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¿Por qué no?

Nada que hacer, vea. No estamos hechos para el vuelo. Cosa que en mi opinión es una verdadera lástima.

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Nada que hacer, vea. No estamos hechos para el vuelo. Cosa que en mi opinión es una verdadera lástima. ¿Qué les costaba al destino, a los dioses, a quien fuera, dotarnos de preciosas y plumosas alas que nos permitieran ir de acá para allá, andar por los aires y movernos con mucho donaire como decía la copla de nuestra infancia, ¡eh?

¿Qué les costaba?

Nada, un gesto de sus augustos dedos, un parpadeo, un suspiro, nada.

Y no hubo caso. No nos crecen alas a la altura de los omóplatos, con lo fácil que sería, ¿no?

Pues no: tenemos que conformarnos con la tecnología que nos brinda vía prótesis casi milagrosas la posibilidad de ir a Buenos Aires en una hora o a Europa en 18, más o menos, horas. Pero eso, ahí, en ese terreno, se trata de aparatos, no de nuestra firme voluntad, no de un papirotazo y las ganas de ir al cine en Bahía Blanca o a la modista en Buenos Aires o a un concierto en Villa d’Este.

Hay que tener la guita para el pasaje, sacar el antedicho, hacer la valija o un bolsito si es por poco tiempo, explicarle a la familia que una no va por capricho sino por laburo, poner cara seria como si fuera verdad lo que decimos.

Esas cosas molestas que se llevan algo de la energía que podríamos poner en hacer compras, llamar a las amigas, ir a comer a algún bistró de moda, darnos, en resumen, esos gustitos que no le hacen mal a nadie y que a  nosotras nos llenan de alegría y contento.

No lo quiso el destino, o el azar, o los dioses o vaya una a saber qué o quién.

Estamos como estábamos y somos como hemos sido. Paciencia. Y tocar madera. O rezar por los que cayeron.

Y agradecer.

Y esperar la próxima oportunidad… que siempre llega.

Y no olvidar y a pesar de todo, hacer si es posible, lo que deseábamos.

El destino puede ser cruel, es cierto, pero también compasivo, no se olvide.