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Tigres en la lluvia

Cada dos por tres, el mundo de Spinetta, como un boomerang, vuelve a mi vida de muchas formas.

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Cada dos por tres, el mundo de Spinetta, como un boomerang, vuelve a mi vida de muchas formas. O es alguien que tararea una canción en la calle o es el recuerdo del atardecer de un verano uruguayo en el que trato de dormir a Anita cantándole Los libros de la buena memoria. La otra tarde, volviendo del colegio de los nenes, se cruzó raudo un auto negro, grande, parecido a un Chevy o algo así, al volante –apenas lo pude ver– iba Eduardo “Dylan” Martí. Fue un segundo pero su imagen me quedó en la mente varias cuadras. Dylan es calvo, con una cara especial, curtida hermosamente por el tiempo. Me dio la sensación de que era uno de esos sobrevivientes que escaparon al fin del mundo en una de las películas de la saga de Mad Max. Pensé que Dylan tenía algo de Spinetta, ya que habían sido amigos íntimos, y que Spinetta sin duda tendría algo de Martí, como en un combo alquímico de esos que logran las grandes amistades. Más tarde, me llegó Tigres en la lluvia, de Martín Graziano, un adictivo libro que mapea la historia de Invisible haciendo hincapié en su último y genial disco: El jardín de los presentes. Por la noche, con la fresca en el balcón, puse el disco mientras apuraba los últimos capítulos del libro de Graziano. Luis Alberto Spinetta: un nombre largo y flaco. Una forma que me encanta de ser argentino: ser spinettiano. Como Dylan, como mi amigo Román, que me lo hizo escuchar hace miles de años, en la secundaria, mientras me decía: “Sentí, sentí lo que dice: ‘Jugo de lúcuma chorreando en mí. Patas de mueble de bronce, ¡caminan ya!’” Román no decía escuchá, decía sentí.