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Una novela y media

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En esta época aparecen las listas de libros del año y cada vez coincido menos con la elección de escritores, críticos y editores. Dos novelas que leí esta semana eludieron las listas a las que tuve acceso, acaso porque eluden el costumbrismo actualizado, informativo y políticamente correcto en torno al cual se edifican los consensos literarios.

Una es En cualquier lado, de Pablo Katchadjian, cuyo autor es menos conocido por sus novelas anteriores y sus trabajos experimentales que por el hecho de que uno de ellos, El Aleph engordado, provocó que María Kodama llevara el asunto a los tribunales. Felizmente, estos absolvieron al escritor y le negaron la razón a la viuda. Pero hay algo simbólico en el hecho de que Kodama le hiciera juicio a Katchadjian: es como si el conjunto de la industria editorial se alzara contra quienes no siguen sus reglas de producción, edición y consagración (las que llevan a figurar en las listas) y se dedican a hacer lo suyo en un rincón del espacio de las letras. Un buen ejemplo es En cualquier lado, una novela fantástica de aventuras que reduce al ridículo ese mantra del “contar historias” que enuncian los prepotentes defensores del mainstream literario. La novela experimental suele ir contra lo narrativo refugiándose en la descripción y la digresión, pero Katchadjian recurre al procedimiento contrario de hipertrofiar las peripecias y multiplicar los relatos hasta lograr un espesor ínfimo, pero sin perder nunca la ilación, la inteligibilidad y la estructura de la novela.

En cualquier lado empieza en primera persona, con un tipo joven que camina por la calle junto a una chica llamada Diodora, a la que quiere conquistar. A las pocas páginas, el tímido narrador juega un partido de fútbol y se transforma en Gato, eximio futbolista y líder natural. El relato pasa entonces a la tercera persona y sigue a Gato, que se transforma de cadete en general de un ejército de mercenarios en un escenario medieval. Pero en la página 54, tras batallas varias y disparatados conciliábulos, Gato muere traicionado por el monarca enemigo y lo reemplaza Teresa, que pasa a ser la inspiradora de un ejército, que se organiza ahora según el tamaño de la cabeza, o la afinidad de distintos grupos (los generalizacionistas, los rubios, los lentos, los melancólicos y los ansiosos) que lo componen. Así, Teresa y los suyos libran otra serie de combates matizados por espectaculares orgías. Tras sobrevivir la campaña, Teresa se va a vivir con Diodora y ambas practican la brujería. Una de ellas tiene un hijo llamado Jorge al que una brusca elipsis lleva a tener veintiséis años, volverse barrabrava y finalmente burgués. Jorge tiene una hija llamada Parantzem y así y así.

Queda poco espacio para hablar de la otra novela, Mi pequeña guerra inútil, de Pablo Farrés, autor de Literatura argentina, esa ignorada obra maestra. Este es el mejor libro que se escribirá nunca con la guerra de Malvinas como escenario, sesgado homenaje a El congreso de futurología y a La biblioteca de Babel, así como exuberante despliegue de imaginación que sublima la sordidez y la violencia hasta que la literatura las absorbe. “El arte se define por su inoperancia e inutilidad”, escribe Farrés, mientras demuestra que las Malvinas son una pesadilla de la que no se puede despertar.