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Querido, encogí al peronismo

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En los últimos doce meses el peronismo se encargó de verificar la relación inversamente proporcional con su historia habilitada durante los pasados doce años: un proceso lento pero persistente, y en apariencia irreversible, de encogimiento ideológico para convertirlo en un traje estrictamente a la estrecha medida de lo que queda del cuerpo político kirchnerista.

Casi en paradoja con la oferta efectuada por la dictadura militar del general Agustín Lanusse al fundador de esa fuerza mientras permanecía en el exilio para garantizarle un retorno amañado de su mano, el problema que plantea ese achicamiento dramático es que lo vuelve poco aceptable a las grandes mayorías que alguna vez le dieron vida a la idea de un movimiento de masas.

Cristina Fernández de Kirchner luce como la gran guía intelectual de esta técnica Frankenstein con intervención quirúrgica confiada a dos vertientes que desde la década del 50 se disputaron la iniciativa de influencia sobre esa corriente de pensamiento: el Partido Comunista, en su versión maoísta y en la pro soviética representada todavía en la actualidad por Carlos Zannini y Axel Kicillof.

La realidad no puede estar más cerca del sueño científico: modificar por penetración doctrinaria la genética del peronismo hasta moldearlo con audacia como una creación fashion más acorde a la vibra de quien suele definirse próxima al progresismo criollo encarnado en los años 70 por el mitológico Frente de Izquierda Popular (FIP) del pintoresco historiador Jorge Abelardo Ramos.

De más alto perfil en la actualidad que el confidente de Cristina en el poder, el ex ministro de Economía fue el encargado de sorprender a los emisarios de Podemos, un desprendimiento hispano del populismo latinoamericano declinante en el hemisferio sur. Insistió ante ellos en que el problema principal que enfrenta Unidad Ciudadana en la campaña electoral es el comportamiento arbitrario de los medios de comunicación con su mensaje.

Los visitantes abandonaron esta tierra con la firme convicción de que el kirchnerismo ha perdido capacidad auditiva para escuchar cualquier otra voz que no sea la propia. El margen de duda está sujeto a la propia ex presidenta. Ya sin disposición de  atributos institucionales mantiene la costumbre de escuchar en silencio a eventuales interlocutores entre sus filas. Pero para minimizar luego sus argumentos al punto literal del desprecio intelectual como acto seguido.

Esa arqueología revisionista desafía el interés concreto de los intendentes que promovieron una revolución inconclusa cuando sospecharon que la pérdida de recursos de conducción con su alejamiento del Estado les facilitaba apartar a CFK de cualquier lugar de control sobre el futuro. La inminencia de las elecciones el próximo 22 de octubre reactualiza el clima de asonada.

Hay excepciones por fuera de esa regla. En La Matanza Cristina obtuvo cerca de 40 mil votos más que Verónica Magario, intendente y candidata testimonial a concejal en las PASO del 13 de agosto. Es un dato curioso porque las dos integraron la misma lista. También María Laura Ramírez, que lidera el tramo correspondiente a diputados provinciales por la Tercera Sección Electoral y a quien Fernando Espinoza confió la fiscalización de los comicios.

De repetirse un resultado similar en las legislativas, quedaría ratificada la hipótesis de un ajuste preventivo en ese distrito, cuna de la sociedad política entre Espinoza y Daniel Scioli: separados circunstancialmente por Vanesa Siley del tercer y quinto puesto en la nómina de diputados nacionales pero identificados por un único concepto: deprimir las pretensiones políticas de Magario. La Matanza es clave en el liderazgo de Cristina con destino aparente de minimalista.

Extraño tributo a su fallecido esposo y antecesor en un cargo imaginado como parte de un bien ganancial litigioso cuyo origen y destino tramita, no sin contradicciones, el Poder Judicial. Más componedor, tal vez se sorprendería de la solución hallada por su esposa en el intento de conservar la conducción del peronismo el último año: constreñirlo al límite máximo, cercano a la desaparición.


*Analista político.