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Suspiros y angustias

El film de Lechuga es contemporáneo del gobierno que perseguía a los homosexuales y sigue persiguiendo a los disidentes.

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Mientras el lector se prepara para ir a votar, es posible que yo esté todavía en Lima, donde me invitaron a ser jurado de un festival de cine. Probablemente habré pasado la semana viendo películas, nadando en la pileta del hotel y disfrutando de los almuerzos que el festival ofrece a los jurados en grandes restaurantes de una ciudad famosa en el mundo por su gastronomía. Una amiga de Twitter, Carina Perticone, dice que la Argentina debería hacer con la comida lo mismo que hicieron los peruanos: investigar sus tradiciones regionales para darles una proyección internacional. Seguramente estos días de lujuria en Perú me habrán servido para gambetear la angustia que me producen las elecciones argentinas.

Cambiando de tema, aunque no del todo, en estos días vi dos películas cubanas: Ultimos días en La Habana, de Fernando Pérez, y Santa y Andrés, de Carlos Lechuga. Las dos tienen en común una mirada desoladora sobre el régimen de los hermanos Castro. Santa y Andrés se parece a Un día muy particular, filmada por Ettore Scola en 1977 con Sophia Loren y Marcello Mastroianni. En ambas, un escritor homosexual perseguido por el régimen (en un caso el fascista; en el otro, el comunista) se hace amigo de una mujer común, sufrida y solidaria, víctima silenciosa del poder. Claro que la película de Scola se filmó treinta años después de caído Mussolini, mientras que la de Lechuga es contemporánea del gobierno que perseguía a los homosexuales y sigue persiguiendo a los disidentes. Santa y Andrés transcurre en 1983, es decir, hace mucho tiempo. Que una historia que muestra las siniestras puerilidades de la burocracia, el fanatismo y la delación pueda ser filmada dentro del sistema que propicia esas calamidades hablaría de una apertura, pero también de una necesidad del gobierno de Raúl Castro de distanciarse de esas épocas (en las que una película así hubiera sido inimaginable) y mostrar algo parecido a la tolerancia. Lo mismo hacen los chinos cuando permiten las críticas a la Revolución Cultural como diciendo: “Ahora no hacemos esas cosas”.

Ultimos días en La Habana, en cambio, transcurre en la actualidad. Como suele ocurrir con el cine cubano, la película utiliza una dramaturgia vetusta y teatral al servicio de la idea de que la vida merece ser celebrada a pesar de sus calamidades (una idea que no es ajena al realismo socialista). Ultimos días... es una especie de remake de Fresa y chocolate en la que Fresa se muere de sida y Chocolate emigra a Miami, como si la esquizofrenia de los artistas cubanos residentes en la isla, siempre dispuestos a defender la Revolución a pesar de todo, hubiera alcanzado un estadio terminal, en el que las máscaras ya no pueden sostenerse.

Que una comedia trágica (o una tragedia disfrazada de comedia) que muestra cómo el régimen ha excedido largamente su vida útil pueda filmarse bajo ese mismo régimen puede hacer pensar que hay un cambio en el horizonte. Sin embargo, ese sistema totalitario que ha liberalizado su censura es el mismo que sigue apoyando, inspirando y orientando a la siniestra dictadura venezolana, edificada sobre los mismos patrones que el castrismo: el partido único, el Estado policial y su perpetuación en el poder. Si ése será el camino de la Argentina puede decidirse en las elecciones de hoy.