COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Pluralidad, grieta y otros condimentos

El discurso de apertura que la escritora Claudia Piñeiro construyó cuidadosamente para inaugurar la Feria del Libro es una suerte de resumen preciso, casi quirúrgico, de buena parte de los males que aquejan a sociedades como la nuestra.

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Piñeiro. Un discurso que vale la pena recorrer completo. | cedoc

El discurso de apertura que la escritora Claudia Piñeiro construyó cuidadosamente para inaugurar la Feria del Libro es una suerte de resumen preciso, casi quirúrgico, de buena parte de los males que aquejan a sociedades como la nuestra, en particular aquellas concentradas en grandes ciudades, donde la incidencia de los grupos de acción y presión y buena parte de los medios de comunicación se embarcan en campañas que favorezcan determinados intereses, sectoriales o generales.

Este ombudsman quiere traer a su columna algunos dichos de la autora de Las maldiciones porque mucho tienen que ver con el acercamiento de los lectores de PERFIL a debates intelectuales, ideológicos, políticos o por cuestiones de la vida cotidiana, en alto grado contaminados por preconceptos y más cercanos a monólogos yuxtapuestos que a diálogos capaces de aclarar conceptos y acercar posiciones (el discurso completo, en https://www.facebook.com/claudia.pineiro.52).

“Me siento cómoda en un colectivo de escritores para los que la lealtad nunca deba ser con la autoridad, sino con el lector, con el ciudadano, con la literatura y con nosotros mismos”, reconoció Piñeiro en el comienzo de su exposición.

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Ese sentido de pertenencia y esa actitud frente a la autoridad (el poder, en traducción libre) obligan al intelectual a fijar posiciones, pero procurar también que ellas estén fundadas en argumentos sólidos, en ideas y praxis coherentes y abiertas. Algo que los lectores de este diario demandan en forma constante a las múltiples voces que habitan estas páginas y las defienden aunque ellas no sean coincidentes con sus propias posturas. “Tenemos la habilidad de ver con un lente más fino y mostrar lo que vemos con palabras –dijo la escritora–. ¿Debemos usar esa herramienta? ¿Esperan que lo hagamos? Hay escritores a los que no les interesa esta intervención. Hay otros a los que sí les interesa pero les da temor. Hay algunos a los que les interesa en exceso, tampoco es necesario opinar de todo”. Es un interesante fenómeno el que se da en ese contexto: los lectores que eligen un medio por su amplitud suelen rechazar las columnas de opinión de autores multipropósito. No se trata, claro, de marginarse de todo debate en defensa de una actitud pluralista extrema: recordaba Piñeiro una contratapa de su colega Juan Sasturain en la que este contaba cómo trataba de “mantenerse en silencio en reuniones familiares o con amigos para no entrar en discusiones”. Pero ella aclaraba: “Hasta que de pronto alguien tocaba un tema y al hacerlo trazaba una línea que lo obligaba a dejar claro de qué lado estaba. Coincido con él”.

Mucho tiene que ver todo esto con el fenómeno de generación y llegada de la información a la audiencia, los lectores. Citando al experto catalán en comunicación Miguel Rodrigo Alsina (La construcción de la noticia, Barcelona, 1989), un interesante trabajo monográfico señala que “la construcción social de la realidad por parte de los medios es una parte del proceso de esa construcción”. Recordando a Umberto Eco y Paolo Fabbri, el escrito indica que “el destinatario no recibe mensajes sino conjuntos textuales; no recibe un solo mensaje, recibe muchos ya sea de diferentes medios o del mismo medio pero de modo distinto”.

Este ombudsman quiere cerrar su columna con otro punto abordado por Piñeiro que mucho tiene que ver con la tarea que nos compromete a periodistas, autores y audiencia: la defensa de la palabra. La escritora expuso (y prefiero reproducirlo de manera textual): “Nosotros tenemos conciencia lingüística y por lo tanto podemos señalar a la sociedad cuando el uso, la desaparición o la apropiación indebida de una palabra es parte de una operación del lenguaje para manipularnos. Hace poco hablé de la palabra vida en los debates por la legalización del aborto. Hoy quisiera traer otra palabra que creo que fue usada de una manera que nos hizo mucho daño: grieta. Todos sabemos lo que es una grieta. Pero la palabra se usó para definir la división de nuestra sociedad por pensar diferente. Si hay una grieta, hay dos territorios separados por un vacío. No hay puentes. No hay comunicación posible. Si uno quiere pasar de un lugar al otro para dialogar se cae en una zanja. Los que no se sienten parte de ninguno de los dos sectores están condenados a desplomarse en ese tajo hecho casi de violencia: una grieta no se piensa, no se planea, desgarra la superficie de forma antojadiza. La democracia es pluralidad de voces viviendo en un mismo conjunto y espacio social. ¿Eramos una grieta o el lenguaje operó sobre nosotros y nuestras diferencias para que no haya diálogo posible? Tal vez, si hubiéramos hecho una advertencia desde la conciencia lingüística, la historia sería diferente”.