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Pequeñas y grandes memorias

Perec se acuerda de Harvey Lee Oswald, del yo-yo, de que Claudia Cardinale nació en Túnez, de viejas salas de cine.

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Se acaba de publicar una nueva traducción de Me acuerdo, de Georges Perec. Me acuerdo de que Perec estuvo de moda, muy de moda, a principio de los 80, a raíz de La vida instrucciones de uso, que apareció en 1978 igual que Me acuerdo. Después Perec pasó de moda, pero puede que estemos en medio de un revival. En 1975, Joe Brainard había publicado Me acuerdo, que no sólo se llama igual, sino que es igual: una serie de párrafos que empiezan diciendo “Me acuerdo” y recuperan episodios de la infancia y la juventud de los autores. Más precisamente, según Perec, “su principio es simple: tratar de recuperar un recuerdo casi olvidado, prescindible, banal, si no para todos, al menos para muchos”. La Wikipedia dice que el libro de Perec es un homenaje al de Brainard, a quien está dedicado. Pero en la edición de Impedimenta, Me acuerdo aparece dedicado a Harry Mathews, que escribió Veinte líneas por día acongojado por la muerte de Perec, su mejor amigo. Por otra parte, dice Perec que sus “me acuerdo” empezaron a publicarse en 1973 en los Cahiers du chemin, con lo cual lo de la Wikipedia puede ser perfectamente falso.

Perec se acuerda de Harvey Lee Oswald, del yo-yo, de que Claudia Cardinale nació en Túnez, de viejas salas de cine, de músicos de jazz, de juegos infantiles, de nombres y apodos de ciclistas, de cosas que ocurrieron mayormente entre 1946 y 1961. Hay excepciones. Por ejemplo la entrada 37 en la que se acuerda de que, al final de la guerra, con un primo marcaban con banderitas el avance de las tropas aliadas. Perec tenía entonces menos de 10 años, su padre había muerto en el frente y su madre en Auschwitz, aunque no sé si él lo sabía entonces.

No sé si mi padre marcaba con banderitas el avance aliado de la guerra, pero sé que la vivió intensamente. Me acuerdo de que cuando yo era chico me contaba una y otra vez algunos episodios. En particular, el de la retirada de Dunkerque, que ocurrió en 1940 y que mi padre debe haberme relatado por primera vez hacia 1960. Hace poco tomé conciencia plena de que mi infancia estuvo tan cerca emocionalmente de la Segunda Guerra y que ésta no dejaba de terminar cuando yo era chico.

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Por eso, sobre todo, fui a ver Dunkerque, la película de Christopher Nolan que se estrenó en estos días. Me dejó un recuerdo elocuente: los planos aéreos de las tropas británicas haciendo fila en la playa, esperando el rescate que llegaría milagrosamente. Por lo demás, la película me pareció estar hecha de esa mezcla tan británica de crueldad, manipulación y sentimentalismo que siempre estragó el cine de ese país. Me acuerdo de que salí del cine con la sensación de haber perdido el tiempo. Pero, con las horas, se me ocurrió una reflexión: que la memoria de Perec, esa memoria “infraordinaria” de aquello que la historia no registra oficialmente es más poderosa y más verdadera que los ejercicios del cine monumental y que los discursos que tratan de inculcarnos los gobiernos. Hoy me encuentro con mi padre acordándome de que se acordaba de Dunkerque. La película de Nolan, en cambio, no le dice nada a nadie. Eso sí, irrita a los franceses, quienes consideran que tuvieron una heroica participación en Dunkerque pero Nolan los dejó afuera de una épica moldeada según los deseos del Brexit.