derecho a la comunicación: “Existe, a priori y como una garantía, la libertad de expresión en su dimensión negativa, el derecho de no censura previa. Significa que toda persona puede expresarse libremente, sin censura. En ese marco, también aparece la dimensión positiva. Implica que el Estado tiene que garantizar que todos tengan la posibilidad de expresarse. Es decir, no es un derecho meramente declamativo, sino que tiene que ser garantizado de manera activa”.
En relación con las restricciones, Monje nombra “al racismo, la incitación al odio, a la violencia, a la guerra, incluso expresiones que tengan que ver con casos extremos como la pedofilia. La teoría de la libertad de expresión dice que hay que dejar que las personas se expresen y lo único que se puede hacer es actuar sobre la calumnia, la injuria, el daño, nunca antes. Entonces, el Negro Álvarez puede decir todo lo que quiera. Ahora, si alguien se siente dañado, intimidado, calumniado, tiene derecho a denunciarlo y reclamar un resarcimiento”.
Por su parte, Blázquez analiza que no hay un pedido de censura en las críticas a Álvarez: “La crítica al discurso homofóbico o misógino de Midachi, del Negro, de (Carlos) Tevez es un ejercicio que reclama derechos”. Y valora: “El problema es el carácter público del discurso, que cada uno en su casa diga lo que quiera. El lenguaje de odio no puede circular libremente, no se puede decir cualquier cosa de cualquier manera a cualquier persona. Y es el Estado el que debe proteger a los sujetos que son víctimas de ese discurso. Se ríe del otro, no con el otro. Adquiere otro matiz cuando lo dice el sujeto estigmatizado, como Lizy Tagliani”.
El investigador va más allá y recomienda que ciertas obras en Carlos Paz, que hacen este tipo de humor, debieran tener una especie de parental advisory : la etiqueta que señala contenido explícito usada por la industrias de la música estadounidense para dar cuenta de lenguaje o contenido ofensivo: “Esas obras deberían explicitar en un cartel que se trata de un juego de humor desde el lenguaje de odio”.

La risa canalla. Volviendo a la dimensión social y mediática del asunto, Monje advierte: “No me sorprende que un humorista o alguien como (Marcelo) Tinelli jueguen todo el tiempo en el límite e incluso lo atraviesen. Construyeron el humor desde lo que (Leónidas) Lamborghini llama ‘La Risa Canalla’, el reírse de los otros. El humor más masivo en nuestro país es canalla, se mofa del diferente, de la mujer, del discapacitado, del gay... Y hacen de eso un lugar de regodeo. Es también una construcción cultural: no en todas las culturas la gente se ríe de lo mismo. Acá se da esto de poner al otro en un lugar de sojuzgamiento, de humillación, de escarnio, y eso es lo que hace reír. En algunos casos, ataca derechos, en otros no tiene demasiadas repercusiones”.
Por su parte, Blázquez se pregunta, para finalizar: “¿Cómo no va a haber bullying con estas expresiones? Es humor del odio cuando me rio del otro. Los que se sienten tan incómodos con ‘la policía del pensamiento’ perciben que están siendo ‘policiados’ en esa libertad de pensar que hay gente que es una mierda y no tiene que hablar. Hay que atentar contra esa libertad, es un discurso que viene generalmente de varones heterosexuales, los habituales victimarios, no de las víctimas”.

¿Qué pasó?
A las 22:12 del lunes 22, el locutor de Cosquín los presenta como unos “muchachos universitarios”, “símbolo del canto y la picardía”. La noche se promocionaba como un homenaje a esa bohemia, de celebración de la Córdoba de la Reforma, del Cordobazo.
Álvarez acompañó a Los Cuatro de Córdoba con el canto y el agite. Pero las críticas llegaron cuando fue el turno de los chistes: el del Cara de Nalga cuyo padre “tenía miedo que le salga medio quiebra muñeca, uña de plomo”. Y otro en el cual el hombre engañado entra a su casa y ve a “la negra propia” en la cama con su amigo al que termina pegando un escopetazo. “Seguí así -le dice ella- te vas a quedar sin ningún amigo”, fue la frase del remate. A
lgunas crónicas periodísticas y ciertos perfiles en redes sociales repudiaron estos pasajes en el marco del Festival. Incluso durante la conferencia de prensa, una periodista increpó al Negro sobre el tono de los chistes y este le contestó: “Al humor hay que tomarlo como lo que es, que cuando uno se ríe de uno mismo a veces lo hace de una mujer, a veces de un hombre. El humor es el humor”.

Fútbol y discriminación, una pareja reglamentada
Por Hugo Caric
El promocionado clásico que Talleres y Belgrano protagonizaron el pasado 17 de enero en el Estadio Kempes, con “la Copa Amistad” en juego y la presencia de ambas parcialidades, pudo haber durado un suspiro. Cuando se cumplía el primer cuarto de hora de juego, el árbitro Germán Delfino interrumpió el partido por cánticos xenófobos que partían desde un sector de la tribuna albiazul.
Tal como indica el protocolo reglamentario, el referí informó del hecho a las autoridades y dio la indicación para que desde los altavoces se apelara a concluir con las ofensas, bajo apercibimiento de suspender el encuentro.
El episodio, que finalmente no pasó a mayores, tenía un antecedente más o menos reciente: cuatro años atrás, un grupo de plateistas de la “T” había acompañado el ingreso del equipo celeste desplegando una bandera de Bolivia, que inclusive fue secuestrada como prueba por las fuerzas policiales, en una clara alusión discriminatoria.
Otro recordado antecedente en Córdoba fue la exhibición de un “trapo” con esvásticas en el partido Talleres-Gimnasia de Jujuy del 28 de abril de 2005, hecho por el cual la comunidad judía llegó a pedirle a Julio Grondona, en aquel momento titular de la AFA, “la máxima sanción posible” para el club cordobés.
Un año antes, Luis Juez, por entonces intendente cordobés, era denunciado por declarar en un programa televisivo que Belgrano es “el mejor equipo de Bolivia”.
El 2 de junio de 2014, un futbolista del club Villa Argentina de Marcos Juárez, Ricardo Peralta, denunció ante el INADI a un policía que lo trató de “negro sidoso” durante la disputa de un partido, al tiempo que demandó en la Justicia al uniformado Amadeo Susini, al Club Matienzo de Monte Buey y a la Provincia de Córdoba.
En octubre del año pasado, la AFA, el INADI y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación firmaron un acuerdo para llevar adelante acciones conjuntas contra la discriminación, el racismo y la xenofobia, considerados también como parte del fenómeno de la violencia en el fútbol.