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Vuelos y gobiernos

La semana pasada, refiriéndome a la administración de Mauricio Macri, la califiqué como “gobierno de cabotaje”.

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La semana pasada, refiriéndome a la administración de Mauricio Macri, la califiqué como “gobierno de cabotaje”. Razones para mí desconocidas quisieron que la cláusula restrictiva desapareciera de mi texto que, sin embargo, conservó su pleno sentido.

Me quedé pensando en la analogía que solemos establecer entre la cortedad de miras y la escasa autonomía de un vuelo local por sobre uno internacional. No es solo eso a lo que me refería, sino a algo mucho más complejo, que se entenderá cabalmente si cuento la experiencia de mi último viaje, que incluyó dos tramos internacionales y uno de cabotaje. Los dos primeros funcionaron, con las restricciones que cualquiera conoce (aviones hacinados, servicio burocrático, etc…), según lo previsto. El tramo de cabotaje, que duraba tanto tiempo como el segundo tramo internacional, en cambio, fue una pesadilla de planificación y desprecio al pasajero.

Los asientos que nos habían tocado en suerte (cambiarlos habría supuesto pagar un suplemento) en la fila 11 (aproximadamente al medio) no eran malos, salvo por un pequeño detalle: a diferencia de lo que sucede en los vuelos internacionales, en los vuelos de cabotaje la comida se paga (al menos en la compañía que nos había tocado en suerte, la mayor aerolínea de Sudamérica). Pero llegado el punto de ordenar un sándwich, se nos informó que se había acabado todo y solo quedaban snacks (es decir: comida chatarra embolsada). Protesté entégicamente y expuse mi historia clínica, que me impide estar más de tres horas sin comer nada. Fue inútil. Por razones operativas (que es lo mismo que decir “su propia seguridad”), el avión (de clase única) no había salido provisto con la comida suficiente para abastecer a todos los pasajeros que hubieran querido y podido pagar por ella. Si tenés hambre o una descompensación, jodete. El personal de a bordo manifestó su pena y su solidaridad, pero nadie pudo ayudarme. Después de todo yo estaba en el asiento equivocado en el vuelo de cabotaje equivocado. Nadie se preocupa demasiado en un vuelo de esas características.

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Con los gobiernos sucede lo mismo: al que le alcance la comida, comerá (pagando) y el que no, se embroma. La administración actual de Argentina es “de cabotaje” porque no es capaz de imaginar soluciones duraderas para el hambre de los pasajeros y ni siquiera un fraseo propio que se diferencie del de los burócratas que, en Nueva York, imaginan palabras bienintencionadas para los gobiernos que se sienten incapaces de pensar en otro futuro que no sea el del poder propio.

Dejar que la inflación siga su curso, sacarle la plata a los jubilados, flexibilizar las leyes laborales, aumentar locamente las tarifas, cerrar los institutos de formación docente, ¿hay soluciones más penosas y fáciles que ésas?