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Propuesta de debate

Es un aire de ironía, antes que la ironía rotunda, lo que me encanta en María Moreno.

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Es un aire de ironía, antes que la ironía rotunda, lo que me encanta en María Moreno. Lo que afirma no se estanca en una asertividad de rigideces de cementerio, pero tampoco juega el juego de la ironía metódica, uno que, mediante el recurso de inversión por el que hay que entender lo contrario de lo que se enuncia, resultaría en una misma apuesta por las certezas inamovibles. Es el suyo un aire de ironía, en el sentido en que en la música se utiliza la palabra “aire”. Lo que sostiene queda dicho, con respaldo y consistencia; pero ese aire de ironía que subyace o sobrevuela en cada una de sus páginas, producto de la inteligencia también, insinúa que lo que ha quedado dicho podría siempre pensarse otra vez. No pocos párrafos de María Moreno pueden llevarnos a la carcajada, porque las verdades de sus textos irrumpen de manera dichosa (incluso si refieren penas). El gesto que la define, sin embargo, a mi entender, es ese que en las novelas de César Aira se propone como “sonrisa seria” (y a veces seriedad risueña, si se me permite esta complementación).

Por eso es un hecho tan valioso que 17 Grises haya reeditado A tontas y a locas, a más de 15 años de su edición original, y que lo haya hecho con un prólogo de Paula Puebla que agrega lucidez a la lucidez. Porque la lucha de género que venimos llevando adelante, contra las taras del machismo y las inequidades del patriarcado, debe lidiar en frentes diversos y con frentes diversos. Y entre ellos, por qué no, también contra los límites de los propios dogmas (ahí donde las convicciones se momifican y se vuelven regla), contra los límites de las propias consignas (ahí donde la simplicidad de las fórmulas se torna reductiva por demás).

No hay en María Moreno melindres de impotencia asumida, pero tampoco prepoteos sospechosamente sobreactuados; ningún rencor mal resuelto la obnubila; al contrario, una acidez constante le clarifica la mirada. Su revisión del deseo y de sus formas, de la coquetería, del grotesco de las liberaciones desencontradas, funciona como una máquina de desarmar lugares comunes, justo ahí donde el lugar común es lo otro del pensamiento.

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María Moreno escribe en la presentación actual del libro que ahora está “casi siempre” en desacuerdo con sus hipótesis. Habría que organizar entonces un debate que tuviera, de un lado,

A tontas y a locas de María Moreno, y del otro, a María Moreno. Aprenderíamos muchísimo.