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Tres cumpleaños

El Danubio es una metáfora tan obvia sobre los buenos valores europeos, que en más de un momento supuse que era en chiste.

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En esta desdichada situación en que se encuentra la industria editorial, pienso colaborar con ella comprando tres libros, como obsequio para tres cumpleaños que se aproximan. El primero es el de N.C., a quien hace casi 15 años que no veía, hasta la semana pasada, en que me lo encontré por azar. Inesperadamente, me invitó a su cumpleaños y, más inesperadamente aún, le dije que iría. Digo que mi respuesta fue inesperada, porque N.C. me volvió a parecer tan petulante como siempre, con esas ínfulas de alta cultura burguesa –tradición hoy irremediablemente kitsch– y esa honda ignorancia disfrazada de convicciones sobre el humanismo, la literatura y la cultura. Se me ocurrió entonces un libro que podría gustarle: El Danubio, de Claudio Magris (Anagrama, 1986, hay edición de bolsillo). Relato de viaje, es una metáfora tan obvia sobre los buenos y viejos valores europeos, en especial centroeuropeos (sin la más mínima reflexión en clave “dialéctica de la ilustración”, es decir, sin un ápice de reflexión crítica sobre los alcances asesinos de esa tradición), que en más de un momento supuse que el libro era en chiste. Pero no: parece que es un libro serio y muy profundo (todos los días se aprende algo). Feliz cumpleaños, N.C., y si ven que no llego, empiecen sin mí.

Dos días después es el cumpleaños de mi adorada amiga C.M., atacada, como ya es costumbre en ella, por el mal de amores. Brillante, un poco chiflada, de una inteligencia a la que calificaría de superior –si no fuera porque la frase suena algo nazi–, no logra entender, ni por asomo, la neurosis de las relaciones de pareja. Más de una vez pensé en enamorarme de ella, pero desistí al instante. Pienso obsequiarle En Gran Central Station me senté y lloré, de Elizabeth Smart (Periférica, 2009), genial novela sobre la que ya escribí un par de veces, pero sobre la que escribiría a diario, si pudiera. Publicada originalmente en 1945, es una narración magistral sobre el amor como obsesión, locura, posesión y autoflagelamiento. Ya sólo en las primeras dos páginas se leen palabras como “desastre”, “catástrofes”, y frases tremendas como “Esperando (…) con todos los músculos de mi voluntad reteniendo el terror de afrontar lo que más deseo en el mundo”, o “Sé que estos días me ofrecen asesinato como único futuro” o incuso “El, que cuando era sólo una palabra bastaba para causarme noches enteras de escalofríos e insomnio”. Que lo cumplas muy feliz, C.M.; ojalá compartamos nuestros últimos años de vida en el mismo geriátrico.

El tercer aniversario es el de mi viejo compinche T.L. Hombre del Centro, vivió toda su vida a dos cuadras de Plaza de Mayo, razones de fuerza mayor lo enviaron a una casa en una calle de nombre Bucarelli, en el barrio de Villa Urquiza. Desde entonces, el pobre T.L. vive como si estuviera radicado en el exilio, en el destierro o, peor, en el infierno. Se queja de que en su barrio no hay librerías, que extraña a su mozo de siempre en el café de siempre, que el subte anda mal, que volver en taxi de noche es más caro que el restaurante en el que acababa de estar. A él le voy a regalar Siberia Blues, de Néstor Sánchez (Paradiso, 2006, publicado originalmente en 1967). Ambientada en ese arrabal, novela clave de la vanguardia de los 60. Felicidades, T.L., sentir que tu barrio forma parte de algún tipo de alcurnia literaria es lo único que puede consolarte.

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