COLUMNISTAS

Yo no trabajaría en esa publicación

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Hoy “Je suis Charlie Hebdo”. Pero no trabajaría en la revista. No haría nada que pudiera ofender a los creyentes y afectar la tolerancia religiosa. Es mi visión personal. Pero entiendo que la religión no es un territorio prohibido para la sátira. Y que ninguna palabra, ningún dibujo, nada, en ningún contexto, justifica un asesinato.

Me solidarizo con la revista y sus periodistas, defiendo su libertad de expresión y condeno al terrorismo que padeció directamente y que está destinado a todos nosotros. Igual que las decapitaciones de rehenes filmadas por verdugos de Estado Islámico: frialdad de pesadilla, terror en estado puro, más allá del lenguaje, imposible de nombrar. Basta pensar que el terrorismo puede volver a la Argentina para entender que el espanto de París nos concierne a todos. Digo volver pensando en los atentados en la embajada de Israel y en la AMIA.

Es cierto que son formas distintas. En los atentados en Buenos Aires, en los de Estados Unidos y en otros países no se ve al asesino en el momento de matar, no se ve el cuerpo de la víctima que primero cae y luego se estremece con un segundo balazo en una calle de París. Esa proximidad –y la del enmascarado que va a decapitar al rehén de túnica naranja que vemos en YouTube– son más eficaces para aterrarnos porque vemos la muerte de frente, individual, el fin. Podemos identificarnos más con el destino espantoso del asesinado, esa persona concreta.
Es una política de grupos ultraminoritarios en el mundo musulmán. Infinitamente débiles en relación con las grandes potencias, saben que
estas muertes tienen poder simbólico de ejércitos.
En esta guerra, el poder relativo define la visibilidad: las acciones militares de Estados Unidos se ven desde un dron. El islamismo violento prefiere el primer plano en vivo y en directo.

Dudo que se responda sin restringir las libertades individuales. Así ocurrió en Estados Unidos después del 11 de Septiembre, cuando Bush y Cheney aprovecharon para sancionar leyes y decretos órdenes que vulneraron el derecho a la privacidad, le dieron luz verde a la tortura. Quizás Francia aprenda del error de Estados Unidos de haber respondido con la invasión a Afganistán y a Irak, con más de cien mil muertos, errores que todos estamos pagando caro: la aparición de Estado Islámico es un ejemplo.

Francia tiene también el problema de integrar a las segunda y tercera generaciones de árabes. Sus padres se esforzaron mucho para asimilarse a la sociedad francesa; en cambio, muchos de ellos se sienten excluidos y algunos se identifican con un islam violento. Ese es un caldo de cultivo. Algo parecido ocurre en otros países de Europa. La integración, la no discriminación debería ser una política de Estado. Los violentos no representan a los musulmanes. Creer eso sería una victoria para el terrorismo.

Este execrable crimen de Al Qaeda en París viene a recordarnos nuestras deficiencias y a plantearnos desafíos. Con estos atentados, grupos islamistas minúsculos combaten al núcleo de Occidente, su fortaleza, la democracia, la capacidad de resolver conflictos pacíficamente, la tolerancia, la búsqueda de la equidad. El sentido común diría que un factor crucial para ganar la guerra es mejorar la democracia, entre otras cosas, poniéndole límites y ética al capitalismo. Parece ingenuo, pero en términos históricos hemos avanzado mucho.

Cómo librar esta guerra sin que siga desparramándose. Cómo manejar el conflicto de Medio Oriente (algún país del área financia al Estado Islámico y hay condiciones que lo hacen posible) sin darle aliento a los regímenes más opresivos; sin aprovechar los deseos de venganza y el miedo para rebajar a la democracia y fomentar la xenofobia; sin servirse de la amenaza terrorista para sofocar los reclamos de
libertad y participación en distintas partes del mundo.
Tamaños desafíos.

*Periodista.