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Trump, París, y la sinrazón aparente

Debilitado por el escándalo del espionaje ruso, en un guiño al núcleo duro de su electorado y desoyendo al Pentágono, que correlaciona calentamiento global y social con tensiones de futuros escenarios de crisis ambiental. Trump se baja de París.

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Se baja. El presidente de los EE.UU. y su desinterés por el calentamiento global. | afp

Debilitado por el escándalo del espionaje ruso, en un guiño al núcleo duro de su electorado y desoyendo al Pentágono, que correlaciona calentamiento global y social con tensiones de futuros escenarios de crisis ambiental. Trump se baja de París. Personajes como él son producto del conflicto que no lo vulnera, lo alimenta por ser experto en su lenguaje. Una arista de la posverdad es la simplificación negadora de la historia, donde radican las causas profundas. La consagración de lo epidérmico en nombre de lo sencillo, que a veces es lo necio. Muros para la sangre de la riqueza de la nación, que hoy expía la culpa de su crisis.

Estados Unidos, que comparte con China (suscriptora del acuerdo) una economía ultradependiente de combustibles fósiles, es además el primer consumidor del planeta, lo que lo deja como principal responsable directo e indirecto de la emisión de gases invernadero. Entonces, Trump inventa un presente sin pasado, trastocando en lo que considera una “violación a la soberanía” la consecuente distribución desigual de costos por naciones ungida en París.

Orquestada por un improbable enemigo externo, el mismo que “nos inunda con autos de alta gama” y le demanda honrar compromisos de seguridad común. Sus empujones nos interpelan. ¿Por qué ceder a China el espacio que mantuvo a su nación en el ápex del mundo, cuando los que le quitaron el liderazgo económico del siglo XX –según él, con “unfair trade” y “costosos engaños” como el calentamiento–, legitimaron y sostuvieron su hegemonía geopolítica? El error está en universalizar la razón que subyace tras la pregunta. El neopopulismo de derecha no imagina un orden mundial. Es ambición de poder individual. Sin futuro, refractario a los proyectos comunes, aun a los que confirieron grandeza a sus banderas de origen. Un mundo de CEOs y corporaciones donde “Hacer a América grande otra vez” es un ardid electoral en el territorio incierto de la frustración de los que carecen y compran caro, aquellos a quienes los valores de los padres fundadores y la alianza atlántica de posguerra no supieron o no pudieron incluir.

La excusa de tanto desaire a la humanidad gira en torno a la presunción de una redistribución global del empleo perjudicial para EE.UU., que París dispararía. El alineamiento con los requerimientos de la cumbre impediría el despliegue de la potencial sinergia entre combustibles fósiles y sus eslabonamientos sidero-metalúrgico y automotor. Trump sabe que es más fácil crear algo del trabajo prometido a la América profunda en dichos sectores, amén de su acelerada robotización, que recrear localmente “flexibilidad” ambiental y laboral para traer a casa las maquilas de capitales americanos que exportaron el calentamiento que hoy niega, a México y el sudeste de Asia, ganando competitividad a costa de sus naturalezas y salarios del siglo XIX.

 Un posteo reciente en la web mostraba una proyección de una de sus propiedades bajo el agua como resultado de un incremento de las lluvias por el cambio climático. Lejos de justificar la renuencia a París, no hace justicia a su causa la distorsión de un evento cuyo tempo y dinámica de ocurrencia, su escala espacial y temporal, no se corresponden con la social y su inclinación mediática a ilustrarlo con escenarios catastróficos puntuales. Trump explota estas debilidades y exageraciones del sentido común llevando agua a su molino negacionista sobre un problema que no quita el sueño de los que tienen, y estimula el de los mercaderes de calamidades. Lo que se presenta como un mal global tiene en la selectividad socioeconómica su rasgo principal. Se abre paso sin pausa pero sin prisa, con aumentos en la frecuencia de inundaciones en bajos afectando primero a quienes los habitan. O de temperatura, permitiendo, aunque con altos costos, en países desarrollados la reacción vía reorganizaciones productivas y tácticas. Pero mientras una mayoría fija al territorio padece sus consecuencias, otros las multiplican transformando humedales en fortalezas para pocos, islas desde las que contemplar un mundo que con Trump es cada día más desigual.


*Geógrafo de UBA. Magíster Urban Affairs UNY.