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Tengamos paciencia

¿Usted es paciente? No, no me refiero al paciente clínico o quirúrgico.

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¿Usted es paciente? No, no me refiero al paciente clínico o quirúrgico. Me refiero a la virtud de la paciencia, a esperar algo que se ha de producir, con seguridad pero no se sabe cuándo, y una está ahí esperando y no se come las uñas porque la mamá le enseñó a una que eso es muy feo y las niñas no lo hacen y el mandato viene de lejos lejos y en una de esas resulta que una tiene grabada la orden de seguir siendo niña en un rincón del corazón o del alma que dicen inmortal. De modo que nada de impaciencia, por favor. No es pecado, pero le anda cerca y ya se sabe que la proximidad es peligrosa y acerca de eso también se les enseñan cosas útiles (¿?) a las niñas y esas cosas útiles duran y duran años de años y no sé muy bien para qué y si a usted la cosa le intriga, pues consúltela con su psicoanalista. ¿Qué usted no tiene psicoanalista? No sé de qué habla usted con sus amigos. Yo le aconsejaría que se procurara uno. Psicoanalista, digo. Va a ver que le resulta muy útil. No sé si para curarle sus eventuales tropezones en la vida, pero sí sé que para hablar de eso a la mesa de café o en la fiestita de cumpleaños de su tía Epifania.

La paciencia figura entre las virtudes que le enseñan a una o a uno desde muy niña o niño. Más a las niñas que a los niños. Porque las niñas, ya se sabe, usan moños entre los bucles y se sientan a esperar que el destino las favorezca. Pero los niños slen, se espera que salgan, lanza en ristre, a procurarse lo que quieren o creen que quieren que eso ya es otra cosa.

Y si a usted se le acabó la paciencia, aquí terminamos.