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Pequeñas criaturas

A los 22 años recalé en el Amazonas, en una aldea que se llamaba Colonia Cinco Mil y que estaba conducida por el Padrino Alfredo.

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A los 22 años recalé en el Amazonas, en una aldea que se llamaba Colonia Cinco Mil y que estaba conducida por el Padrino Alfredo. Tomaban el “santo daime”, se vestían de blanco durante las ceremonias y bailaban para metabolizar la droga que sacaban de las plantas.

En este lugar conocí a Horacio Tomasello, un pintor que fue, a partir de ahí, muy amigo mío. Compartíamos una choza. Cuando me fui, él me regaló un casete de los Talking Heads que se llamaba Pequeñas criaturas y que escuché hasta gastar la cinta.

Muchos años después otro amigo me dijo que tenía entradas para ver a David Byrne en un teatro de la calle Corrientes. Ya estaba en su etapa solista. Fui igual. Cuando tocaba la banda soporte, una banda argentina, David Byrne se paró a un costado del escenario y la miraba absorto. Byrne es famoso por promover bandas alejadas del Imperio. Conjeturé que al que estábamos viendo no era al líder de los Talking  Heads sino un doble que él llevaba en las giras para que hiciera de fan de las bandas emergentes. El show del verdadero David Byrne fue excepcional.

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Esta semana Martín Caamaño me contó que también lo invitaron a ver un show de David Byrne de manera inesperada.

¿Se puede hablar de un show en el que uno no participó? Stephen Hawking hizo eso con el universo y los particulares agujeros negros y el Matemático y Angel Leto también con un cumpleaños al que no asistieron del poeta Washington Noriega en la monumental novela Glosa, de Juan José Saer.

Caamaño me dijo que Byrne y sus músicos tocaron descalzos, sin percusión de batería y que fue una mezcla “de un concierto de rock y un espectáculo de Pina Bausch”.

Sin verlo, afirmo que fue un show genial. David Byrne podría tranquilamente llegar a un pueblo alejado, manejando cansado o en bicicleta, para investigar el asesinato de Laura Palmer, ¿no?