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Para qué sirve una reseña

Solo dos veces en mi vida me sentí plenamente influenciado por la reseña literaria, y las dos fueron en Italia.

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Solo dos veces en mi vida me sentí plenamente influenciado por la reseña literaria, y las dos fueron en Italia. En 1990, hacía la cola en la puerta de la Questura de Milán para obtener el “permesso di soggiorno per attesa di cittadinanza” y llevaba conmigo el diario La Repubblica de ese día, donde, entre otras cosas, reseñaban un libro de Vladimir Nabokov recién aparecido en italiano: Il dono. El reseñista, en determinado momento, decía algo así: “No importa lo que esté haciendo en este momento, si está tendiendo la ropa o espera el autobús, si acaba de pedir un café en el bar o está esperando que llegue su turno en la cola del banco: salga, vaya a una librería y compre este libro. Tanta belleza encontrará en él, tanta verdad, que tendrá material suficiente para tirar por lo menos durante los próximos tres meses”. El truco no era nuevo, pero resultó tan efectivo que no solo abandoné la cola y me fui a comprarlo, sino que nunca más volví para completar mi trámite y me convertí en un inmigrante ilegal (no solo un buen libro te puede matar, como decía Bukowski; también una buena reseña). La segunda vez fue hace pocos días. El diario Il Foglio de Italia publicó una reseña firmada por Michele Silenzi de un libro que acaba de aparecer: Tutto quello che è un uomo, del canadiense David Szalay. En este caso, el golpe fue instantáneo, porque la reseña se titulaba “Para entender la crisis del hombre occidental no lean ensayos, lean este libro”. El efecto fue el mismo que el de 28 años atrás: dejé de leer el diario, salí a la calle, busqué una librería, compré el libro y me puse a leerlo.

Por alguna razón que desconozco, el editor (Adelphi) declara en la contratapa que se trata de una novela, cuando en realidad se trata de nueve relatos, protagonizados –como el nombre de la obra lo indica– por hombres. Uno de los relatos habla de un profesor que se despierta listo para viajar a una ciudad lejana y piensa en los últimos meses de su vida, en los que había tenido una historia con una estudiante que duró solo dos semanas. La chica había cortado la relación con una carta en la que “sobrevaloraba patéticamente su compromiso emotivo con la relación”. Pero, al mismo tiempo, el personaje se da cuenta de que él también sobrevaloró el compromiso emotivo con la chica. Y Szalay dice: “Así como él se había concentrado solamente en realizar su antigua fantasía, ella se había concentrado solamente en realizar la suya, por cierto no menos egoísta”. Y luego agrega: “Salvo que, con sus diecinueve o veinte años, ella todavía tenía derecho al egoísmo, no habiendo aún aprendido con cuánta facilidad se puede herir a las personas, mientras que él tenía al menos diez años más que ella y, a su edad, eso tendría que haberlo sabido ”.

Tal vez, como aquel otro reseñista que invitaba a abandonarlo todo y correr a la librería a comprar el último libro de Nabokov, suene un poco exagerado lo que voy a decir, pero esas pocas líneas justificarían la lectura de un libro entero (incluso muchas veces la justifican menos líneas, e incluso menos líneas más breves). El libro hace un meticuloso y descarnado retrato de la educación sentimental masculina, o tal vez de su ausencia, de su naturaleza ambigua y elusiva, no estoy seguro.

Lo que sé es que la posible exageración del título de la reseña de Silenzi no era tan exagerada, y que tal vez estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo Robert Musil.