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Ultima agitación (segunda parte)

Parece que a pesar de un final ignorado pero para muchos presumido, el Presidente conserva un buen recuerdo de Ricardo Echegaray. Pero nadie sabe si esa cobertura misteriosa le servirá al ex jefe de la AFIP y casi auditor general de la Nación cuando lo convoquen a tribunales.

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En Conflicto. Lorenzetti y Garavano protagonizaron un duro cruce público por el accionar judicial. | Juan Obregon

Ayer contábamos que las detenciones de Julio de Vido y Amado Boudou anuncian vértigo en Comodoro Py y nuevas capturas. La imposición de una Justicia exprés sobre una objetable Justicia tardía, variantes de velocidad que acaso el Derecho no contempla. Aunque signifiquen un alimento para una población que, según las encuestas, demanda presidio, juicios sumarios, quita de pensiones y una contracción laboral más intensa de parte de los magistrados.

Son los mismos focus group que estimularon a Mauricio Macri para ejemplificar en su discurso “refundacional” anomalías o excesos en la administración de Justicia (cuestionó los salarios extraordinarios, la cantidad de empleados) y, en compensación a ese reclamo popular, el establecimiento de controles horarios con la huella digital –también la moda se extendió a Diputados– para el personal judicial estable. De manual ese principio.

Si funcionó el método sociológico para investigar el deseo ajeno en las elecciones, se estima que su traslado como ejercicio continuo deberá funcionar para sostener al Gobierno. Como si fuera una idea de Duran Barba, como si la cárcel a funcionarios pasados morigerara el impacto negativo de ciertas medidas económicas o provisionales anunciadas por el Presidente. Cuesta, sin embargo, convencer de que esas nuevas decisiones son una mejoría para los pobres, contraria a los ricos.

A pesar del despegue de Macri de estos desenlaces judiciales, muchos le endosan responsabilidad y le atribuyen la confección de un álbum de candidatos al estrés tribunalicio y carcelario. Pero no responde esa nómina a sus gustos personales. Como ocurrió con Cristina en sus simpatías y antipatías con Boudou y De Vido. Ocurre que, por ejemplo, jamás el ingeniero jefe podrá negar una inquina particular con Aníbal Fernández, quien desde la estatura de su poder en el gobierno cristinista oficiaba de crítico y denunciante del hoy Presidente: lo calificaba de vago, se burlaba de su talento político, le imputaba irregularidades y delitos varios. Adrede, se cosechó un enemigo para siempre, justo a quien se jacta de la memoria borgiana de Funes para ciertos episodios de la vida.

Si Macri odia a ese personaje que lo sulfuraba como Bianchi y Riquelme en Boca, en cambio una relación más grata le agradece a otro candidato de la hilera K para el accidentado tránsito judicial de los kirchneristas. Parece que a pesar de un final ignorado pero para muchos presumido, el Presidente conserva un buen recuerdo de Ricardo Echegaray, ex titular de la AFIP, al que públicamente señaló como capaz de integrarlo a su gobierno como funcionario tributarista (otro elegido por su voz fue Miguel Galuccio, de YPF, al que hundieron en su permanencia por tres votos a dos un quinteto de asesores).

Para Macri, seguramente, lo debía entusiasmar la capacidad de Echegaray para guardar secretos oficiales, cuestión que hoy no puede mostrar con sus colaboradores impositivos. Pero nadie sabe si esa cobertura misteriosa le servirá al ex jefe de la AFIP y casi auditor general de la Nación cuando lo convoquen a tribunales.

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